Crónica a bordo, días 27, 28 y 29La odisea del Adara: el último barco de la Flotilla en salir avanza imparable hacia Gaza a base de rutina y resistencia
Tras dos días detenida cerca de Creta, la Global Sumud Flotilla ha vuelto a zarpar y encara su último tramo: 460 millas náuticas hasta Gaza. En esta nueva crónica, nos sumergimos en la vida diaria del Adara, una de las embarcaciones que participa en la misión humanitaria.

A bordo de la Flotilla--Actualizado a
El Adara, una vieja y elegante goleta turca de dos mástiles, sirvió durante décadas de barco de recreo para que acaudalados turistas de Barcelona se sintieran marineros durante unas horas y pudieran surcar plácidamente las costas catalanas. Hoy, esta embarcación diseñada para el disfrute de doce tripulantes cruza el Mediterráneo de punta a punta con 23 personas de 13 nacionalidades hacinadas a bordo.
Las colchonetas donde antaño los turistas tomaban el sol sirven ahora de camas para los activistas, la destartalada barra de bar de popa hoy solo alberga chalecos salvavidas y en la sala de máquinas se acumula desordenada ayuda humanitaria para Gaza. Todas las personas a bordo cocinan, limpian o vigilan. Habitaciones y baños se comparten. Un cubo colgado a estribor sirve de ducha, pila para fregar los platos y barreño para lavar la ropa.
Desde que los drones atacaron a la Flotilla el pasado 24 de septiembre, la tripulación prohibió, por seguridad, dormir en la cubierta del barco. Cuatro discretos camarotes y un improvisado salón se ven obligados a dar acomodo, por turnos, a los activistas durante la noche.
En alta mar la vida del barco nace y muere con el sol. El día cada vez es más corto. Cuando el Adara partió de Barcelona el pasado 31 de agosto, el sol se ponía a las 20.26 horas. Ahora, que avanzamos hacia el invierno y hacia el este, cada día perdemos unos minutos de luz. Este domingo 28 de septiembre ha amanecido pasadas las 07.00 y el sol se ha puesto a las 19.07. La noche y el día ya duran lo mismo en el Mediterráneo oriental.
La organización ha impuesto una norma estricta: está prohibido fotografiar o hablar públicamente de la comida a bordo. "No queremos mostrar alimentos mientras en Gaza la gente muere de hambre", explican.
La vida del barco se sostiene gracias a pequeños hábitos. "Estar en el barco tiene mucho de rutina, y esa rutina nos da cierta calma: nos permite sentir que el día es predecible, cuando en realidad no sabemos si Israel nos volverá a atacar o intentará asaltarnos. Es una manera de recuperar una sensación mínima de control en medio de la incertidumbre", asegura Samuel Rostøl, un enfermero infantil de 41 años natural de Noruega.
Con los primeros rayos del día, la luz y el calor despiertan a la tripulación del Adara. Una hoja colgada en el salón marca el ritmo de la vida a bordo: qué pareja prepara el desayuno a las 07.00 y lo sirve a las 08.00, quién se encarga de la comida —lista a las 14.00— y quién de la cena, servida puntualmente a las 20.00. La coordinación de estos turnos recae en Julia Nina Rojas, joven danesa-peruana de 25 años. "Es muy difícil organizar la vida en el barco; no hemos tenido dos días iguales por los problemas mecánicos y los ataques", reconoce.
En esta Global Sumud Flotilla, la organización ha impuesto una norma estricta: está prohibido fotografiar o hablar públicamente de la comida a bordo. "No queremos mostrar alimentos mientras en Gaza la gente muere de hambre", explican. Las raciones son modestas. La comida fresca adquirida en los puertos de Barcelona y Túnez comienza a escasear, y los platos a bordo se reducen ya, en su mayoría, a conservas, siempre con opciones halal y veganas.
Nina admite que cocinar para 23 personas en una cocina pensada para 10 es un desafío diario: "Las ollas son demasiado pequeñas, los fuegos no están adaptados al barco, tenemos que sujetarlas para que no se muevan, no podemos abrir las ventanas mientras navegamos y el gas hace que el calor sea insoportable. Aun así, aunque sea incómodo, estoy muy contenta y orgullosa de cómo nos organizamos", dice con una media sonrisa.
Pero el mayor reto del Adara ha sido técnico. Fue el último barco en salir de Barcelona: motores, timón, piloto automático, GPS, bombas de achique y cisterna fallaron, obligando a la goleta a zarpar tres veces y regresar otras tantas con nuevas averías. La organización llegó a dar por perdido el barco y los tripulantes estuvieron a punto de abandonar la misión. Una tripulación obcecada consiguió que el Adara navegase, no sin problemas. "De la frustración al éxtasis, de pensar que no podíamos salir a pensar que ahora podemos llegar a Gaza", afirma Jordi Coronas, concejal de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el Ayuntamiento de Barcelona y patrón de barcos.
