ENTREVISTA
Entrevista a Roger Mateos"La dictadura fusiló a Xosé Humberto Baena pese a saber que era inocente"
Hablamos con el autor de El verano de los inocentes (Anagrama), una profunda investigación periodística que aborda la historia del militante del FRAP que fue el último ejecutado del franquismo.

Barcelona-
27 de septiembre de 1975. Faltan poco más de dos meses para la muerte de Francisco Franco, pero ese final cercano, que ya se intuye, no será obstáculo para que muera matando, siguiendo la pauta que ha marcado las casi cuatro décadas de dictadura sanguinaria. Ese día, el régimen ejecutará a los militantes de ETA político-militar Jon Paredes Manot, Txiki, y Ángel Otaegui, y a los del FRAP José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz y Xosé Humberto Baena.
La historia y los hechos que rodean la condena y fusilamiento de este último son el epicentro de El verano de los inocentes. El secreto del último fusilado del franquismo (Anagrama), la profunda investigación periodística sobre el caso que publica Roger Mateos (Barcelona, 1977) y que desmonta el relato oficial.
Actual jefe de la sección de política en Barcelona de la Agencia EFE, Mateos lleva varios años sumergido en la historia del Partido Comunista de España (marxista–leninista) y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), y también es autor de Caso Cipriano Martos (Anagrama), donde aborda la historia y asesinato de otro militante de estas organizaciones.
Nos encontramos con él para hablar de la historia de Xosé Humberto Baena, el papel que el PCE (m-l) y el FRAP jugaron en los últimos años de la dictadura, la impunidad del franquismo y el riesgo del crecimiento de la desmemoria que estamos padeciendo actualmente.
'El verano de los inocentes', la investigación sobre la condena a muerte y ejecución de Xosé Humberto Baena, es el segundo libro que dedica a un militante del PCE (marxista-leninista) y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), tras 'Caso Cipriano Martos'. ¿De dónde nace el interés periodístico por estas organizaciones?
El interés, o incluso te diría la pasión, por el estudio del PCE (m-l) y del FRAP viene de hace más de 20 años, por dos razones. Primero, porque me atraía la excentricidad del caso del PCE (m-l), ya que era un partido comunista marxista-leninista hermanado con la Albania de Enver Hoxha. Era el régimen más hermético, aislacionista, desconocido y misterioso detrás del Telón de Acero durante la Guerra Fría. Ellos decían que era una isla de marxismo-leninismo puro, pero en realidad no funcionaba. Aquel régimen comunista albanés tenía muchos elementos distópicos y precisamente por eso, como fenómeno político excepcional, me atraía periodísticamente.
El hecho de que el PCE (m-l) estuviera hermanado con esa Albania comunista fue como una primera atracción para ver de qué se trataba. Después me di cuenta de que el PCE (m-l) y el FRAP, sobre todo este último, llegaron a tener en la primera mitad de los años setenta un papel mucho más relevante en la historia de España de lo que explica la historiografía oficial. El hecho de que se haya infravalorado al FRAP y apenas se le haya prestado atención me empujó a profundizar en él: era un terreno virgen, había mucho por investigar y explicar.
El PCE (m-l) nace como una escisión del Partido Comunista de España, con fuertes críticas a Santiago Carrillo, al que tildaban de revisionista. El FRAP, que tuvo aún más incidencia que el PCE (m-l), se crea en 1971. ¿Qué era exactamente el FRAP?
Generalmente hay mucha confusión en torno al FRAP. Se suele decir a menudo que era una banda terrorista, pero no nace como tal. Las siglas aparecen en 1971 como un frente político que aglutinaba a distintas organizaciones políticas y sectoriales: un sindicato de trabajadores, una organización estudiantil universitaria, una de campesinos, otra de mujeres, una de artistas, etc. Su eje central era el PCE (m-l), que formaba parte de él y era el motor y el cerebro político del frente.
