Este artículo se publicó hace 14 años.
Simpatía profesional
Alicia Sánchez-Camacho, candidata del Partido Popular
Alicia llega más de una hora tarde a nuestra cita en el piano bar del Hotel Condes de Barcelona. Luce uniforme de campaña -chaqueta 'achanelada' blanca, pantalones negros y manicura francesa en unas uñas recortadas- y una sonrisa encantadora (de serpientes, o gaviotas) con la que se disculpa por la tardanza mientras nos cuenta que viene de Montjuic, de grabar el spot electoral al que, finalmente, ha decidido recortar unas frases. Tampoco pasa nada. Alicia pide un refresco, sin limón ni hielo, y algo de picar "para dar de comer a estos chicos, que estarán muertos de hambre de esperar" antes de entrar en faena.
"Yo tengo una mala imagen de usted porque veo la televisión". Así empiezo mi parte de la charla con Sánchez Camacho, y ella no se sorprende en absoluto. Es consciente de que en pantalla da una impresión mucho más dura de la que ofrece en persona (es cierto; de cerca, Alicia resulta menos amenazante de lo que aparece en el televisor, sus rasgos se suavizan y su actitud enérgica resulta hasta simpática; simpática profesional).
Hacemos un repaso de su dilatada carrera mediática, de su papel como tertuliana en el saloncito de Ana Rosa Quintana y sus habituales intervenciones en Intereconomía, un medio que es el mensaje, y no precisamente el mensaje moderado y conciliador que la candidata defiende en el cara a cara de nuestro aperitivo frente a croquetas, tacos de queso y aceitunas con hueso.
¿Xenofobia?De frente, tan cerca, Sánchez Camacho es una señora amabilísima que lo niega todo: ¿Un discurso incendiario sobre la inmigración? ¿Ella? Para nada: ella sólo quiere que se cumplan las leyes y no tiene ningún problema con los immigrantes. De hecho, su madre es vecina de unos etíopes y lo lleva fenomenal. ¿Una peligrosa obsesión por homologar lo real y lo normal para imponer su propio canon en un discurso excluyente? En absoluto; lo que pasa es que ella habla con la gente, sabe lo que preocupa de verdad a los catalanes, los asuntos que realmente son importantes y se niega a entrar en debates, sobre lengua o identidad, que no cree que lleven a ningún sitio.
Alicia quiere dar soluciones reales a los problemas reales de la gente normal, que debe de ser la que va a sus mítines, a sus encuentros con pequeños y medianos empresarios, la gente que le pide mano dura con los extranjeros sin trabajo y sin papeles... en fin, lo normal. ¿Derogar el matrimonio homosexual? Ya lo hablamos más adelante...
Claramente, todo ha sido malentendido. Fruto podrido de las constantes manipulaciones mediáticas, consecuencia de un sistemático maltrato al que los medios de comunicación someten a Alicia y a su partido. Pobrecillos. Son víctimas de un panorama informativo a la contra, de unos medios que, según Sánchez Camacho, "perdieron su opción de aglutinar el centro/derecha"; una oportunidad desperdiciada que, supongo, explicaría el lugar que han encontrado otros a su diestra extrema.
Una teoría -de la conspiración- fascinante que no le basta a la candidata para justificar los ataques -gratuitos e injustificados, por supuesto- de los que se siente objeto y que piensa que también obedecen al hecho de que el PP no haya gobernado nunca en Catalunya, como sí ha hecho en (otras) partes de España donde, asegura Alicia sin sonrojo, ha demostrado estar muy lejos de esa leyenda negra que carga en Catalunya: Galicia, ¡Valencia o Madrid! Es precisamente en ese momento cuando confundo uno de mis globos oculares desprendidos de su cuenca con una aceituna y me lo meto en la boca por error. Alicia es grande, muy grande.
Alicia tiene una pasmosa capacidad de convicción y seducción en el tú a tú, sabe manejar el contacto físico a la perfección -una mano cariñosa sobre mi antebrazo en un momento de la charla- y sería capaz de provocar un huracán en cualquier hemeroteca para hacer volar por los aires todas las barbaridades que lleva años soltando por esa boca (mucho menos aparatosa al natural, o lo que sea) sólo con su encanto personal; habría que ver después cuánto tardan en volvernos a sepultar todas las páginas, los vídeos de sus intervenciones televisivas y los cortes de voz donde reaparece la otra Sánchez Camacho. Cuánto tardan y cuánto pesan al caer.
Hablamos de liderazgo, de ilusión, de generar y canalizar el debate (ya saben; lo real y lo normal), de la responsabilidad pedagógica de los políticos, de un discurso más elaborado, con matices y de algunas otras cosas que no puedo mencionar aquí porque Alicia impone el 'off the record', que es una expresión que me encanta y me hace sentir garganta profunda afónica y total. De todo eso hablamos, y ante todo ello la actitud y las respuestas de Sánchez Camacho son tan impecables, funcionan tan bien en lo personal -sin hipertexto ni documentación contradictoria, sin pruebas del conflicto entre discurso público y privado- que dan ganas de creérselo todo y pensar que no es ella, soy yo.
Dejo para el final mi pregunta sobre la postura de Rajoy y del PP ante el matrimonio gay -al fin y al cabo, como hombre casado con otro es un asunto que forma parte de mi realidad y mi norma- y me vuelvo a encontrar con el argumento estándar: sí a los derechos civiles, no al uso de la palabra matrimonio, que para muchos significa algo muy diferente a lo nuestro, algo mucho más tradicional, sagrado y heterosexualísimo.
Bodas heterosexualísimasDe acuerdo, Sánchez Camacho, tengo una propuesta para usted y para el PP: si llegan a gobernar, deroguen la ley y elaboren otra por la que sólo pueda denominarse matrimonio aquella unión indisoluble entre un hombre y una mujer sellada por la iglesia católica y por la cual ambos cónyuges se comprometan a mantener relaciones sexuales con fines únicamente reproductivos. Háganlo así y conviertan en uniones de hecho todas las demás, sean heterosexuales y homosexuales y, por supuesto, modifiquen el nombre del matrimonio civil. ¿Qué le parece? Para mi estupor, Alicia entiende mi 'boutade' como un interesante asunto de debate, mucho más que la posibilidad de cambiar el orden de los apellidos, por ejemplo. Acabáramos.
Hemos terminado la entrevista, me he secado la salmuera de los globos oculares y los he vuelto a colocar en su sitio. Ya de pie, a punto de despedirnos, Alicia se dirige a mí y pregunta: "¿Qué horóscopo eres?" ¡Plop! ¡Plop! (Genial: ahora me toca recoger, a tientas, los ojos de la moqueta).
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