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Entrevista

Núria Benach y Manuel Delgado: "En el estado capitalista todo espacio es negocio, territorio en venta"

Núria Benach y Manuel Delgado
Núria Benach y Manuel Delgado en una presentación del libr 'Márgenes y umbrales'. Cedida por la editorial

La geógrafa Núria Benach y el antropólogo Manuel Delgado, profesores de la Universitat de Barcelona, ​​publican 'Márgenes y umbrales. Revuelta y desorden en la colonización capitalista del espacio' (Virus Editorial), donde profundizan en las lógicas urbanas del capitalismo y cómo afecta esto al derecho a la ciudad de sus habitantes

En una conversación en la Facultad de Geografía e Historia, en el Raval, los dos profesores de la Universitat de Barcelona (UB) reflexionan sobre la aceleración de procesos como la privatización del espacio público o el encarecimiento de los alquileres a raíz de la pandemia: "Ha dado alas a intensificar aún más la desregulación en la que ya vivíamos", afirma Benach.

Los investigadores defienden que es necesario acompañar de medidas las mejoras urbanas que se están haciendo, como la superilla del Eixample o la pacificación de Via Laietana: "Lo que no se puede hacer es simplemente mejorar y dejar que el mercado actúe. Si haces esto, gentrificación asegurada", lamenta la profesora de Geografía Humana.

En las últimas décadas, la ciudad y los barrios se han transformado y esto tiene un impacto sobre la vida colectiva. Para Delgado, profesor de Antropología de las Religiones, "el poder se dedica a vigilar el espacio público, a garantizar que está en orden" para allanar el camino a la inversión privada. Sin embargo, defiende que la revuelta y la vida espontánea en Barcelona persisten: "Aún hay espasmos que demuestran la naturaleza viva de las ciudades".

¿Cómo funciona la dinámica de centro y periferia en la ciudad?

Núria Benach: Principalmente es un tema económico, es cómo funciona el sistema en general y la dinámica urbana en particular. Necesita concentrar valor en un área, y tener unas áreas a su alrededor que son todo lo contrario. Las periferias dan también valor al centro, desde el punto de vista económico y desde el simbólico.

¿Los impactos negativos sobre la periferia se pueden controlar con mayor regulación?

N. B: ¿Y a quién le importa, que haya consecuencias negativas en la periferia? Lo importante es que el centro funcione bien, que siga siendo atractivo para recoger inversiones. Y la periferia existe porque debe haber algún área que no sea el centro donde poner todo lo demás. En determinados momentos interesa paliar los efectos más malos, porque la gente también debe vivir, porque si no aquí se levantaría todo el mundo. Lo que hace la política es intentar regular algo, pero no porque le importe, sino porque necesita que las desigualdades y los conflictos estén algo controlados. Lo importante de todo esto es que es dinámico, y que lo que hoy es un centro mañana será una periferia, y al revés.

Manuel Delgado: Centro y periferia no son valores espaciales, sino políticos y económicos. Pedralbes está en la periferia y está clarísimo que es un centro en tanto que justamente genera plusvalías, mientras que el Raval es un barrio marginal que está en el centro. El truco consiste en inocular clases medias o altas en barrios que un día fueron periféricos y que de repente parecen atractivos. Hoy por hoy, y a cierto tipo de clase social, ya le está bien vivir en la periferia, incluso periferias con cierto pedigrí, hasta obrero. Hay mucha gente con poder económico que prefiere ir a vivir a Poblenou que a Sarrià. Barrios obreros como Poblenou tienen una especie de añadido que los hacen más valiosos aunque sea por sus connotaciones históricas.

En el libro hablan de casos de desplazamiento en Barcelona, ​​como por ejemplo el traslado de quienes vivían en barracas en la Barceloneta hacia la Mina. ¿Qué otros ejemplos existen?

N. B: La misma parte del Raval donde estamos ahora es una muestra de ello. Un espacio que estaba tan o más degradado como lo está ahora la parte de abajo y que ahora está súper bien; lo llaman el clúster cultural. Era un área interesante, atractiva, tenía patrimonio histórico y es bonito. Lo único necesario era una inyección de dinero empezando por dinero público: el CCCB, el Macba, la misma facultad... El objetivo era allanar el terreno para animar a que vinieran las inversiones privadas.

En las últimas semanas el Raval ha vuelto a ocupar titulares por la situación de la droga.

