Icíar Bollaín y Álex de la Iglesia desvelaron la semana pasada el conflicto soterrado entre dos maneras de entender el cine. Dos maneras de entender la profesión, dos visiones opuestas del cine español que se citarán sobre el escenario del Teatro Real el 13 de febrero y que harán de la gala de los Goya la más tensa desde el 'No a la guerra' de Irak en 2003.

Película: Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965). 15 nominaciones.

Procedencia: Bilbaíno de querencias centralistas apasionado por lo cañí.

Marca de la casa: La pasión por convertir cada rincón de Madrid en un lugar cinematográficamente reconocible.

Lugar común: Hace cine 'de entretenimiento'.

Influencias externas: Quentin Tarantino y las producciones ricas en eritrocitos del spaghetti western. Concibe el cine como un entretenimiento, lo que no significa que renuncie a la crítica social. En este sentido, probablemente ningún filme ha reflejado mejor el fin del felipismo que El día de la bestia.

Influencias internas: El muy hispánico neorrealismo de los años cincuenta, con Berlanga, Azcona y Ferreri a la cabeza. Esa risa torcida y amarga como el café de achicoria que patentara el italiano Mario Monicelli. Tal vez por eso ha ganado dos premios en el Festival de Cine de Venecia con Balada triste de trompeta.

Actor fetiche: El tan amado como odiado (y omnipresente) Santiago Segura.

Aspira a: La modernidad (no es un reproche). Su estilo es 'americanizado' (generalización en la que caben amplísimas reservas), su cine está más cerca del género que de la autoría (aunque planos como el que cierra La comunidad son perfectamente reconocibles). Su herramienta de trabajo es la secuencia y en sus películas siempre hay (poca, como en Crimen Ferpecto, o mucha, como en Balada triste de trompeta) acción, siempre mezclada con el gag visual. Su obra desprende visceralidad.

Afinidades en el sector: Cae bien casi a toda la prensa. Hasta esta semana, no parecía tener problemas con nadie, aunque es más apreciado por las nuevas generaciones (Vigalondo, J. J. Bayona o Santiago Segura), que valoran su capacidad de hacer un cine popular sin traicionarse a sí mismo. 

Película: También la lluvia, de Icíar Bollaín (Madrid, 1967). Trece nominaciones.

Procedencia: Madrileña con preocupaciones periféricas (primero) y globales (después).

Marca de la casa: La perpetua preocupación por las minorías (sexuales, nacionales, indígenas).

Lugar común: Hace cine 'de sentimientos'.

Influencias externas: El cine social de Pontecorvo, los angry men y, muy especialmente, Ken Loach (el guionista habitual de este último, Paul Laverty, es su pareja). Concibe el cine como una expresión artística capaz de denunciar la injusticia y, en último término, transformar la sociedad. Te doy mis ojos sería el mejor ejemplo.

Influencias internas: El cine como poesía y contemplación de su mentor y descubridor en El Sur, el cineasta Víctor Erice. Pero, sobre todo, la tradición de películas comprometidas del donostiarra Elías Querejeta, lo que explica el aprecio que se tiene por su obra en el Festival de Cine de San Sebastián.

Actor fetiche: El más amado que odiado (y discreto) Luis Tosar.

Aspira a: El clasicismo (no es un reproche). Su estilo es 'europeo' (generalización en la que caben amplísimas reservas), más cerca del cine de autor que de la taquilla (aunque sus pelis recauden considerablemente). Su campo de trabajo es la escena de composición teatralizada, apoyada en el verbo (qué se dice) y las interpretaciones (cómo se dice). Su trabajo desprende intelectualidad.

Afinidades en el sector: Muy respetada por la crítica. Hasta la fecha, no se le conocen enemigos, aunque todo podría cambiar en breve. Los grandes nombres del cine español (José Luis Borau, José Luis Cuerda, Víctor Erice) la consideran una legítima heredera de su trabajo.