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Estreno de 'Erase una vez en Euskadi' Manu Gómez: "El ver, oír y callar sigue existiendo en Euskadi"

El director debuta en el largometraje con 'Érase una vez en Euskadi', estrenada en el Festival de San Sebastián y en la que, desde sus recuerdos de infancia, rememora años duros del conflicto, la violencia, el miedo, la heroína en la calle y la aparición del sida.

Manu Gómez: 'El ver, oír y callar sigue existiendo en Euskadi'
Una secuencia de 'Érase una vez en Euskedi'. Foto Manolo Pavón

Hace muy poco, en las calles de Arrasate-Mondragón, en el Parque de Monterrón, se celebró una concentración en defensa de los derechos del preso de ETA Henri Parot. Al mismo tiempo, Vox y PP celebraron en otro punto de la misma localidad actos de desagravio a las víctimas. La tensión en el País Vasco, diez años después de que ETA anunciara el fin de la violencia armada, no desparece. Los ecos de los negros ‘años del plomo’ resuenan, pero la intensidad no es la misma. Manu Gómez recuerda muy bien esos tiempos y los comparte en su ópera prima, Érase una vez en Euskadi, construida sobre su propia memoria de infancia.

Manu Gómez: 'El ver, oír y callar sigue existiendo en Euskadi'
Vicente Romero y Miguel Rivera en una escena de la película. Foto Manolo Pavón

Presente en el 69 Festival de San Sebastián, la película muestra desde los ojos de cuatro niños de doce años los tiempos en que un viernes sí, otro, también, había manifestaciones en las calles de Mondragón, con enfrentamientos entre los manifestantes y los antidisturbios de la Guardia Civil, contenedores quemados, balas de goma volando por los aires… Fueron también los días de la invasión de la heroína en las calles y la aparición de siniestro sida. Horror, violencia, muerte alrededor de unos chavales que, además, veían otros problemas en casa.

Manu Gómez, hijo de emigrantes de Granada, vivió allí su infancia y su juventud, y de sus recuerdos y de los de sus amigos, ha nacido esta película. El director y guionista habló con Público de ella.

Se han cumplido diez años del fin de la lucha armada de ETA. ¿Qué sintió entonces y qué piensa ahora?

Fue una gran liberación. Llevo 20 años viviendo en Madrid, pero he ido mucho a mi pueblo, y ahora se nota en las calles, en los bares, en la gente, ahora hay tranquilidad, normalidad. Euskadi está infinitamente mejor.

Pero parece que el ‘ver, oír y callar’ no ha terminado del todo ¿es así?

El ver, oír y callar de entonces ahora sigue existiendo, sobre todo en los pueblos, mucho menos en las ciudades. De todos modos, nosotros lo vivíamos de otra manera, de ventanas para dentro teníamos un problema más preocupante, que era llegar a fin de mes. Cuando el viernes las calles del pueblo se convertían en un campo de batalla, nosotros teníamos otros problemas en casa.

De niño jugaba con las pelotas de goma de la policía, como en las zonas de guerra donde los niños juegan a matarse. ¿Cómo le ha marcado a usted crecer en ese ambiente de conflicto y de peligro?

Entonces se vivía con una absoluta cotidianidad y normalidad. Eso con los años se ha convertido en algo atractivo para volver a verlo en forma de película. Por cierto que la película también tiene una especie de misión didáctica que es contar cómo se vivía allí en esos años. Cuando salíamos de Euskadi, fuera había un concepto de guerra constante y tampoco era eso.

El arranque de la película viene de la realidad, aquello era constante, cuando terminaba la manifestación del viernes, nosotros buscábamos las pelotas de goma que habían lanzado los antidisturbios. Eran nuestros galones, nuestros juguetes. Esperábamos a que todo terminase y lo recogíamos. Creo que es una buena metáfora de ese conflicto y de cómo nos involucramos en él.

Pero, ¿hoy se siente marcado por ello?

Todo eso te marca mucho, por supuesto, y te posiciona en un sitio sensitivo a la hora de convivir con la violencia. Si con doce años ves cómo se cargan a un tío delante de ti, claro que te deja un poso, se queda algo ahí dentro. Lo que todo eso ha provocado en mí es que odie las banderas, todas, y los nacionalismos, empezando por el español. Ese sitio donde nos apartaban por ser hijos de maquetos nos hizo ser niños sin patria, cosa que hoy agradezco bastante.