N. B: Esto es la teoría y en base a esto ya no debería quedar Raval cutre. Pero en la práctica a veces esto no funciona, y hay obstáculos y los inversores se marchan porque quieren un retorno. Aquí [los vecinos] no acaban de ser absorbidos ni de desaparecer; entre la afluencia repentina de la migración, cierta crisis inmobiliaria y después que la gente que vive resiste como puede, a pesar de la presión inmobiliaria y económica.

M. D: Donde estamos ahora también vivía gente.

N. B: Por supuesto. Y en la Rambla del Raval, y en la plaza dels Àngels...

Benach: "La pandemia ha dado alas a intensificar aún más la desregulación"

M. D: A pesar de los factores disruptivos, el sistema puede convertirlo en beneficios. Por ejemplo, vendiendo la parte aún no dominada del Raval como una especie de bazar multiétnico, donde se pone en valor estos discursos del multiculturalismo, como en Lavapiés, en Madrid, por ejemplo. Este factor también puede ser colocado como producto de mercado. Y hablando de la Mina, tanto este barrio como La Catalana (ambos en Sant Adrià del Besòs), son objetivos por destruir. La Mina es un problema; primero hubo el intento de trasladarla hacia adentro, fue la operación que dio pie a los disturbios más importantes que ha habido en Barcelona creo que desde el fin de la guerra, que fue la Intifada del Besòs en 1990. Los vecinos del Besòs interpretaron que la Mina se acercaría demasiado con la urbanización de un solar que había ahí. Pero ahora con esta idea de promocionar el litoral, el entorno de las Tres Xemeneies por ejemplo, ya ni siquiera reniega del nombre, ahora es la Nova Mina. Son pisos para cierta clase media que estará encantada de vivir en un lugar donde también habrá universidades... Pueden vender lo que quieran, incluso la miseria.

N. B: Para el capitalismo cualquier cosa es susceptible de ser empaquetada y vendida.

M. D: Hay sitios que son atractivos por su currículum histórico y otros de los que hay que deshacerse. La lucha por el espacio puede ser una lucha por los nombres. El caso más reciente es la milagrosa conversión de la Zona Franca en el Port de la Marina. Es una forma de borrar una memoria colectiva de una zona también en promoción.

N. B: La reconversión urbana en zonas de mayor nivel implica un borrado de la memoria.

M. D: Pobre [Francesc] Candel, si levantara la cabeza.

¿Estos procesos de expulsión del vecindario derivado de las acciones inmobiliarias han logrado desactivar la protesta en la ciudad?

M. D: Estos procesos de heterogeneización de los barrios, que implican incorporar a gente de cierta clase a los barrios que fueron populares, implica desarbolar lo que era una dimensión de clase que hacía que los barrios pudieran ofrecer resistencias heroicas en su momento. En el Raval, cuando se introdujo gente modernilla, aparecieron pancartas de 'Queremos un barrio digno'. De repente iban a vivir al Ravalistán, que decían ellos. Se dieron cuenta de que se habían equivocado y de que el barrio no podían redimirlo con su presencia. Y tampoco podemos hacerlo nosotros [la universidad]. Al llegar, queríamos formar parte del clúster cultural, y eso estaba abierto al barrio, la biblioteca, había una sala de tuppers... Lo han ido cerrando todo: ahora estamos blindados. Es lo que hay.

N. B: Porque también la Universidad no tiene una visión de cómo integrarse a su alrededor. Estamos en el Raval pero podríamos estar en cualquier sitio.

Benach: "Para el capitalismo cualquier cosa es susceptible de ser empaquetada y vendida"

M. D: Con esto de lo cultural, la intención siempre ha sido elevar el tono moral de los territorios. Vender un producto con el factor juvenil, dinámico... En el barrio de la Ribera, Sant Pere, el Born, eso sí que ya está absolutamente abonado a la depredación capitalista, la gentrificación, la tematización, turistificación... Allí sí que lo han conseguido.

N. B: El remate ha sido el turismo y los pisos turísticos. Una inversión salvaje. Una gentrificación con pisos no ya para gente [con más recursos], sino para el turismo. Esto ha acelerado un proceso que ya existía ahí de forma brutal.

En el libro hablan del papel del barrio en la acción colectiva. ¿La sustitución de la población a través de la gentrificación lleva a la eliminación del conflicto en la ciudad?

