Punto de Fisión

No votes, ya verás qué risa

No votes, ya verás qué risa
El presidente de Vox, Santiago Abascal, interviene en una reunión con los representantes de Solidaridad, en Leganés , a 16 de julio de 2023, Madrid (España).- Fernando Sánchez / Europa Press

Valle-Inclán dijo una vez, por boca del Marqués de Bradomín, que había dos cosas que no entendía: el amor de los efebos y la música de Wagner. En mi opinión, ambos escollos son chistes comparados con un par de misterios completamente impenetrables: el obrero de derechas y el abstencionista de izquierdas. Los deslumbrantes razonamientos que llevan a un panadero, a un parado o a un pensionista a votar al PP o a Vox me resultan el equivalente mental de la mecánica cuántica, esas ecuaciones inexpugnables que funcionan sin que nadie sepa exactamente por qué. Un científico comentó una vez que el universo no sólo es mucho más extraño de lo que imaginamos, sino que es infinitamente más extraño de lo que podemos imaginar.

Pese a su inverosimilitud psicológica y económica, el obrero de derechas, al igual que la señora que vota a Vox, son anomalías democráticas a las que nos hemos terminado acostumbrando, lo mismo que a las cartas mecanografiadas de los candidatos que reclaman nuestro voto como si fuésemos parientes. A lo que nunca nos acostumbraremos (al menos yo no puedo acostumbrarme) es al tipo que se declara votante de izquierdas al tiempo que anuncia que pasa de ir a las urnas por las razones que sean. Lo que me recuerda las penúltimas palabras de Werner Heisenberg, el físico que formuló el principio de incertidumbre, la relación de indeterminación que sacó de sus casillas a Einstein y le hizo exclamar: "¡Dios no juega a los dados!". Poco antes de morir, Heisenberg dijo que tenía dos preguntas que hacerle a Dios: por qué la relatividad y por qué la turbulencia. "Creo que con un poco de suerte podrá responderme a la primera pregunta".

Comprendo que hay un montón de motivos para la abstención, desde la enésima traición al pueblo saharaui al espectáculo lamentable de la izquierda perpetrando su enésimo harakiri, pero todos ellos deberían esfumarse como un pedo en el aire ante la posibilidad de que el fascismo de Vox entre por la puerta grande en el Gobierno. El votante de izquierdas que examina los programas de los partidos y prefiere quedarse con hambre antes de escoger las opciones de un menú barato y poco apetitoso no acaba de entender que de lo que se trata ahora no es de pasar más o menos hambre, sino de no comer mierda. Da la impresión de que, al ir a ligar a una discoteca, no se conforma con la chica o el chico más agradable a la vista: él lo que quiere es ligarse a Brad Pitt o a Monica Bellucci. Por desgracia (por suerte para Pitt y para Bellucci), ni las utopías ni los sueños suelen estar disponibles.

A lo largo de las cuatro décadas largas de democracia, hay un millón y pico de votos indecisos que en unas pocas ocasiones ha decidido decantarse del lado de la izquierda –suponiendo, por simple oposición geográfica, que el PSOE represente la izquierda: sin duda, la mayor virtud del PSOE en todos estos años consiste en que no es exactamente el PP. Ese vuelco electoral se ha producido casi siempre gracias al hartazgo, la indigestión que los sucesivos gobiernos de derecha han provocado con sus privatizaciones, su ineficacia y su corrupción endémica. Pero el votante de derechas acudirá a las urnas llueva o haga sol, porque le dan igual las mentiras, las corruptelas, las listas de espera en la sanidad, el retroceso de décadas en los derechos humanos, la jubilación a los 70 años y el desmantelamiento de los servicios públicos.

La clave en los comicios del próximo domingo estará en ese millón y pico de izquierdistas estreñidos que guardan su voto en el culo como si fuese oro, que actúan como Pepe, el niño hispano de Astérix, enfadándose mucho y aguantando la respiración durante cuatro años. Heisenberg tenía razón: no hay Dios que explique la turbulencia.

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