La necesidad ha convertido a Ognjen Marković, el tripulante más joven del Adara, en mecánico improvisado. A sus 24 años, este artista plástico serbio ha cambiado los pinceles por las herramientas del barco. Su camiseta, manchada de aceite de motor y salpicada por las acuarelas con las que mata los ratos libres, refleja esa doble vida. "Los problemas aparecían uno detrás de otro. Me sentía decepcionado y desesperado, llevábamos once días preparando el barco, habíamos llegado con antelación y parecía que no había solución", recuerda. “Desde que me despierto estoy en alerta para reparar lo siguiente. Ahora es el ancla lo que no funciona, pero bueno, es una cosa menor. Imagínate lo que significa que el ancla sea un problema menor en un barco", bromea con su marcado acento serbio.
Oggy, como es conocido a bordo, es el único serbio de la Flotilla. Ha decidido continuar pese a la posición abiertamente hostil de su gobierno. "Tengo más miedo a las repercusiones cuando regrese a Serbia que a la propia detención por parte de Israel", admite con gesto sobrio. Este mismo viernes el presidente Aleksandar Vučić se reunió con Benjamín Netanyahu durante la Asamblea General de la ONU.
Serbia no es el único país que ha dejado a sus nacionales sin respaldo consular ante una eventual detención. En el Adara viajan también la diputada argentina Celeste Fierro, militante del Movimiento Socialista de los Trabajadores; la británica Evie Snedker, y la ecuatoriana Nicole Monserrathe León. Sus respectivos gobiernos se han desmarcado de la iniciativa humanitaria y han pedido expresamente a sus ciudadanos que abandonen la expedición.
La Flotilla ha pasado más tiempo detenida que navegando. Los problemas técnicos, la mala mar, los ataques israelíes y las deficiencias organizativas han alargado este periplo por el Mediterráneo.
Durante el día, siempre que el mar lo permite, la popa del Adara se transforma en el punto de encuentro de la tripulación: un espacio abierto de unos 30 metros cuadrados cubierto por una lona azul que los resguarda del abrasador sol mediterráneo. El salitre y la intemperie han curtido los rostros, tostados por semanas de travesía. Las barbas crecen desordenadas y desiguales. Lo que debía ser un viaje de dos semanas se ha convertido ya en un mes de odisea.
La Flotilla ha pasado más tiempo detenida que navegando. Los problemas técnicos, la mala mar, los ataques israelíes y las deficiencias organizativas han alargado este periplo por el Mediterráneo. Tras dos días detenida cerca de Creta, la Global Sumud Flotilla ha vuelto a zarpar y encara su último tramo: 460 millas náuticas hasta Gaza, cinco días para divisar la costa y apenas dos para adentrarse en la zona de posible interceptación.
La advertencia de que Israel podría confiscar los objetos de valor ha obligado a los pasajeros a viajar ligeros de equipaje. Los libros circulan de mano en mano y el único ordenador a bordo —con el que se redacta esta crónica— se comparte entre todos para revisar correos y explicar a jefes y familiares los constantes retrasos de la misión.
Dos veces al día se limpian los baños y las zonas comunes. Durante una semana, la avería de la cisterna dejó inservibles los retretes y obligó a la tripulación del Adara a usar cubos. "Lanzando todo por la borda, como los piratas", bromea Saddaqat Khan, escocés que pasa casi tanto el tiempo peleando con la sala de máquinas como "disfrutando" del resto del barco.
La falta de privacidad y de sueño empieza a pasar factura. "Compartir cama con cinco personas que eran desconocidas hace un mes es un reto, pero lo asumimos por algo más grande: creemos que podemos marcar la diferencia para la gente de Gaza. Eso nos une y nos convierte en confidentes, amigos y camaradas. Pese a estar lejos de cualquier comodidad, este es el mayor honor de nuestra vida", afirma el enfermero noruego.
Para Ariadne, brasileña de 36 años, esa falta de privacidad en el barco "es un desafío", pero recuerda que "esto no es un viaje turístico, es una misión humanitaria organizada por la sociedad civil. No estamos acostumbrados a este tipo de experiencia y claro que echamos en falta los momentos cotidianos de la vida, pero no es nada comparado con lo que se vive en Gaza. Lo hacemos por ellos".
