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Fidel Castro, el líder que impulsó
la independencia latinoamericana

La influencia del expresidente cubano marcó el devenir de los países de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX. Fue el gran ideólogo del relato de izquierdas en la región y de la erradicación de la hegemonía estadounidense. 

Fidel Castro encontró en Hugo Chavez y Evo Morales socios idóneos para un eje bolivariano en Latinoamérica.

RÍO DE JANEIRO (BRASIL).- No es fácil escribir sobre Fidel Castro, menos aún en una época donde la fotografía siempre sale en blanco y negro. Donde las personas se definen como héroes o villanos, indios o vaqueros, víctimas y verdugos. Donde los titulares abren con celebraciones en Miami y llantos en La Habana. Pero no describen el nudo en el estómago, la melancolía, la indiferencia o un cierto desdén que pueda causar la muerte del líder más famoso de América Latina. El mismo que a veces de manera intencional y otras sin pretenderlo, cambió el destino de millones de latinoamericanos.

Unas diez horas después de la muerte de Fidel Castro, la antropóloga brasileña, Rosana Pinheiro Machado, decía en su cuenta de Facebook: “Sin demagogia. No consigo escribir nada sobre Fidel, ni poner una foto, ni publicar un pequeño texto. Todo está muy confuso en mi corazón”. No es rara la postura de esta profesora de la universidad de Oxford, que intenta escapar del sentimentalismo o de la bilis a la que se recurre para definir a Castro y al régimen cubano.

Las contradicciones son muchas. Fidel Castro fue el hombre que desafió la hegemonía norteamericana en América Latina, concretamente hasta diez de sus presidentes. Fue quien defendió e implementó las ideas de justicia social. