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Una de sustos con Julio Iglesias y la losa de una hipoteca

‘Malasaña 32’, debut en solitario de Albert Pintó, se adentra en el mundo de las casas encantadas con una historia de Madrid en 1976. La presencia sobrenatural de esta ficción da muchos sustos, pero menos miedo que la hipoteca que tiene la familia protagonista.

La familia protagonista mirando la fachada de su nueva casa.

España, 1976. Franco ha muerto. España respira y Madrid empieza a cocinar su explosiva y estimulante Movida. Es el espacio temporal en el que se desarrolla la primera película de Albert Pintó en solitario, Malasaña 32, tras la comedia negrísima, Matar a Dios, que codirigió con Caye Casas. Enfrentado al territorio del terror ‘en serio’ y con la leyenda “basada en hechos reales”, ahora se adentra en el mundo de lo sobrenatural y de casas encantadas y lo hace con intención de trascender el género.

Gran elección, esa España que sale de las tinieblas para caminar a plena luz del sol y con un horizonte hermoso por delante. ¡Qué mejor contexto que el final de una dictadura para mostrar los fantasmas de ésta todavía danzando por un país que ha sufrido la violencia, el miedo, el dolor, la intransigencia…! A ello aspira el equipo de esta película, rodada sobre un guion de Ramón Campos, Gema R. Neira, Salvador Serrano y David Orea, y que, sin embargo, desperdicia y desprecia cualquier posibilidad que ese entorno y aquella atmósfera les regalaban.

Casa encantada con hipoteca

Malasaña 32 es la historia de una familia que ha vendido su casa en el pueblo para empezar una nueva vida en Madrid. Con el abuelo y sus tres hijos, Manolo y Candela llegan a la ciudad cargados de maletas, con cartas de recomendación para empezar a trabajar y con la hipoteca del piso a sus espaldas. El dinero que ahora deben al banco es, por supuesto, una trampa. Cuando descubren que en su nueva casa hay una presencia sobrenatural que les hace la vida imposible, no tienen ni una peseta para salir de allí corriendo.

“Esta historia nos permitía además hablar sobre algunos de los temas que más nos interesan como creadores: el choque entre el campo y la ciudad, la familia, la maternidad, el rechazo al diferente… en un entorno social, el final de la dictadura y el comienzo de la democracia, de auténtica ilusión para nuestro país”. No miente cuando escribe esto el equipo creativo en las notas de producción de la película, este relato les hubiera facilitado hablar de todo ello, pero, después de verla, uno se pregunta a qué viene la mención de la dictadura en sus reflexiones. Malasaña 32 se les ha dado la vuelta como un viejo calcetín.

Concha Velasco, médium

Que la película pretende ser una ficción que subraya las herencias de la larga y feroz dictadura de Franco es una suposición alentada solo por las notas escritas para su estreno. Malasaña 32 es, de hecho, un quiero y no puedo, una película de terror llena de sustos que no trasciende absolutamente nada y que ni siquiera tiene ideas originales. Lo que sí hay en ella es una demostración, bastante burda, por cierto, de que los guionistas han visto Poltergeist y El exorcista antes de escribir su relato.

Familia en casa encantada con una presencia sobrenatural que quiere llevarse –y se lleva un rato– al niño más pequeño. Señora mayor –Concha Velasco– con una hija discapacitada en una silla de ruedas que sirve de médium con el fantasma. Y ya. Ni la idea de una nueva España próspera, Madrid no es el espacio de libertad que fue, sino el infierno en que se encuentran con sus demonios; ni los personajes son ilusionados españoles dispuestos a pelear un futuro mejor, resulta que en realidad han salido del pueblo huyendo (mientras una mujer agonizaba, su marido y su hermana se liaron).

Malasaña 32

Un momento de la película 'Malasaña 32'.

Los crímenes de Malasaña

Albert Pintó resuelve bien la realización. Cumple con los sustos. Pero no es suficiente para la película, para la que se ha utilizado la fachada del edificio de la calle San Bernardino en el cruce con Dos Amigos –la calle Malasaña termina en el número 32– y que, para rematar, no está basada “en un hecho real”.

La historia de Malasaña 32, al parecer, se inspira en distintos acontecimientos que ocurrieron en el barrio madrileño, más concretamente en la calle Antonio Grillo. Allí hubo de todo, se cometió un parricidio en 1962, un sastre mató a su esposa y a sus cinco hijos antes de suicidarse; además se encontró un cementerio de fetos de bebé en las cuevas de la bodega del número 9 de esta calle, donde hubo una clínica ilegal de abortos después de la Guerra Civil; en noviembre de 1945 la policía encontró el cuerpo de un hombre, asesinado, y en abril de 1964 una madre mató a su bebé.

Cualquiera de estas historias era, sin duda, más jugosa que la que se cuenta en Malasaña 32, que, por cierto, ha obligado a los periodistas a recordar la reciente Verónica, de Paco Plaza, una película que, esa sí, trascendía el género con creces y componía un retrato brillante del pánico que se vive en la adolescencia sustentado en una realidad social que decía mucho de la España en los barrios madrileños de los 90.

¡ADVERTENCIA! ESTE ÚLTIMO PÁRRAFO CONTIENE SPOILER: la resolución de Malasaña 32, último intento de salvar el experimento, tampoco funciona. El espíritu malvado de la casa es el de un hombre que se ponía vestidos, que quería ser una mujer y estaba obsesionado con ser madre. El fanatismo de la dictadura y el de su familia le obligaron a confinarse en su casa. Pero este pobre hombre no es, en la película, un alma en pena castigada a padecer el dolor y la intransigencia que ha sufrido en su vida para toda la eternidad, no da miedo por lo que sus gemidos reflejan, es un fantasma cabreadísimo, malvado y ladrón de niños. Y, esto sí da miedo, todo ello al ritmo de las canciones de Julio Iglesias y Rafael.

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