Pere Aragonès, un político de gestión obligado a gobernar en tiempos convulsos
El actual president y candidato de Esquerra es un político listo y metódico, un independentista de toda la vida que representa como ningún otro la apuesta de su partido por el centro del tablero político.
David Marín
Barcelona-Actualizado a
La primera vez que vi a Pere Aragonès (Pineda de Mar, 1982) yo trabajaba en la edición de la comarca barcelonesa del Maresme del diario El Punt. Él tenía apenas 18 años, lo habían escogido para representar a las Juventudes de Esquerra (JERC) de la comarca y el evento ocuparía, con suerte, unas líneas en alguna columna de breves dentro del periódico. Como no teníamos imágenes de aquel chico e íbamos ajetreados, le pedimos que si podía pasarse por la redacción. No tardó mucho. Le hicimos una fotografía a pie de calle, en medio de un tráfico ajetreado, propio de una tarde de trabajo. El redactor de Política, Francesc Santiago, le hizo cuatro preguntas y él, curioso por nuestra visión de la política comarcal, nos hizo muchas más. El ahora president de la Generalitat tenía la actitud educada y desenvuelta del buen chico que se sabe inteligente, pero no abusa y se lo guarda para él con tal de no ofender.
En ese momento, con la mirada brillante y las patillas largas de un independentista joven de los años 90 post-Garzonada –con el movimiento impactado por las múltiples detenciones ordenadas por el juez Baltasar Garzón–, uno lo podía imaginar en un descampado de la Acampada Jove –los festivales de música que organizan las juventudes de Esquerra– con un pañuelo palestino en el cuello y una bandera estelada en el hombro, pero no atravesando con americana y corbata la alfombra roja del Palau de la Generalitat. La americana, la corbata y la alfombra representan como nadie el viaje que ERC ha realizado en dos décadas hacia el centro del tablero político y social de Catalunya.
Pere Aragonès es ahora un político listo y metódico, pero da la incómoda impresión de que le ha tocado gobernar en el momento equivocado. Su ademán de empleado de banca afable, pero riguroso, habría sido ideal en una república independiente plenamente consolidada, previsible y aburrida: en una pantalla futura, por decirlo con esas metáforas de la época emocionante del procés.
Aragonès sería el eficiente primer ministro de una república centroeuropea donde nunca pasa nada, se cena a las 18.00, todo el mundo está en la cama a las 21.00 y la gente confía en que al día siguiente los trenes pasarán a su hora y ningún político les dará un disgusto. Pero este no vendría a ser el caso de Pegasus, los exilios, las puñaladas políticas y las excéntricas persecuciones judiciales por terrorismo donde le ha tocado ejercer y para lo que sus votantes quizás agradecerían algo más de épica y contundencia.
Junqueras vendía épica y ahora Aragonès vende gestión en el stand-by político con el que Esquerra ha querido encarar el postprocés. Pero a Aragonés no le acompaña el contexto. El terremoto que se produjo el 1 de octubre de 2017 no ha dejado de hacer sentir sus réplicas desde entonces, en forma de represión por un lado y de frustración independentista con sus líderes por el otro.
Cuando ERC le colocó al frente, todo el mundo dio por supuesto que guardaba el sitio de Oriol Junqueras. Este 2024 la amnistía abría la posibilidad de su reincorporación, pero Aragonès demostró mucha más solidez política de la que su imagen discreta proyecta: convocó las elecciones haciendo que el partido le mantuviera como cabeza de lista. Tiene mérito en un partido donde se había desarrollado el hiperliderazgo de Oriol Junqueras y nadie parecía cuestionarlo. Bajo su falta de carisma público, se esconde seguramente un animal político. En 2003, con 20 años, era portavoz nacional de las juventudes de Esquerra. Cuatro años después fue elegido diputado, con 34 fue secretario general de Economía y en 2018 fue conseller de Economía y vicepresident del Govern de Quim Torra.
Aragonès conoce las interioridades de la política catalana y de la administración de la Generalitat a la perfección. Y disfruta de un árbol genealógico que está profundamente entrelazado con la historia política de Catalunya. Dos bisabuelos de Pere Aragonès se dedicaron a la política durante la República, uno en el PSUC y el otro en ERC y la Unió Socialista de Catalunya (USC). Su abuelo fue alcalde de su municipio natal, Pineda de Mar, en la costa barcelonesa, entre 1966 y 1987, primero como regidor del franquismo y después, en democracia, bajo las siglas de Alianza Popular (AP). El padre de Aragonès fue jefe del grupo municipal de CiU durante los años 90. Los Aragonès han pasado por todo el arco político catalán. Si Pere Aragonès es un animal político, será que lo lleva incrustado en el ADN.
En esta campaña, Pere Aragonès se ha presentado como el representante de la épica de la vida cotidiana, frente a la épica del personalismo de Carles Puigdemont. Veremos si una nueva versión de Braveheart con William Wallace vestido de oficinista de 8.00 a 15.00 en una gestoría de Edimburgo es capaz de animar al votante independentista. El 12 de mayo por la tarde, la respuesta.
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