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Raúl descorcha la pegada

Raúl entró en las rotaciones de Schuster, pero el alemán tuvo que tirar de él cuando el equipo blanco era incapaz de romper el empate. El ‘7’ entró y marcó el 2-1.

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Partidos aparentemente intrascendentes como el de hoy son los que han hecho grande a Raúl. Su fiabilidad no se discute. El capitán sólo necesitó media hora para reactivar a un Real Madrid atascado en el interesante guión táctico diseñado por Lotina y escenificado con acierto por los jugadores del Deportivo.

Raúl, reservado en el banquillo por el famoso y polémico sistema de rotaciones de Schuster, apareció cuando el 1-1 se antojaba inamovible. El Madrid se aturullaba una y otra vez y el Deportivo se deshinchaba después de haber dominado el juego sin ser capaz de sentenciar.

Preocupante desidia

Como parece improbable que se trate de incapacidad, lo más preocupante del Madrid es su desidia. Un once como el de ayer, con varias novedades, puede sufrir un despiste inicial. Puede verse sorprendido por la jugada del gol de Xisco nacida de un saque del portero rival, pero lo que no se entiende es la reiterada facilidad con la que el conjunto gallego repitió idéntica maniobra.

Marcelo y Robinho anuncian escaso rigor defensivo, pero Schuster confia en Gago. El alemán adivina en el argentino el orden de Diarra y la clase de Guti. Lástima que el propio futbolista no acabe de creérselo. Sufre lo indecible para situarse donde debe y eso descompone al equipo.

El Dépor de Lotina sorprendió gratamente. Exhibió toque, velocidad y buen gusto. Virtudes apreciables pero insuficientes cuando eres incapaz de matar al rival. Escasos méritos cuando te acabas perdiendo en dibujar vistosos rondos en el centro del campo, en bonitas triangulaciones cerca del área rival que no acaban en nada. Corres el peligro de no rematar al contrario. Te juegas el pellejo cuando desde la banda acecha un tipo como Raúl.

El ‘7’, como siempre, obró con discreta eficiencia. Ya había olfateado la situación mientras calentaba, así que cuando salió ya sabía exactamente qué hacer. Apareció aquí y allá, en la derecha y en la izquierda. Se convirtió en la pieza justa que engranó la maquinaria blanca. Resquebrajó al Dépor.

Para ello, cómo no, contó con la inestimable complicidad de Guti. Una vez que consideró sembrada suficiente  dosis de desconcierto en el centro del campo, Raúl avanzó con sigilo. Sus piernas buscaron la espalda de los defensas, su mirada se cruzó un segundo con la de su amigo Gutiérrez. Y así llegó el gol que hizo añicos la igualada. Un golpe rubricado en el instante siguiente por la rigurosa expulsión de Sergio.

Cumplido el objetivo, el capitán se apartó de los focos. Tuteló con laboriosa mesura la importante victoria del equipo, pero dejando la pista libre a la desbocada calidad de Guti, a la magia de Robinho. Dos artistas que unieron sus respectivos talentos para crear el tercer y definitivo gol. Una obra de arte cuyo mecenas fue Raúl. Es él quien apareció en el campo para destapar la excelencia y la pegada del líder.   

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