El FRAP nace como un frente político con actividades como pintadas, reparto de octavillas, manifestaciones relámpago, promoción de huelgas, lucha obrera y estudiantil en las universidades, agitación y propaganda, y acciones de protesta que podían acabar con lanzamiento de cócteles molotov, pero no existía la consigna de matar. Esa consigna aparece en 1975, cuando la dirección decide pasar a la lucha armada y crear comandos para matar policías, guardias civiles, militares, gente del estamento judicial franquista, etc. Es en ese momento cuando se cometen tres atentados mortales, entre julio y septiembre de 1975.
¿Qué implantación llegó a tener? ¿Y por qué cree que tanto el FRAP como el PCE (m-l) han sido, en gran parte, olvidados?
En cuanto a implantación, el FRAP aspiraba a estar presente en todo el Estado. En la primera mitad de los años 70 consigue implantarse en muchas provincias, pero especialmente era potente en Madrid, València y algunas zonas de Catalunya, como Sabadell y otras áreas metropolitanas. Llegó a ser una organización relevante de la oposición antifranquista, aunque no al nivel de militancia del PCE o del PSUC en Catalunya. Tenían mucha visibilidad y una hiperactividad en la calle que también jugaba en su contra, porque se ponían en riesgo y confrontaban cara a cara con las fuerzas de la dictadura, lo que provocaba caídas y detenciones
El FRAP es una fuerza política incómoda para una parte del antifranquismo por los atentados mortales del 75
¿Por qué se les ha obviado? He llegado a la conclusión de que el FRAP acaba siendo una fuerza política incómoda para una parte del antifranquismo por los atentados mortales del 75. Es como si esa parte del antifranquismo no quisiera reivindicar una lucha que implicaba sangre, y ese estigma ha sido un lastre para recordar la lucha del FRAP. Pero su lucha fue mucho más amplia que esos tres meses: del 71 al 74 no había lucha armada.
¿Cómo se explica el vínculo con la Albania comunista y el apoyo que recibieron de ella? ¿Había un desconocimiento por parte de la dirección del PCE (m-l) de cómo funcionaba ese régimen?
Esta relación se entiende por el origen del PCE (m-l). Se escinde del PCE en 1964, en un momento en que el movimiento comunista internacional también se está dividiendo. Jrushchov y la Unión Soviética están renegando del legado de Stalin, y la China de Mao se distancia y también lo hace la Albania de Enver Hoxha. Y el PCE (m-l), cuando se escinde, toma partido por la China de Mao y por la Albania de Hoxha. Albania ayudó al PCE (m-l) económica y políticamente desde los primeros años, y esa relación se mantuvo hasta el final del régimen albanés.
Comentaba que la dirección del FRAP decide dar el paso a la vía armada en 1975. ¿Qué le llevó a hacerlo?
El detonante hay que buscarlo un año antes, en el verano de 1974, cuando Franco sufre una tromboflebitis. Es ingresado en el hospital, debe ceder el timón del régimen al príncipe Juan Carlos y la sociedad española toma conciencia de que el dictador se acaba. Eso también lo percibe la cúpula del FRAP y entra en pánico. Paradójicamente, temen que la muerte de Franco pueda ser nefasta para ellos, porque no están preparados para asaltar el Estado e instaurar la república.
En cambio, piensan que se están preparando maniobras desde las élites para cambiar el régimen e instaurar una monarquía parlamentaria. En el FRAP creen que los sectores evolucionistas del régimen pactarán con la oposición antifranquista moderada e instaurarán esa monarquía parlamentaria que tendrá apariencia de democracia pero que, en el fondo, será más "franquismo sin Franco", y la dirección piensa que no están preparados para impedirlo.
