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"En ciencias soy un desastre"

Elisa Pérez, jurista. El mundo se perdió una Mata Hari en potencia, pero ganó una magistrada del Constitucional y una pionera que hace historia sin querer

AMINA NASSER

Nadie hubiera sospechado que una jurista alejada de veleidades, como Elisa Pérez Vera, escribiría en la pizarra la palabra espía. Pues sí, era lo que quería ser de pequeña. Lo dice con la sonrisa traviesa de quien se recrea en aquella pretensión de su infancia. La vocación de espía estaba alimentada por las historias de dominación colonial que le contaba su padre. Tenía entonces el maniqueísmo de los niños. A los 6 o 7 años, se veía como una espía que 'siempre estaba al lado de los buenos'. 'Era una forma de evadirme de España, de una ciudad pequeña, como Granada', explica.

Magistrada del Tribunal Constitucional desde 2001, a propuesta del PSOE, pertenece a una generación, la de la posguerra, que maduró precozmente. A muy temprana edad se dio cuenta de que aquello de querer ser una Mata Hari 'era una frivolidad'. Y a los 12 años ya era consciente de que su padre, un republicano represaliado por el franquismo, había sido condenado e inhabilitado para ejercer la abogacía 'por unos hechos que eran legítimos cuando los hizo'. 'Estudié Derecho por el deseo de entender cómo era posible que una ley penal fuera retroactiva', dice. Aún no ha acabado de comprenderlo...

'Cuando soné para el Constitucional tuve sensación de irrealidad'

Nacida en el seno de una familia liberal, Elisa Pérez Vera (Granada, 1940) se adelantó a su tiempo desde pequeña. 'Mi casa estaba en el colegio de mi abuela y de mi madre y las letras estaban en el ambiente', cuenta. Su madre y su abuela le inculcaron las primeras lecciones y de ellas heredó la afición a la lectura, el gusto por las letras y su vocación de enseñante. 'Cuando se dice que soy de letras se me calza con un calcetín. Es verdad. En ciencias soy un desastre', admite. 'Me aprendía las fórmulas de memoria, aunque luego las olvidaba inmediatamente porque no me interesaban'.

A los 15 años comenzó los estudios de Derecho en la Universidad de Granada. Los cursó gracias a una beca mientras daba clases particulares 'para ayudar en casa'. Era la alumna más joven de una facultad en la que las mujeres apenas representaban el 5% del alumnado. Aún no había cumplido 21 cuando terminó la carrera con un expediente tan brillante que le valió el Premio Extraordinario de Licenciatura.

'Mis logros me han dado sensación de triunfo. Pero perder lo encajo mal'

Alguien le recordó entonces en una carta que aquel reconocimiento tenía especial mérito, 'dadas las circunstancias familiares'. 'Era un sacerdote', explica. 'Me pareció tan fuera de lugar que me recordaran que mi padre era represaliado que lo sentí como un recordatorio de la derrota'.

Su familia sufrió la persecución del franquismo, pero nunca tuvo espíritu de derrota. De aquel espíritu y de los valores que le inculcaron en casa proviene su extraordinaria capacidad de trabajo, con la que se ha labrado una trayectoria profesional reconocida internacionalmente. Elisa se dedicó a la docencia y a la investigación recién terminada la licenciatura. Nunca se planteó ejercer la abogacía. 'Había dos razones: una, que para una mujer era irrealizable; y dos, que no estaba segura de que me gustara el papel'. Entonces decidió orientar su carrera hacia el Derecho Internacional Público. 'Es lo que me quedó de los espías', bromea.

Elisa es una de esas mujeres que, sin proponérselo, han hecho historia en España. Fue la primera catedrática de Derecho Internacional Público, la primera rectora de una universidad (la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED), la primera presidenta del Consejo Consultivo Andaluz 'En cada ocasión tuve la sensación de triunfo. Me gusta ganar, perder lo encajo mal'. No obstante, sus logros no obedecían a retos personales. Simplemente la vida le iba poniendo metas. 'Nunca me sentí impulsada a alcanzar metas que escaparan a mis posibilidades', afirma.

Entre sus aspiraciones nunca estuvo la de formar parte del Constitucional. 'Cuando se barajó mi nombre tuve sensación de irrealidad', dice. Cuenta que muchos casos, 'los que no salen en la prensa', le quitan el sueño. 'Ser consciente de que eres la última posibilidad para una persona te da un sentido de la responsabilidad terrible y, a la vez, te obsesiona'.


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