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Unos muertos muy vivos

 

 

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Para eludir la acción de la Justicia hay sólo dos métodos. Uno, poner tierra de por medio. Dos, poner tierra por encima. La primera opción te convierte en un fugitivo y no asegura a nadie que finalmente no tenga que sentarse en el banquillo de los acusados. Con la segunda sí se consigue que la Justicia deje de buscarte definitivamente. Eso sí, este último método tiene un pequeño inconveniente. Tienes que morirte, lo que, lógicamente, sólo agrada a los suicidas. Sin embargo, algunos delincuentes han conseguido disfrutar de las ventajas de echar tierra por encima sin el inconveniente de acabar para siempre debajo de ella.

A Juan Gutiérrez, un presunto narco de pequeña monta al que la Guardia Civil detuvo en julio de 1998 en Gran Canaria, las ventajas de su falsa muerte le han durado ocho años. En julio de 2001, cuando se encontraba en Colombia y aún no se había celebrado el juicio por aquella detención, la que dijo ser su afligida viuda se presentó en el consulado de España en Bogotá con un certificado médico en el que se aseguraba que él había dejado este mundo por culpa de un infarto. La legación diplomática lo dio por bueno. El juzgado de Las Palmas, también. Y el presunto narco comenzó una nueva vida.

Cuando la Policía acudió a la vivienda se encontró al finado afeitándose

Gutiérrez volvió a España, se puso a trabajar como guardia de seguridad e, incluso, presentó declaraciones de la renta mientras sus compinches cumplían condena. Y así hubiera seguido si no hubiera sido porque su mujer le denunció el pasado 25 de enero por maltrato y detalló que, aunque llevaba oficialmente fallecido ocho años, lo podrían localizar vivo y coleando en el domicilio que compartían. Cuando la Policía acudió a la vivienda se encontró al finado afeitándose plácidamente.

Bastante menos tiempo simulando que criaba malvas estuvo Francisca Martos, La Paquitina, una conocida narco granadina. El 21 de septiembre de 2001 debía presentarse en prisión para cumplir una pena de diez años de cárcel, pero no acudió a la cita. En su lugar lo hizo su abogado con un certificado que daba cuenta de una parada cardiorrespiratoria como inevitable motivo de la ausencia. La Justicia se lo creyó y le dio de baja en el censo de los vivos. La Paquitina, mientras tanto, siguió a lo suyo, en el mismo lugar de siempre y, además, de vez en cuando iba a la cárcel a ver a su marido preso. Así estuvo dos años, hasta que el intento de su abogado de matar de mentirijillas a otro narco permitió a la Policía resucitar a este y a Francisca Martos.

Esquela y misas

Otros prefirieron el bombo y platillo. La familia de Francisco Paesa, ese oscuro personaje disfrazado de diplomático, publicó en 1998 una esquela para dejarle claro a la Justicia, que le buscaba para preguntarle por el paradero de 1.500 millones de pesetas del botín de Roldán, que dejara de hacerlo, que había muerto en Tailandia y que ni se molestara en ir a comprobarlo porque habían incinerado su cuerpo. Para dar credibilidad a la noticia, anunciaban la celebración de 30 misas gregorianas por su alma. Y muerto estuvo Paesa, aunque nadie se lo creía, hasta que en 2004 fue localizado en París por un periódico. Claro que, para entonces, los delitos de los que le acusaban estaban ya prescritos. D

 

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