Con la vía armada, la cúpula del FRAP aspiraba a una represión más dura de la dictadura para que el pueblo viera que no había solución pacífica posible
La solución que proponen es adoptar "nuevas formas de lucha", un eufemismo que significaba crear comandos armados para matar. Esta decisión se toma en enero del 75, y en los meses posteriores se preparan los comités del interior para poner en marcha esos comandos. No podían plantearse magnicidios, porque no tenían capacidad ni medios, pero sí atentados contra el policía de la esquina, por ejemplo. Y eso es lo que hacen. Aspiraban a que esa, según ellos, "violencia revolucionaria" provocara una represión todavía más dura del Estado, que el pueblo viera la cara más feroz de la dictadura fascista y entendiera que no había solución pacífica posible, que la única salida era la vía armada y que se uniera a las trincheras del FRAP en una "guerra popular" contra la dictadura para derribarla.
¿Fue una decisión precipitada, en el sentido de que la organización no estaba preparada para llevar a cabo una lucha armada, aunque hacía tiempo que la tenían en mente, ya que en el libro explica cómo militantes del FRAP habían participado ya en 1971 en un campamento de entrenamiento militar en Albania?
Desde su nacimiento, el PCE (m-l), en sus documentos de trabajo político, tiene en el horizonte la insurrección armada, pero eso no es algo particular suyo, sino una postura ampliamente compartida en el plano teórico por la izquierda revolucionaria antifranquista, por muchas organizaciones. Incluso el PCE de Carrillo, pese a abandonar la vía guerrillera en los años cincuenta, nunca borró del todo esa posibilidad.
Esa insurrección armada que figuraba en los documentos del PCE (m-l) no estaba desarrollada, no habían dicho en qué acciones se traduciría, y es en el 75 cuando deciden qué forma adoptará la lucha armada: no grandes atentados indiscriminados como los coches bomba de ETA, ni una guerra de guerrillas que comenzara desde las zonas rurales, sino atentados contra policías anónimos en la calle.
Cuando la lucha armada aún estaba en un plano teórico sobre la mesa del FRAP, no sabían qué forma adoptaría ni cómo la llevarían a la práctica. Y enviaron al menos dos delegaciones a entrenarse en Albania en cursos de formación militar que poco tenían que ver con la guerra urbana en España, quizás más adecuados para guerrillas del Tercer Mundo.
La cúpula del FRAP no se da cuenta de que no están preparados para sostener un pulso violento con el Estado
Una vez deciden en el 75 pasar a este tipo de atentados en la calle y contra policías, la cúpula de la organización no se da cuenta de que no están preparados para sostener un pulso violento con el Estado. No tenían armas suficientes, ni pisos francos para esconder a sus comandos, ni preparación adecuada de los militantes, ni infraestructura para evacuar a los comandos al exilio y protegerlos. Y toda esa campaña de atentados terminará en catástrofe.
En este sentido, los principales dirigentes, conocidos como Elena Ódena y Raúl Marco, vivían en Suiza. ¿Hasta qué punto eran conscientes de la realidad interior de la España de 1975, porque da la sensación de que sus análisis eran, como mínimo, sesgados?
Absolutamente, habían perdido el sentido de la realidad sobre lo que pasaba en España. Sí, en España había enormes ganas de que acabara la dictadura, pero la inmensa mayoría de la gente no estaba dispuesta a lanzarse a una trinchera con un fusil bajo el brazo para derrocar a la dictadura por la vía armada. La inmensa mayoría quería una solución pacífica, y la cúpula del FRAP interpretaba que no, que ya existían las condiciones objetivas para hacer un llamamiento al pueblo a unirse a esa lucha armada contra Franco.
La cúpula pensaba que el FRAP estaba liderando al proletariado español e incluso mundial
El choque con la realidad fue muy duro, porque los comandos atentaban y el miedo de la gente frente a la dictadura hacía que no hubiera multitudes sumándose a ellos. Pese a esa evidencia y a las detenciones en cadena que se sucedieron después de los atentados, en la cúpula del FRAP seguían pensando, y así lo demuestran las actas, que el FRAP estaba liderando al proletariado español e incluso mundial, hasta derribar la dictadura.
