Dominio público

Casado, solo con Vox: el ejemplo Le Pen

Ana Pardo de Vera

Santiago Abascal, líder de Vox, y Marine Le Pen, de Reagrupación Nacional, durante un encuentro de 2017 hecho público por Vox. VOX
Santiago Abascal, líder de Vox, y Marine Le Pen, de Reagrupación Nacional, durante un encuentro de 2017 hecho público por Vox. VOX

En un mismo país, extrapolar resultados de unas elecciones autonómicas a unas generales o, incluso, a unas municipales es arriesgado, por mucho que los y las (no) votantes sean las mismas personas en unos comicios y otros. Hacerlo de un país a otro es directamente comprometido, pero creo que años de eclosión de la ultraderecha en Francia (e Italia y Alemania y Hungría y Polonia...) pueden ayudarnos a entender mejor el momento y el futuro de la derecha (que se dice centrista) en España, donde también el neofascismo ha campado en las instituciones y deshinbido comportamientos sociales violentos que se sienten amparados por los discursos de sus políticos odiadores de la diversidad y la democracia.

El espejismo del discurso de Pablo Casado, líder del PP, durante la moción de censura presentada por Vox contra el presidente del Gobierno ("Hasta aquí hemos llegado"), Pedro Sánchez, se ha desvanecido completamente tras la aplastante victoria de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, cuyas fronteras ideológicas con Vox aparecen claramente identificadas; tras la concesión de los indultos a los presos independentistas por el Ejecutivo, y con la aprobación de la ley de eutanasia, entre otras cuestiones como los titubeos sobre si colgar o no la bandera arcoiris en el Ayuntamiento de Madrid para la celebración del Orgullo LGTBIQ+ de 2021, del que la capital es referente global.

La derecha que se llama centrista frente a la ultra(que lidera en el Congreso Santiago Abascal) vive desde los acontecimientos citados en un constante dejarse arrastrar por Vox. La falta de un liderazgo consolidado (que subraya el desmarque de tantos barones autonómicos de decisiones consideradas trascendentales como la manifestación de la Plaza de Colón del pasado 13 de junio), los vaivenes en la estrategia de oposición (incapaz de llegar a acuerdos con el Ejecutivo, incluso, en crisis de Estado como la pandemia o el ataque de Marruecos utilizando balas humanas en la frontera con España) y la falta de un relato diferenciado del de Vox, sin límites siquiera en la crítica furibunda a quienes han sido aliados naturales de la derecha, como la cúpula eclesiástica, la empresarial o la monarquía, están generando auténtico pánico en el PP más moderado, muy crítico con la dirección nacional del partido y particularmente, con el secretario general, Teodoro García-Egea, partidario de la línea más dura y nacionalpopulista del PP para neutralizar a la ultraderecha. Craso error.

Las recientes elecciones regionales en Francia supusieron un varapalo para una ultraderecha en alza hasta ahora. La formación liderada por Marine Le Pen, Reagrupación Nacional, confiaba en un ascenso y en su implantación territorial: perdieron diez puntos con respecto a los anteriores comicios de 2015. Es verdad que la abstención en estas regionales fue histórica, superior al 66%, pero los analistas sobre el terreno han destacado en estos días que la ausencia de votantes no justifica tamaño descalabro de la ultraderecha francesa, referente de Vox en España. La cuestión, subraya uno de los análisis más extendidos sobre Reagrupación Nacional, ha sido, por un lado (y eso ha afectado en general a todos los partidos franceses) el cansancio pandémico de los/as votantes y, por otro, la falsificación que Le Pen ha pretendido hacer de su proyecto frente al nacionalpopulismo original que le dio la temible proyección nacional y europea: mensajes suavizados, más parecidos a los de la derecha tradicional, fichajes de políticos y políticas asociados a este ala ideológica...


El aislamiento que la derecha europea normal ha decidido establecer en torno a los neofascismos, y que la Comisión Europea se esfuerza en subrayar con el tajante rechazo a las medidas antidemocráticas de los gobiernos de Hungría y Polonia, parece estar dando sus frutos en Francia, aunque aún es pronto para echar las campanas al vuelo en la Notre Dame también pendiente de restauración. Lo que sí muestra la derrota de Le Pen frente a las expectativas creadas es que, en esta lucha soterrada por la hegemonía de la derecha, solo puede quedar uno: un PP mimetizado por Vox con una ultraderecha más fuerte (siempre es demasiado) o un Vox destruido por una derecha demócrata y liberal. En Francia va ganando el original frente los intentos de Le Pen -que a estas alturas, no engañan a nadie- de presentarse ahora como una demócrata liberal; en España, por ahora, los postulados de Vox van por delante, con un Casado echado al monte más rancio y reaccionario. Solo, sin dios ni rey.

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