Este artículo se publicó hace 13 años.
Borja-Villel duda entre lo poético y lo político
El Reina Sofía presentó este lunes la nueva parte de sus fondos
Manuel Borja-Villel continúa su labor de puesta al día de los fondos del Museo Reina Sofía. Para la nueva parte, la tercera de cuatro, que inauguró este lunes, titulada De la revuelta a la posmodernidad, y que comprende el periodo de 1962 a 1982, el director de la institución ha ilustrado el camino que abarca desde las tensiones por sustituir la descolonización por "nuevas dinámicas de imperialismo económico", hasta la construcción de una nueva economía del deseo del capitalismo. Y sin embargo, dejaba bien claro que lo hacía "sin intentar explicar la Historia".
El trayecto recorre dos décadas y 300 obras del periodo de 1962 a 1982 "No se trata de explicar la Transición española, sino de mostrar las pautas poéticas, que también son políticas", dijo, a pesar de incluir entre las piezas Informe general, de 1976, un documental en el que Pere Portabella se dedica a analizar cómo vive la sociedad española el cambio hacia la democracia. Y a pesar de que se subraye que 1962 "supone el fin de la guerra de Argelia y la crisis de los misiles en Cuba", y de que se reciba al espectador con La batalla de Argel, dirigida por Gillo Pontecorvo. Incluso al reportaje de Colita (fotógrafa oficial de la noche barcelonesa de los setenta), sobre retratos de marginados, se le quita hierro, para destacar que sus escenarios y protagonistas tienen una intensidad "inseparablemente testimonial y poética". ¿Es que lo poético maquillará lo político tras el 20-N?
Historiadores del arte como Ángel González García al que se citó en la rueda de prensa por las declaraciones que hizo a este periódico al criticar la tendencia al arte como fuente de conocimiento que propone Borja-Villel, creen que el contexto histórico no legitima el placer de una obra de arte. Él defiende en su último ensayo, Algunos avisos urgentes sobre decoración de interiores y coleccionismo (Ediciones Asimétricas), que la idea de que el arte del pasado es fundamentalmente un instrumento de conocimiento de ese pasado es "modernísima y algo tonta". Que esta tendencia historicista ha hecho de la Historia del Arte "una disciplina al servicio de la Historia, auxiliar y acomodaticia". Borja-Villel contestaba ayer que "el placer y el conocimiento no se pueden separar", que "el verdadero conocimiento da placer y que lo contrario es un discurso autoritario".
Según Manuel Borja-Villel, "no se trata de explicar la Transición Española" Al margen de esta cuestión, este trayecto por dos décadas expone 300 obras en dos salas del edificio Nouvel, entre pintura, dibujo, escultura, instalación, vídeo o fotografía, de las que un 80% han sido compradas en los últimos tres años para reconstruir un discurso que tenía ausencias irrecuperables. "Hay un incremento sustancial a base de adquisiciones, pero hay obras que ya no podemos adquirir porque están fuera del mercado", explicaba Borja-Villel.
Esta época remata con el paradigma artístico renacentista, al renunciar el propio artista a su autoría, así como la necesidad de romper con su aislamiento, de salir a la calle e interpelar a los públicos. "El espacio imaginario de la modernidad es sustituido por el espacio real de los cuerpos, de los deseos, de las relaciones sociales y de la acción política", se explica, para mayor contradicción, en el catálogo. Así, se destaca una línea "ignorada hasta una etapa muy reciente por el Museo", como es la irrupción del feminismo, las neovanguardias norteamericanas (Sol LeWitt) y las obras que "encarnan el compromiso del artista contra la violencia y la represión de las dictaduras", en el que destacan Cildo Meireles, Horacio Zabala o Roberto Jacoby.
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