La dictadura estaba muy débil, entre otras cosas porque había mucha agitación en la calle, pero no liderada por el FRAP sino por muchas organizaciones antifranquistas, y también porque Franco estaba a punto de morir y, por tanto, el régimen estaba a punto de quebrarse. Ellos interpretaban que el FRAP encabezaba ese cambio de régimen, es decir, sobrevaloraban y sobredimensionaban sus fuerzas, y fue catastrófico.
¿Podríamos decir que esa campaña de acciones armadas fue como el canto del cisne del FRAP? A partir de ahí empieza una decadencia y una pérdida de influencia evidente, ¿no?
Pasó a ser irrelevante, y a partir del 76, cuando comienzan los cambios políticos en España, el FRAP no juega ningún papel. Así como en el 75 había sido una fuerza que ocupaba portadas debido a los atentados y a los fusilamientos de tres militantes, en el 76 y los años posteriores no desempeña ningún papel importante.
Decía hace un momento que la vía armada terminó en catástrofe, especialmente para los tres militantes que fueron ejecutados el 27 de septiembre de 1975: Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez-Bravo. ¿Quién era Xosé Humberto Baena, el principal protagonista del libro?
Xosé Humberto Baena era un gallego de Vigo, nacido en el seno de una familia humilde, que al entrar en la universidad se politiza y empieza a tener contacto con el PCE (m-l) en un contexto universitario de mucha lucha antifranquista. Muy pronto, en su primer año universitario, es detenido tras una protesta estudiantil contra un rector de tendencia fascista. Pasa más de un mes en prisión, hasta que su familia paga la fianza y puede salir. Pero ese encarcelamiento y el proceso judicial, del que finalmente fue absuelto, supuso una interrupción en su vida que provocó que tuviera que dejar los estudios, que fuera enviado a cumplir el servicio militar en un cuartel de castigo en condiciones deplorables, y que conociera la peor cara del régimen en carne propia.
Eso lo radicaliza aún más y termina sumándose a las filas del FRAP, una de las organizaciones más activas y combativas del momento. Llegamos al 1 de mayo de 1975: hay una manifestación en Vigo y un guardia civil, al oír alboroto en la calle, sale con su arma y empieza a disparar contra la multitud. Una de esas balas impacta mortalmente en un obrero, trabajador de Fenosa, que se había acercado a la valla para ver qué pasaba, sin participar en la manifestación. Este trabajador muere.
Un grupo de militantes promueve inmediatamente una colecta para pagar una esquela en el diario Faro de Vigo. Esa esquela es motivo suficiente para que la Policía franquista de Vigo comience a perseguir a los promotores, y uno de ellos es Xosé Humberto Baena. Al darse cuenta de que lo vigilan o que puede estar en peligro, huye de Vigo con su novia. Para evitar ser detenidos, terminan en Madrid a principios de mayo del 75, justo en el peor momento. Se meten en la boca del lobo, porque en ese momento el FRAP estaba montando sus comandos armados.
Baena llega a Madrid desamparado y a merced del partido, porque no conocía a nadie y solo el partido podía ofrecerle alojamiento y medios para subsistir. Participa en algunas primeras acciones violentas; en una de ellas su novia es detenida, y en julio del 75 él envía una carta a un amigo en Vigo donde reconoce que ya iba armado. Baena acaba en un comando armado y se llega al momento del atentado de la calle Alenza, del que lo acusan de ser el autor material.
Pese a unirse a un comando armado, seguramente por la dependencia que tenía del partido a causa de su precariedad vital en Madrid, tampoco queda claro si realmente era partidario de la vía armada.
Su novia, Maruxa, había hablado con él antes de ser detenida y explica que Baena no veía nada clara la consigna de la dirección de pasar en ese momento a la lucha armada. No creía que se dieran las condiciones objetivas para dar ese paso. Aun así, los militantes del PCE (m-l) eran ejemplo de disciplina, y no es imposible que aceptara entrar en un comando armado a pesar de no verlo nada claro.
Su familia, su abogado y algunos antiguos militantes están convencidos de su inocencia, como refleja en el libro. Pero hay una frase en concreto que le lleva a sumergirte en esta historia: lo que le dijo a su padre horas antes de ser ejecutado, cuando le asegura: "Yo no fui".
Esa frase es muy impactante, y es lo que a mí me impulsa a profundizar en la historia, pero como periodista no puedo conformarme con una declaración hecha justo antes de morir. La investigación periodística consiste en buscar pruebas y evidencias para corroborar si esa frase que él le dice a su padre antes de morir es cierta.
Te encuentras con muchos obstáculos en esta investigación, como el muro de silencio por parte de algunos militantes del FRAP y de personas que estuvieron presentes en la acción por la que Baena fue condenado y ejecutado. ¿Le sorprendieron esos silencios?
No, no me sorprendieron, porque desde el principio era consciente de que este era un tema absolutamente tabú dentro del FRAP. Era un asunto muy delicado, sobre el que todavía planeaban muchas incógnitas, y nadie se sentía cómodo hablando de ello. Yo también tenía interiorizado ese tabú y durante mucho tiempo no toqué el tema. Pero un militante, Putxi, del que hablo en el libro, me hizo ver que valía la pena profundizar, sobre todo porque podían existir muchas evidencias para demostrar que Baena fue asesinado por la dictadura a pesar de que sus acusadores sabían que él no había sido quien mató al policía de la calle Alenza. Eso, finalmente, me animó a intentar demostrar que la dictadura lo fusiló tras unos consejos de guerra esperpénticos, pese a saber que era inocente.
Más allá de las declaraciones de varias personas, seguramente la prueba más concluyente que presenta el libro es la de las armas, cuando compara la pistola que supuestamente tenía Baena con el revólver que se utilizó en el atentado del 14 de julio. ¿A qué atribuye el montaje policial? ¿A la incapacidad de atrapar al verdadero autor?
Llego a la conclusión de que la Policía sabía que había un cuarto hombre en aquel comando y que se les había escapado. Y como no sabían quién era —tal vez solo conocían su nombre de guerra, pero nada más— y no podían detenerlo, lo que hacen es tejer una versión oficial que intento desmontar en el libro. Y en vez de hablar de cuatro hombres, hablan de tres. Por eso tienen que manipular todas las pruebas y, en definitiva, hacer un montaje para inculpar a alguien de quien sabían que no había hecho lo que le atribuían.
Su tesis es clara: el autor material del atentado del 14 de julio es ese cuarto hombre que acabó huyendo, en principio, a París. ¿El hecho de no haber podido demostrar quién era supone una carencia en su investigación?
No, porque esta investigación tenía un objetivo: intentar demostrar quién no fue, no quién fue. Demostrar quién no fue para corroborar, de manera indiscutible, que Baena no fue, que aquellas palabras que dijo a su padre eran verdad. Ese era mi objetivo. Es obvio que la gente se pregunte: si Baena no fue, ¿quién lo hizo? Es lógico. Pero no es una pregunta que yo haya querido responder en este trabajo, porque eso ya sería otra fase. Sí que sostengo la tesis de que hubo un cuarto hombre, que huyó, pero no me he dedicado a investigar más allá. Puedo tener mis teorías, pero eso ya es otro nivel, y no quiero especular con ello, porque tendría implicaciones distintas a afirmar que Xosé Humberto Baena no fue.
La investigación tenía como objetivo corroborar que Baena no fue
El 27 de septiembre de 1975, Xosé Humberto Baena es ejecutado junto con García Sanz y Sánchez-Bravo. Ese mismo día también son ejecutados Txiki y Otaegui, miembros de ETA Político-Militar. Es evidente que Franco muere matando. ¿A qué cree que respondía aquella dureza, cuando cinco años antes, en el proceso de Burgos, también hubo muchas condenas a muerte que finalmente se conmutaron por las presiones internacionales?
