Este artículo se publicó hace 17 años.
El mito del ‘contubernio’ masón
Azaña, Machado, Mozart o Napoleón habrían pertenecido a esta asociación
Los masones se han convertido en personajes frecuentes de la floreciente literatura pseudohistórica que en los últimos tiempos abarrota los estantes de las librerías de medio mundo. Muchos de esos best-sellers han contribuido a afianzar el mito masón relacionando la orden con escalofriantes ritos iniciáticos, magia negra y conspiraciones en la sombra.
La realidad, como suele ocurrir casi siempre, es mucho más pragmática. Históricamente, muy poco o nada ha tenido que ver la orden francmasónica con el esoterismo. Aunque sí es cierto que su discreción y su secretismo han propiciado que se les relacione con todo tipo de leyendas y ritos oscuros.
Se acepta que la masonería nació en el seno de los gremios de constructores medievales. Ya entonces los albañiles eran llamados masones (como aún en inglés) y se cobijaban en edificios adyacentes a las obras que dirigían –castillos y catedrales–, llamados logias.
Poco a poco, a finales del siglo XVII o principios del XVIII, estos gremios comenzaron a convertirse en hermandades fraternales y empezaron a aceptar, por ejemplo, a intelectuales humanistas. Desde entonces, las logias se convirtieron en espacios de librepensamiento. Sin embargo conservaron sus antiguos símbolos, la escuadra y el compás. Y también una jerarquía que recuerda sus orígenes: aprendiz, compañero y maestro.Desde ese momento, se definieron como una institución esencialmente filantrópica, filosófica y progresista cuyo objetivo consiste en trabajar para el perfeccionamiento intelectual y social de la Humanidad.
Divergencias y expansión
Alumbrados por el sueño de la razón, la masonería se extendió desde Inglaterra a los cinco continentes. La institución se fragmentó en numerosas logias y, aun compartiendo los principios fundamentales, comenzaron a producirse divergencias. Por ejemplo, en el Gran Oriente de Francia, se permitieron las discusiones políticas y la inclusión de
mujeres entre los miembros.
La masonería se convirtió con el devenir de los siglos en una amplia red de poder e influencias. Fueron francmasones, supuestamente, personajes de enorme influencia: Winston Churchill, Roosevelt, Napoleón, Freud, Alexander Fleming, Martin Luther King, George Washington y Simón Bolívar, por ejemplo. Por todo ello, la masonería ha sido acusada en ocasiones de mover los hilos de la sociedad a su antojo, de anticlericalismo y de elitismo. Su carácter secreto y presuntamente amenazador les valió la animadversión, cuando no la persecución, de monarcas como el zar Alejandro I, Carlos III o Fernando VII. Del Tercer Reich, de Stalin, del integrismo islámico de Jomeini y, por supuesto, de Franco.
La obsesión del dictador
La obcecación franquista con la masonería fue legendaria y estaba basada en la estrecha relación que la institución tuvo con la II República –fue su época dorada, pero también el momento en que más se politizaron las logias– y en el carácter tendente al ateísmo que Franco no perdonaba. También existe una leyenda, nunca confirmada, de que influyó el resquemor personal del dictador cuando fue rechazado al intentar ingresar en una logia en Marruecos.
Franco estructuró su política en torno a la nebulosa idea de un enemigo al acecho, el célebre contubernio conspirador formado por liberales,comunistas y masones. Para derribarlo, el régimen promulgó la Ley contra la Masonería en marzo de 1940. Se creó entonces un archivo en Salamanca que almacenó más de 80.000 fichas de presuntos masones. Sin embargo, la realidad es que se calcula que no llegaban a los 10.000.
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