Este artículo se publicó hace 3 años.
Los bancos empiezan a retirar su apoyo financiero incondicional a las grandes petroleras
La pandemia está dejando otra lectura trasversal en los mercados: la banca ha reducido un 9% sus líneas financieras a las empresas petrolíferas desde el inicio de la Covid-19. Comienza a calar la advertencia de que las inversiones deben "dejar de asumir un clima relativamente estable" porque "estamos al borde de que los riesgos se conviertan en realidad".
Madrid-
El viraje de gobiernos, sociedades civiles y empresas hacia la sostenibilidad y el combate contra la catástrofe climática se emprendió antes de la crisis sanitaria del coronavirus. Pero parece que ha virado con mayor intensidad con las secuelas de la recesión global derivada de la covid-19, a juzgar por no pocos vestigios surgidos desde los mercados de capitales. Jennifer Laidlaw, analista de S&P Global Market Intelligence, ofrece uno de ellos. Los bancos han comenzado a retirar sus apoyos crediticios a las supermajors y otros grandes emporios petrolíferos. Hasta en un 9% a lo largo de 2020. Aunque matiza que este sónar, aun relevante, todavía está lejos de convertirse en una tendencia efectiva. Los 60 mayores bancos comerciales y de inversión del mundo otorgaron a la industria petrolífera 750.730 millones de dólares de financiación, por debajo de los 823.680 de 2019, pero por encima de los 709.230 de 2016; el primer ejercicio posterior a los Acuerdos de París.
Los datos parten de Bloomberg Finance, en colaboración con la consultora de investigación energética Rystad Energy y la ONG ecologista alemana Urgewald, cuyo estudio ha sido esponsorizado por una asociación de defensa medioambiental de la que forman parte entidades como Rainforest Action Network, BankTrack, The Indegenous Environmental o la Oil Change International, entre otras. En el estudio se constata que tanto inversores como instituciones reguladoras -como los bancos centrales- han elevado su preocupación por el cambio climático en sus evaluaciones de riesgos y se avanza que las empresas de combustibles fósiles empiezan a ser percibidas como obsoletas por el mercado y con unos activos encallados por parte de los bancos de inversión por sus escasas adecuaciones a las exigencias de reducción de CO2 y a sus cambios estratégicos corporativos hacia la sostenibilidad.
"Los flujos financieros hacia las firmas fósiles en los últimos cinco años han estado definitivamente enfocados en la dirección errónea, pero los bancos parecen haber reforzado su cambio de decisión en 2020, a la espera de que el actual ejercicio corrobore si vuelven al business as usual o se consolidan sus nuevas directrices, en las que priman los proyectos verdes", aclaran sus autores.
El reingreso de EEUU en los Acuerdos de París, los ambiciosos objetivos europeos para lograr las emisiones netas cero de CO2 a la atmósfera en 2050 -con la corregida meta intermedia de una reducción del 55% de los gases contaminantes en 2030- y la correlación de fuerzas anunciada en la misma dirección por países como China, Japón e, incluso, Rusia, añaden dosis de optimismo al desafío de recortar el periodo de transición entre las energías renovables y los combustibles fósiles. Una cohabitación que podría no ser tan pacífica como apuntaba el consenso del mercado antes de la Gran Pandemia.
Entre otras razones, porque la rápida caída de costes de las fuentes limpias, que inducen a aventurar un descenso de los precios y de los beneficios de las compañías de petróleo y gas a lo largo de esta década. Algunas de ellas, como BP, Total o Shell han revelado ya una transformación en sus líneas de negocios, en nombre de los fondos de pensiones o de las carteras de inversión que se rigen bajo criterios ESG -Environmental, Social y Governance- que sostienen sus activos bursátiles, modificando sus inversiones hacia tecnologías y proyectos con sello renovable.