Probablemente, la gran diferencia es que en 1975 el régimen se sentía muy débil, y en particular el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, se sentía muy frágil. Los sectores más ultras del franquismo lo acusaban de blando, y si cedía a las presiones internacionales que pedían clemencia, esos sectores probablemente habrían exigido su cabeza. Tanto Arias Navarro como el propio Franco desoyeron todas las llamadas, incluso la del Papa.
En 1975 el régimen se sentía muy débil y los sectores ultras del franquismo acusaban a Arias Navarro de blando
Por lo tanto, ¿las sentencias ya estaban escritas desde el principio?
Las sentencias estaban decididas de antemano, y todo el procedimiento judicial fue una farsa.
¿Por qué cree que, si no fue él, Baena en ningún momento intentó delatar al autor material de los hechos para salvar su vida?
Eso no lo sabemos, solo lo podría explicar el propio Baena. Pero eso que a nosotros nos sorprende tanto, que él no delatara a nadie, no sorprendía tanto a sus camaradas, porque la disciplina que se les exigía hacía que se protegieran entre ellos. Si había cinco detenidos y otros habían escapado, no serían ellos quienes dieran datos a la Policía para atraparlos. Por lo tanto, Baena no hizo nada que pudiera implicar a otra persona. Y esa era una posición común entre los militantes antifranquistas: una camaradería y una disciplina que los llevaba a callar antes que delatar a otros, siempre que resistieran la tortura.
También hay otro factor: los acusados en el sumario de la calle Alenza adoptaron una estrategia común de negar todos los hechos y cualquier implicación. Lo único que reconocían era su pertenencia al FRAP, pero ninguna relación con los atentados. Y eso, si Baena sabía quién era el verdadero autor material, le perjudicó, porque lo ataba de pies y manos. No podía defenderse señalando a un cuarto hombre; solo podía decir que no sabía nada. Y eso perjudicaba sobre todo sobre quien recaía la acusación más grave: él.
En los últimos años, en cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática, se han declarado ilegales e ilegítimos los tribunales que los juzgaron y se han anulado sus condenas a muerte. ¿Basta con estas reparaciones simbólicas?
No. Es un paso importante, y todo avance que se haga para reparar la memoria de los cinco fusilados el 27 de septiembre de 1975 siempre será bienvenido, pero no es suficiente. Para las familias, evidentemente, nunca será suficiente, porque nadie podrá devolverles la vida de sus seres queridos fusilados. Y tampoco puede considerarse una reparación completa porque quienes cometieron aquella atrocidad nunca han tenido que rendir cuentas ante ningún tribunal.
¿Esa impunidad es la gran victoria del franquismo y la gran derrota del antifranquismo y de la democracia española?
Sin duda. Es una gran victoria del franquismo haber conseguido librarse de los crímenes que cometió sin tener que rendir cuentas. Eso es una losa que todavía hoy no se ha resuelto.
¿Qué le provoca que determinados sectores ahora se sientan con fuerza para cuestionar las leyes de memoria democrática, que aunque fueran simbólicas buscaban reparar la impunidad del franquismo y restituir la memoria de personas que lucharon contra la dictadura, pagando a menudo con cárcel, torturas o incluso con la vida?
Está ocurriendo algo muy dañino para nuestra sociedad: la desmemoria. Nunca debería olvidarse el terror que significaba vivir bajo la dictadura franquista. Habría que insistir, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, en que aquel fue un régimen funesto y terrorífico, donde se mataba a la gente por razones políticas y sin ningún tipo de justicia, y donde no había ningún derecho ni garantía democrática. Eso debería recordarse cada día. Si todo el mundo lo tuviera presente, no se cuestionarían las leyes de memoria ni habría planteamientos nostálgicos como los que a veces aparecen.
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