M. D: Los barrios cambian pero no tienen por qué ver afectada su identidad. Este discurso, que habitualmente se dirige contra el turismo, también puede afectar a los migrantes. Los barrios cambian, la cuestión está en que si no hay pobres es difícil que se desarrolle lucha de clases. Las luchas del sindicalismo de barrio que empezaron en los años 60 han desaparecido. Ahora hay un esfuerzo para expulsarte de casa, que es lo que acabarán haciendo tarde o temprano.

N. B: Antes el negocio era la fábrica, la producción... Ahora el negocio es la ciudad.

Delgado: "La lucha por el espacio puede ser una lucha por los nombres"

M. D: Y el habitante es un productor. El que antes trabajaba en la cadena de montaje, lo que hace ahora es vivir. Productor de espacio, porque el espacio en sí es un producto.

N. B: Si antes trabajaban en condiciones de explotación, ahora es la vida la que se ha vuelto precaria.

Antes en la fábrica se producía un producto, ¿ahora cuál es la actividad?

N. B: Tirar al suelo, volver a construir y hacer que sea más caro.

M. D: Para el capitalismo, espacio significa suelo. En el estado capitalista no existe espacio público porque todo espacio es por definición privado. Todo espacio es negocio, es mercancía. Territorio en venta.

N. B: El sector público a veces tiene una función de regular y otras de allanar el camino. Y ahora estamos en esa fase. Allanar el camino para que la ciudad tenga crecimiento económico, cree puestos de trabajo. Tenemos una batería de argumentos que se utilizan para facilitar la inversión privada a expensas de la vida de la gente.

Después de la pandemia, ¿se han acelerado estos procesos?

M. D: La pandemia ha sido un regalo del cielo.

N. B: Durante la pandemia se hizo el discurso de que cambiarían cosas, y ha sido todo mentira. Quieren recuperar el tiempo perdido.

M. D: Les va bien para justificar lo que en la práctica son nuevas formas de urbanismo que en nombre de la salud pública indirectamente lo que hacen es gentrificar. Cualquier intervención destinada a ello está condenada a modificar el precio del entorno. Estamos hablando siempre de un espacio público percibido como complemento al privado. Como no hay vivienda social, si eres pobre, no hay oferta. Te metes donde puedes, lo que implica un fenómeno de 'dispersión de pobres'. Esto incide en la opción de bajar a la calle y encontrarte a gente con problemas similares a los tuyos, y movilizarte.

Barcelona está viviendo una transformación con la pacificación de calles y supermanzanas. ¿La mejora urbana va ligada a la especulación?

N. B: Por lo general sí. Que no quiere decir que no haya que mejorar el espacio urbano para que vivamos todos mejor. Lo que no se puede hacer es simplemente mejorar y dejar que el mercado actúe. Si haces esto, gentrificación asegurada. Creo que una de las cosas que ha pasado con la pandemia es que ha dado muchas alas a intensificar aún más la desregulación en la que ya vivíamos. La postpandemia, con esta ideología sobre la recuperación, se ha utilizado para justificar el 'todo vale'. Un ejemplo es la ampliación de terrazas, es una privatización del espacio y sin la pandemia no habría pasado. La pandemia tuvo efectos negativos en ese momento, pero la postpandemia ha sido la excusa para todo.

¿La solución pasa por la movilización social o los poderes públicos pueden intervenir?

N. B: Siempre existe un pequeño margen para paliar los efectos más negativos. Esto es la política. Pero la raíz de todo es que estamos en una economía de mercado y que el suelo es privado y es un negocio; la movilización debe ir no sólo para reivindicaciones puntuales sino hacer una reflexión más profunda. Este sistema no va y cada vez va peor, hace sufrir más y a más gente. Y cada vez hace sufrir más a los que ya sufrían.

Benach: "La raíz de todo es que estamos en una economía de mercado y que el suelo es privado y un negocio"

M. D: La alternativa sería la socialización del suelo, pero a corto plazo es difícil.

N. B: Sí, pero si ya lo eliminamos de nuestra mente, ¿qué nos queda?

M. D: La alternativa sería un poder político que impusiera una voluntad de servicio colectivo. Pero eso es lo que no hay, porque ni en las ciudades ni en ninguna parte mandan. Manda lo que dice Núria, el mercado. El poder se dedica a vigilar el espacio público, a garantizar que está en orden: los skaters del Macba hacen ruido pero siempre quedarán mejor que los migrantes que había antes en la plaza. Los gobiernos vigilan el espacio público y lo mantienen en condiciones, pero cuestiones fundamentales como la vivienda están en manos de la libertad de mercado. Es el mundo al revés. La espontaneidad, la vida cotidiana, la calle, es lo que se vigila, y justamente lo que debería ser rigurosamente vigilado, es lo que queda en manos de la libertad.