Los flujos financieros hacia las firmas fósiles han seguido la dirección errónea, pero los bancos parecen haber reforzado su cambio de decisión
Varios de los gigantes del sector -sobre todo, multinacionales europeas- se han comprometido con la era de recortes drásticos de emisiones. Incluso algunas de ellas, como la noruega Equinor, con sede en Stavanger, en los límites del Mar del Norte, se adelantó a sus rivales. Y ya a mediados de 2019, antes de la epidemia, su CEO, Eldar Saetre, lo sintetizó de esta forma tan elocuente: "La cuestión más importante para nosotros como compañía y como sector industrial, pero también para Noruega como nación es cómo mantenernos relevantes y al mismo tiempo competitivos", afirma antes de precisar: "No se trata de política, sino de negocios", y el nuevo rumbo de los mercados reclama energías conciliadoras con el medio ambiente. Equinor está convencida -enfatiza- de que la estrategia de bajas emisiones en la fase de producción es la que puede mantener a la compañía en las cotas de rivalidad y competitividad más elevadas. Tras lo cual, anunció que Equinor y sus asociadas se han propuesto invertir 5.700 millones de dólares para alcanzar el objetivo de reducir sus emisiones contaminantes en un 40% en 2030, el 70% en 2040 y el 100% en 2050. En líneas con la meta de la UE, aunque Noruega no forme parte del club comunitario.
Otro de los botones de muestra es Repsol, que recibió elogios del mercado cuando desveló, en diciembre de 2019, una táctica similar a la de Equinor, y suscitó una amplia difusión internacional con su mensaje de que focalizará su reto sobre el valor en vez de en el crecimiento productivo. La petrolera hispana también afirmó que revisaría su visión de futuro sobre la valoración de sus activos de crudo y gas en un mundo descarbonizado, lo que les supondrá un cargo en las cuentas de 4.800 millones de euros.
Los gastos, dicen en Repsol, serán redirigidos a la transición energética con inversiones en proyectos solares y eólicos que, de forma combinada, tendrán una capacidad de 1.600 mega watios, impulsando la cartera de renovables de la firma hasta el 40%. "Estamos convencidos de que debemos ser más ambiciosos en los objetivos de lucha contra el cambio climático" dijo Josu Jon Imaz, consejero delegado, porque "creemos que es ahora el momento de Repsol, en el que tenemos que demostrar toda nuestra confianza". La hoja de ruta de la cotizada hispana pasa por alcanzar una disminución de su producción contaminante del 10% en 2025 -a partir de un indicador de intensidad de carbono con base de emisiones en 2016- para alcanzar el 20% en 2030, el 40% en 2040 y emisiones netas cero en 2050. Y vinculará el 40% de las retribuciones variables de sus directivos a la consumación de los Objetivos de París.
Rémoras empresariales a las emisiones netas cero
Estas maniobras corporativas, sin embargo, no han calado en las petroleras estatales. Foreign Policy certificaba en un artículo de hace unas fechas que las National Oil Companies (NOC’s) no se han adentrado aún en las tácticas de reducción de sus exposiciones a sus negocios de petróleo y gas y de aumento de sus inversiones en tecnología para uso renovable. Y siguen contribuyendo en un 40% a los gastos de capital en combustibles fósiles. Alrededor de 1,9 billones de dólares. Pese a que una quinta parte de esta factura -más de 400.000 millones- se destinarán a proyectos de altos costes y alejados de los objetivos de París.