Le señalaron entonces por ser hijo de ‘maquetos’ ¿la necesidad encajar de esos chicos es uno de los temas de la película?

Sí, porque teníamos la necesidad de encajar, pero sobre todo teníamos la necesidad de ser felices. Con doce años estás más allá de los problemas, tienes necesidad de descubrir, de enamorarte, de jugar, de disfrutar. El término maqueto era peyorativo y se usó en Euskadi y en Cataluña, pero en Catalunya desapareció antes porque el idioma se aprendía, era más fácil. De todos modos, la película se ha hecho con el paso del tiempo, con la distancia. Volver 35 años después a esa inmigración, a los contenedores quemados, todo envuelto en una atmósfera violenta, a los años del plomo de ETA o el sida o la heroína… Sí, aquella fue una época en la que la gente salió de Extremadura, de Andalucía, para ir a vivir a Euskadi.

En la película están la música punk y el rock duro vasco, ¿aquella influencia persiste en usted hoy?

Persiste y ha dejado una señal absoluta, en mi caso, maravillosa. Me encanta retroceder a esa música y a ese lugar donde fue feliz. La propia escritura del guion fue una especie de viaje de tripi porque la hice de una forma anómala. Escribí desde el principio hasta el final, sin estructura, sin sinopsis. Al recordar y plasmarlo en el relato, un recuerdo te lleva otro… Y poder rodar donde sucedió, porque el 80% se ha rodado en Mondragón, ha sido un sueño.

¿Hay algo especialmente personal en la historia?

Todo es muy personal y uno de esos niños soy yo, Marcos, un ciclista frustrado que se autolesionaba y que sufría la ausencia de su madre. En mi caso real era la ausencia de mi padre que murió muy joven víctima de un cáncer. Yo vine a Madrid se 1999, y ahora me gustaría seguir la pista de esos niños, en los años 90, donde también pasaron cosas muy bestias.

¿Cómo son las relaciones que tiene usted ahora de entonces?

De todo, he tenido amigos y conocidos que han pasado por la cárcel. Todo resulta ahora muy impactante, a posteriori, pero entonces, si desaparecía un chaval en el pueblo no se daba la voz de alarma, se sabía que había huido a Francia. De entonces he tenido buenas y malas relaciones, como todos en la vida, y tengo muy buenos amigos en la izquierda abertzale.

Manu Gómez: 'El ver, oír y callar sigue existiendo en Euskadi'
Aitor Calderón Miguel Rivera Asier Flores y Hugo García los niños protagonistas. Foto Manolo Pavón

¿Qué piensa cuando ve estos días tantas declaraciones de personas que no han vivido directamente la violencia del País Vasco?

Siento vergüenza. Me da mucha vergüenza ver a Mayor Oreja diciendo que ETA está más viva que nunca. Lo que ha conseguido la sociedad vasca, entrar en la democracia… Es vergonzoso politizar todo esto. En un documental que he visto en televisión española Eduardo Madina decía que de todos los comentarios de estos días ninguno era de alguien que viviera aquello. Muchos de los que hablan hoy no saben lo que era tomarse un zurito en un bar en medio de una situación tan violenta.

Parece que su película está más dedicada a los que emigraron a Euskadi entonces.

Sí, sobre todo quería rendir un homenaje a esa gente que después de una guerra, nuestros abuelos, tuvieron que salir de Granada con sus hijos y meterse en un pueblo de la Guipúzcoa profunda. Mucha gente me está agradeciendo hoy que hable de ellos en la película.

¿Y cómo ha sido el trabajo con los cuatro niños protagonistas?

Ha sido muy sencillo y maravilloso. Hicimos un casting con 500 o 600 niños. Antes de la prueba les hacíamos una entrevista y a los cuatro en seguida los vi. Eran unos vacilones, tenían arte, eran unos macarras y ese macarrismo es el que yo quería, quería cuatro macarras. Nada cursis cero. Se dedicaron a jugar a interpretar.

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