Cada día, a las 12:00 horas en punto, los tripulantes del Adara se reúnen en cubierta para recibir la actualización sobre el estado de la misión. "Estamos a dos días de una posible intercepción israelí y a cuatro de llegar a Gaza. Tenemos que aumentar la visibilidad de la Flotilla: cuantos más ojos nos miren, más protección tendremos", informa Ariadna Masmitjà, activista catalana y organizadora de la Flotilla. En su nuevo rol de traductor, quien firma esta crónica repite sus palabras en inglés. Sonrisas nerviosas y aplausos.
Durante el día, la tripulación del Adara se organiza en turnos de cuatro personas para cumplir guardias de dos horas, entre tareas de seguridad y navegación. Pero es al caer la noche cuando la vigilancia se intensifica.
Las horas muertas se combaten con música, lectura y charlas. Un tambaleante internet satelital conecta al Adara con el resto del mundo: “El móvil es una puerta al exterior. Todos los días hablo con mi familia y me siento como si por un momento te pudieras teletransportar a ese espacio seguro que es tu casa” asegura Arlin Medrano, mexicana de 25 años.
Durante el día, la tripulación del Adara se organiza en turnos de cuatro personas para cumplir guardias de dos horas, entre tareas de seguridad y navegación. Pero es al caer la noche cuando la vigilancia se intensifica. Con el sol ya oculto, la vida a bordo comienza a apagarse y el barco se sumerge en una calma tensa. Los activistas escrutan con obsesión el cielo, atentos a cualquier destello, mientras afinan el oído en busca del zumbido inconfundible de las hélices. Buscan drones. Desde que la flotilla zarpó de Barcelona el pasado 31 de agosto, los incidentes con estos pequeños aparatos han sido una constante.
Evie Snedker, de 26 años y natural del sur de Inglaterra, renunció a su trabajo en el Ministerio de Defensa británico para embarcarse en la flotilla. “Moralmente no podía seguir apoyando una organización que es tan cómplice de un genocidio” asegura. Evie se mueve ágil por el barco, con la habilitad innata que solo tienen quienes han crecido en el mar.
Casi a diario, la tripulación ensaya protocolos frente a posibles emergencias: incendios, ataques de drones o una intercepción en alta mar. “Los protocolos son un escenario real que tenemos que entrenar”, explica. “Somos un grupo con poca experiencia en estas situaciones, con recursos limitados y muy cansados; eso aumenta el riesgo de accidente, ya sea interno o externo. Tener un protocolo nos permite controlar lo que está en nuestras manos. Hay demasiadas cosas que no podemos prever, pero no debemos exponernos a riesgos innecesarios”. Snedker subraya que el compromiso de la flotilla es inequívoco: “No puedes combatir fuego con fuego. Somos civiles, y nuestra fuerza está en la no violencia. Eso nos da legitimidad. La seguridad, tanto física como política, es esencial: si nos perciben como personas poco creíbles o poco fiables, pensarán lo mismo de la causa palestina”.
“Cada milla náutica que recorremos en este barco es una pequeña victoria, ya llevamos 1.400 pequeñas victorias, solo nos quedan 400 más”, afirma un tripulante del Adara.
Kieran Andrieu, periodista palestino-británico, fue el último tripulante en llegar al Adara después de que el barco Family Madeira, el que era el buque madre de la expedición, quedara inutilizado por un fallo mecánico. “Durante mucho tiempo muy poca gente en el mundo sabía que existíamos, y cuando finalmente lo hicieron, fue para señalarnos como terroristas. Ahora, en cambio, todo el mundo conoce quiénes somos, la injusticia que sufren los palestinos y la opresión que ejerce Israel”, afirma con una sonrisa serena. Para él, la travesía de la Flotilla encarna algo mucho mayor que un viaje: “Esta misión es la expresión más poderosa de solidaridad humana que jamás he presenciado. No conozco a un solo palestino que no haya oído hablar de esta flotilla ni que no se emocione con la iniciativa. Es un ejercicio colectivo de solidaridad que trasciende fronteras”.
El sol nace y muere de forma limpia en el Adara. La travesía entre Barcelona y Gaza es, casi, una línea recta perfecta de oeste a este. Cada mañana, el astro rey se asoma tímido por la proa y, al caer la tarde, se esconde solemne por la popa. Un ciclo perfecto con el que se consume un día más en alta mar. Los atardeceres son hipnóticos; anaranjados y azules. “Cada milla náutica que recorremos en este barco es una pequeña victoria, ya llevamos 1.400 pequeñas victorias, solo nos quedan 400 más”, afirma un tripulante del Adara, “cada día un poco más cerca de Gaza”.




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