¿Se hacen políticas insuficientes?

N. B: Se hacen políticas pero nunca van dirigidas a quienes más lo necesitan. Estamos en un momento en el que se amplifica la desigualdad por la banda baja.

M. D: Y no tienen miedo. Antes, las políticas sociales de los gobiernos de todo el mundo estaban permanentemente hechas a partir del miedo, porque cuidado, había un enemigo que tenía planes y estaba en condiciones de ofrecer una alternativa. Esto es lo que ha desaparecido. El capitalismo era más considerado cuando tenía un miedo real de que de una forma u otra se le acabara la historia por la presencia del segundo mundo, el socialismo. Una cosa es ser feroz sin enemigo, y la otra temiendo que la gente se enfade y se organice. La lucha en los barrios era una lucha organizada, ahora los barrios populares acaban votando a la derecha. El papel de la izquierda organizada, revolucionaria, automáticamente obligaba a todo el mundo occidental a hacer políticas de inquietud social, de 'no hace falta que os hagáis comunistas, porque podemos ofreceros algo por el estilo'. El famoso Estado del Bienestar.

N. B: Ahora no tienen freno. También porque tienen una capacidad de persuasión de la gente de que en el fondo esto es lo único que hay y que es lo que nos va a ir bien a todos. La cosa se ha refinado bastante.

M. D: Y se imponen discursos como que lo que te impide disfrutar del espacio son los migrantes... La gente acaba diciendo que la culpa de lo que le ocurre no la tiene el capital sino los migrantes. El eslabón más vulnerable.

En Barcelona vemos cada semana negocios de toda la vida que cierran y en su lugar abren cadenas. ¿Una ciudad uniforme no hace perder el interés?

N. B: El capital es muy móvil. Si una ciudad deja de ser interesante, por sobreexplotación, sobreturistificación, lo que sea, el capital se va a otro lado. No es la ciudad la que debe preservarse, es el negocio. Y si no se hace aquí, se va a hacer allí. El capitalismo siempre lo está deslocalizando todo.

Ahora en el espacio público prácticamente sólo podemos consumir. ¿Lo que no se pueda monetizar está condenado a desaparecer?

Delgado: "Hay gente en la calle y en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa"

M. D: Está condenado a ser perseguido, prohibido. Tenemos ejemplos clarísimos. La alcaldesa sale a decir que no habrá fiestas [de la Mercè] y se te juntan 40.000 jóvenes borrachos por Maria Cristina. Estos planes no siempre salen.

N. B: Hablando de la fiesta, cada vez más está organizada, ordenada, y la espontánea, al ser imprevisible, se convierte en algo a evitar.

M. D: Aquí, quieras que no, sin embargo, cada X meses acaban quemando cosas. Y no pueden evitarlo. Hace cuatro días fue por Pablo Hásel. No todo es controlable. Sin embargo, todavía hay espasmos que demuestran la naturaleza viva de las ciudades. Hay gente en la calle y en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa.

¿Todas estas consecuencias sobre la ciudad son irreversibles o se puede recuperar, por ejemplo, esa vida de barrio que ha ido desapareciendo?

N. B: Veo movimientos, iniciativas pequeñas, de barrio, sin pretensiones, que van haciendo. Creo que lo único que podemos hacer ahora es ir haciendo desde nuestro entorno cotidiano. No podemos enfrentarnos al capital como en otras épocas.

M. D: Ahora existe la impresión de que el capitalismo es invencible y estamos derrotados. Es difícil liberarte de esa impresión. Ahora bien, yo aún confío en las energías sociales. Hay vida en la calle. Que acabe convirtiéndose en rabia, furia, protesta, no lo descarto. Vivimos en un tiempo tan tremendamente restringido, que no sé qué pasará en unos años.

N. B: La perspectiva de una posibilidad de cambio, incluso radical, no debemos perderla nunca. No mañana, pero no podemos borrarla de la imaginación. Mientras tanto debemos defender y trabajar en nuestro espacio de todos los días, porque es lo único que tenemos.

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