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Interinos: los héroes del silencio

Son entrenadores de repuesto venidos con una varita mágica. Su estabilidad, a diferencia de lo que pasa en la Administración, dura toda la vida en sus clubes y no renuncian a esa condición por nada

Voro, durante el partido del Valencia el pasado fin de semana. EFE/JuanJo Martín

MADRID.- En un mundo laboral en el que es un problema ser interino, el fútbol vuelve a ser una excepción. No hay puesto más seguro ni más cómodo que ese en los clubes. Sobreviven a generaciones de entrenadores y no dejan de pertenecer a las clases activas hasta el día que se jubilan como pasó en el Real Madrid con Molowny, el padre espiritual de este puesto. El verdadero precursor de este tipo de trabajadores venidos al mundo con una varita mágica para corregir resultados catastróficos sin necesidad de pedir paciencia. Hoy es Voro en el Valencia quien retrata este fenómeno con angustiosa precisión. Antes de apropiarse de la victoria, ya reivindicó que su puesto no es ése, que él sólo es una idea provisional y que su condición de interino es sagrada. Así que no le concedió permiso a nadie para quitársela.

Los interinos son, en realidad, los héroes del silencio en el fútbol. Gente destinada a una vida a la sombra, a cambiar de coche cada ocho o diez años, a convertir la discreción en su traje de ensayo y a humanizarse en todo, hasta en los números de sus nóminas. De sus bocas nunca sale fuego, hayan sido o no futbolistas de prestigio en el pasado. Molowny lo fue y rara vez regaló un titular a los periodistas que no fuese una frase hecha. Pero eso está en la personalidad de estos hombres que no se miden en función de su vanidad sino de su lealtad. Cada día es para ellos un acto de servicio que fácilmente puede durar toda la vida. El interino escapa del tiempo. No retrata éxitos o fracasos; retrata órdenes, algo menos pasional.

Siempre hay alguno que se cansa, como pasó con Del Bosque en el Madrid y decidió arriesgar esa vida que llevaba a la sombra. Pero entre el gremio de los interinos eso no es lo más corriente. Se trata de un trabajo que les permite no cambiar de por vida de domicilio, exponerse lo justo a la opinión pública y la posibilidad de regresar a talleres cuando pase la tormenta. En el fútbol, los interinos no son como en los hospitales, en los ministerios o en cualquier Instituto de Educación Secundaria. No se sienten angustiados por sacar las oposiciones que aún no aprobaron. Su contrato tampoco está destinado a agotarse, sino a perdurar hasta el día del juicio final. Su imagen no se expone a la fatiga y tal vez por ahí se explique que tengan una varita mágica o que a veces generen fenomenales adhesiones del público como pasó con Nando Yosu en el Racing y va a acabar pasando con Voro en el Valencia.

No le merece la pena

No se sabe, por lo tanto, si son unos privilegiados, si su trabajo es tan fácil o si han de soportar lo que usted o yo no soportaríamos. No se sabe porque no acostumbran a conceder entrevistas con la excusa de que ellos no tienen nada que contar. El interino, en realidad, es un extraño personaje en el fútbol, un entrenador de repuesto sin hambre de fama ni de comprarse un chalet en La Moraleja. Un tipo de gente distinto, capaz de sobrevivir entre aduladores profesionales y que no se deja engatusar por la tentación de fotografiarse cada fin de semana en un banquillo, donde la vida es tan peligrosa. No le merece la pena.

Molowny lo justificaba porque "no a todos los hombres tienen por qué gustarnos las mismas cosas". De ahí que él, como tantos interinos que pueblan la historia de fútbol, aceptase su pronóstico de hombre simple. Su derecho a la intimidad a cambio de apagar las luces de la fama en su vida; de no vender su alma al diablo, de no sentirse culpable en la derrota o participe en la victoria y, en definitiva, de huir de la necesidad de buscar amores platónicos por medio mundo.

Hoy, Voro representa ese papel en el Valencia como Unzúe, el ayudante de Luis Enrique en el Barcelona, o Chendo, de delegado funcionarial en el Madrid. No importa que Maradona tratase de llevarse a Chendo al Nápoles porque veía en él un lateral derecho magnífico. Tampoco importa que Unzúe fuese el portero elegido por Cruyff para derrocar a Zubizarreta en el Barcelona. Ni siquiera que Voro jugase el Mundial de Estados Unidos de 1994 con España o que casi ganase una Liga con el Deportivo de Arsenio. Hoy, son los héroes del silencio en el fútbol, personajes destinados a vivir en paz, a no meterse con nadie y a que nadie se meta con ellos. Una elección en la que no interviene el miedo ni la locura, esa diferencia que le permite a uno decidir por sí mismo.

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