"Los mercados deberían tomarse más en serio el cambio climático. Estamos al borde de que los riesgos se conviertan en realidad”
Pese a la depresión de la cotización del barril de crudo de 2019 y 2020 -pese a la recuperación por los recortes de la OPEP+ en la última mitad del pasado ejercicio- en un clima generalizado y arraigado de altas volatilidades a lo largo de la última década. O de que emporios como Exxon Mobil -estandarte del rechazo de la industria del petróleo estadounidense a la neutralidad energética- haya pasado de ser la compañía con mayor capitalización bursátil -en 2013- a instalarse en el furgón de cola del Dow Jones, con pérdidas milmillonarias -de más de 22.000 millones de dólares en 2019, año en el que, no obstante, valoró sus beneficios en 14.300 millones-, por el camino; en menos de un decenio. Durante la que, en gran parte, fue dirigida por Rex Tillerson, el primer secretario de Estado de Donald Trump y uno de los ejecutores de la salida de EEUU de los Acuerdos de París. Exxon, a juzgar por los análisis del mercado, "se ha adentrado en una dinámica de descensos irreversible", de drásticos ajustes en sus gastos de capital, mientras no transforme su postura en favor de los combustibles fósiles.
El resto de la industria petrolífera americana, en general, no adopta el giro que se atisba con el Green New Deal que ultima la Casa Blanca y cuyos objetivos parecen estar a la altura de las exigencias europeas. Porque en el informe de S&P Global Market Intelligence se revela el "escepticismo" por la predisposición financiera de la banca estadounidense hacia las empresas fósiles americanas, a las que bancos como JP Morgan Chase les ha provisto de los mayores fondos entre 2016 y 2020, pese a que sus líneas crediticias decrecieron un 20% en los dos últimos ejercicios.
Como JP Morgan, Citigroup, anunciaron su compromiso de sustentar sus préstamos a las metas del acuerdo parisino. Lo hizo un mes antes del triunfo electoral de Joe Biden, que anticipó en campaña su intención de unir el destino de EEUU a los objetivos de sostenibilidad. JP Morgan desembolsó 51.300 millones de dólares al sector petrolífero americano y Citigroup, segundo prestamista, otros 48.390 millones. Entre las entidades europeas con más concesiones financieras -si bien, menos condescendientes que sus rivales de EEUU y, sobre el papel, más exigentes con los avales financieros futuros a las petroleras- destacan Barclays y BNP Paribas. Ambas dentro del top-ten bancario del informe de Bloomberg Finance.
La amenaza del cambio climático es lo que está marcando el cambio
Esto en medio de un clima de suspensiones de pagos masivas de las empresas en todo el mundo, tal y como constata S&P en su último diagnóstico de 2021. Muy por encima de la del resto de áreas de actividad. El diagnóstico también augura mayores dificultades financieras -y necesidades prestamistas- de las empresas vinculadas al negocio del gas y del petróleo. Todo ello apunta a una predicción que se empieza a configurar en el ambiente inversor. Los mercados, explican en la consultora McKinsey, "deberían tomarse mucho más en serio el cambio climático" porque, aunque los inversores y los organismos reguladores permanezcan atentos y alertas sobre los daños del efecto invernadero, el aumento global de las temperaturas amenaza con crear estragos. "Asumen que el clima será relativamente estable", advierten sus expertos, "pero estamos al borde de que los riesgos se conviertan en realidad".
Quizás esta amenaza sea la que esté marcando el paso bursátil porque los fondos de inversión con criterios ESG han superado la rentabilidad del S&P 500 en el primer año de pandemia. Es decir, en los doce meses desde la proclamación oficial de la epidemia de la covid-19, Entre el 5 de marzo de 2020 y la misma fecha de 2021. También, según cálculos de S&P Global Market Intelligence, entre los 26 fondos de inversión que operan bajo parámetros ESG en este mercado, con más de 250 millones en activos, su rentabilidad osciló entre el 27,3% y el 55%, frente a la revalorización del 27,1% del índice S&P 500. Dato que corrobora que las carteras de capitales bajo estas estrategias, de marcado cariz medioambiental- lograron retornos premium de beneficios. Y que confirma la preferencia inversora por colocar sus activos en fondos ESG, que alcanzaron en EEUU, en 2020, los 51.500 millones de dólares, más del doble que en 2019 y casi diez veces más que en 2018, según Morningstar.
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