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Arribes del Duero

Desfiladeros y pueblos perdidos entre Zamora y Salamanca

CARMEN V. VALIÑA

Quién ha dicho que Castilla es una inmensa llanura con abundancia de paisajes casi desérticos? Los arribes del Duero son una prueba de que, a cada paso, se puede encontrar una auténtica sorpresa visual. Esta zona, que comparten el oeste de las provincias de Zamora y Salamanca (además de parte de Portugal, donde el río hace de frontera entre ambos países), se caracteriza por su espectacular sucesión de cañones y desfiladeros, veteados de pueblos perdidos y casi deshabitados. A pocos lugares de España les sentará tan bien el calificativo de 'fiordo' que asociamos con los impresionantes paisajes noruegos. Y todo a un paso.

El río Duero, trabajador infatigable, ha ido tallando sobre la roca granítica 122 kilómetros de grandes cantiles en los que se puede optar por realizar cruceros fluviales o senderismo. Estos cañones graníticos son los más extensos y profundos de toda la Península Ibérica, y en su tiempo, las peculiares características orográficas que poseen los convirtieron en lugar preferente para el paso de contrabandistas. Hoy en día, los arribes constituyen un lugar inmejorable para perderse en soledad entre los múltiples pueblos que los jalonan. La comarca de Sayago es especialmente recomendable para quienes busquen alejarse del mundanal ruido, pues su densidad de población no suele superar los diez habitantes por kilómetro cuadrado.

Estos cañones graníticos, los más extensos y profundos de toda la península, fueron lugar de paso para contrabandistas

El río es el gran protagonista de todo el recorrido, y una de las mejores maneras de entrar en contacto con él lo constituye el puente de Pino de Oro, un largo viaducto elevado a 90 metros de altura, construido en 1914, que aun hoy sigue sorprendiendo por su atrevimiento constructivo y su desafío a las alturas. Contemplar el Pozo de los Humos es por sí solo otro motivo suficiente para acercarse hasta la zona. El río Uces se precipita desde gran altura en este salto de agua, que recibe su nombre precisamente por la especie de humareda que se levanta, los días de fuerte viento, cuando esas aguas caen al vacío.

Son tantos los lugares que merecen una visita en los arribes del Duero que la selección se hace obligada. Merece que se le dedique un tiempo Villardiegua, aunque sólo sea para descubrir a su 'mula de piedra', un verraco de granito de la Edad de Hierro colocado junto a la iglesia parroquial. Tampoco deberíamos perdernos la ermita de la Virgen del Castillo, a la salida de Fariza, donde, si es primer domingo de junio, podremos asistir a la vistosa procesión de Los Pendones o Los Viriatos, pendones de siete metros y setenta kilos de peso. Fermoselle, rodeada de olivos y viñedos que bajan en bancales hasta el río, es uno de los puntos más coquetos de todo el viaje. Lugar de apretado caserío, estrechas calles y sabrosos asados.

Habría que prestar también atención a Aldeadávila de la Ribera, con su iglesia de San Salvador y numerosos caserones, entre los que destaca el palacio de Jerónimo Manuel Caballero, quien fue ministro de la Guerra a finales del siglo XVIII. A seis kilómetros del pueblo, el Picón de Felipe es uno de los más famosos balcones sobre la zona. Monumentos, fiestas y sobre todo, unos impresionantes paisajes que ensanchan la mirada. Unos verdaderos fiordos sin salir de España.

 

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