Rancho Izaguirre: el campo de exterminio y de tráfico ilegal de órganos del cártel Jalisco en México

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Un campo de exterminio, un verdadero campo de concentración. Esto es lo que ha sido durante muchos años el Rancho Izaguirre, una finca ubicada a 60 kilómetros de la ciudad mexicana de Guadalajara. Detrás de sus puertas han torturado a decenas personas, las han engañado para someterlas a adiestramientos y hasta las han matado. En la finca se han encontrado hornos crematorios, huesos humanos, zapatillas y montones de objetos personales aún sin identificar.
El estado de Jalisco se ubica en la costa oeste de México y es el territorio con mayor número de desaparecidos del país, con más de 15.500 personas en paradero desconocido.
El grupo Guerreros Buscadores apenas tiene un año de vida. Nació en 2024 como respuesta a las acciones del crimen organizado en su zona. Se dedican a buscar a sus familiares desaparecidos y gracias a ellos se descubrió el horror de Teuchitlán, la localidad a la que pertenece el rancho.
La presencia de miembros del crimen organizado en la finca fue confirmada por las autoridades militares y judiciales mexicanas el pasado 18 de septiembre. Ese día fueron detenidas 10 personas, rescataron a dos secuestrados y se encontró un cadáver.
Sin embargo, todo quedó ahí. Pese a que las autoridades, supuestamente, rastrearon el rancho días después, no encontraron nada. Tuvieron que pasar casi seis meses para que varios miembros del colectivo Guerreros Buscadores, miembros de la sociedad civil, entraran en la finca después de recibir varias llamadas anónimas y se encontrasen con lo peor: 1.300 objetos personales de personas desaparecidas y un montón de huesos en fosas clandestinas e incluso hornos crematorios enterrados.
La finca cuenta con unas 10.000 hectáreas y según los indicios estaba controlada por el Cártel Jalisco Nueva Generación, que es el que opera en la zona. Los miembros de este cártel utilizaban el espacio para adiestrar, entrenar y preparar a jóvenes a los que obligaban a sumarse a su clan.
En el terreno hay un área de entrenamiento táctico y otra de acondicionamiento físico, así como armas, chalecos y casquillos de bala. Los jóvenes, según denuncian desde el colectivo Guerreros Buscadores, eran engañados con ofertas de empleo falsas y llevados hasta allí.
El horror de las víctimas
Entre los objetos que se encontraron en la finca, estaba un cuaderno con más de 100 nombres apuntados que podrían corresponderse con los de muchas de las personas que pasaron por allí.
También apareció una carta de despedida de un joven de 21 años que, según las autoridades, sigue vivo. Él podría haber sido uno de los pocos que lograsen salir con vida del lugar.
La líder del colectivo, Indira Navarro, ha hablado con varias de las personas que pasaron por allí y muchos incluso le han confirmado que era un lugar de tráfico ilegal de órganos. “Muchos testigos han dicho que había personas a las que las colgaban de un tractor para que se deshidratasen, después les echaban gasolina o algún tipo de hidrocarburo y les prendían fuego”.
Todavía no se ha determinado el número de víctimas ni se sabe desde cuándo se encuentran todos estos objetos y huesos allí. Pero lo que sí han confirmado los responsables de la investigación es una nueva modalidad que no había sido utilizada por el grupo criminal: ocultaban los restos calcinados bajo una losa de ladrillo y una capa de tierra.
Raúl lleva buscando a su hijo desde 2018 y, como tantas otras familias, no descarta que pueda haber pasado por aquí. Él, junto con otros miembros de los Guerreros Buscadores, salen cada semana a buscar a sus familiares desaparecidos.
El caso de Norma es diferente a los del resto. Ella lleva buscando a su hijo desde el día 3 de noviembre de 2023. Se llamaba Ángel Jesús Hernández Hernández y desapareció por la noche en Tlajomulco de Zúñiga, su pueblo, media hora después de hablar con ella por teléfono.
Cuando ocurrió aquello, Norma y su marido comenzaron a buscarlo, hasta que un día los asesinos de su hijo secuestraron a Norma y le enseñaron vídeos de cómo lo mataron. Por eso ella sabe que él no pasó por el Rancho Izaguirre.
“Lo más duro es tener que cruzarme los asesinos de mi hijo por el pueblo y tener que mirar para otro lado, agachar la cabeza”, confiesa Norma.
El caso del Rancho Izaguirre ha consternado y ha sorprendido al mundo entero, pero no es el único espacio de estas características en el estado de Jalisco. “Ahí cerquita hay como cuatro o cinco ranchos más, al lado está el Rancho La Vega y el cerro de Ahualulco del Mercado, donde también dicen que hay muchos cuerpos”, afirma Raúl.
La respuesta del Gobierno
La presidenta mexicana, Claudia Shienbaum, ha cuestionado la actuación de las autoridades. Junto con ella, el fiscal general de la República, Alejandro Gertz, declaró que no era posible que las autoridades locales de Jalisco no supieran lo que pasaba. Sin embargo, el alcalde de Teuchitlán se ha lavado las manos y ha dicho que no tenía ni idea de lo que pasaba allí. Desde Público hemos intentado ponernos en contacto con él, pero ha sido imposible.
Tras este descubrimiento aún quedan muchos interrogantes por responder. Pero lo que sí queda claro es que el Rancho Izaguirre es mucho más que una fosa clandestina. Es un espejo brutal de lo que ocurre cuando la impunidad, el miedo y la complicidad de la Administración con el narcotráfico se normalizan. Es un lugar donde el horror fue cotidiano y el silencio, institucional.
Y mientras los responsables se esconden tras excusas y declaraciones vacías, decenas de familias siguen cavando con sus propias manos, buscando respuestas y algo de justicia.
Porque lo más desgarrador no es solo lo que ocurrió dentro de esas 10.000 hectáreas de terror, sino lo que sigue ocurriendo fuera: una sociedad que mira hacia otro lado y un sistema que ha permitido que en pleno siglo XXI exista un campo de exterminio sin que nadie lo detenga a tiempo.
El Rancho Izaguirre ya es parte de la historia, pero el dolor de sus víctimas sigue estando presente. Y mientras no haya verdad, justicia y memoria seguirá siendo también parte de nuestro futuro.




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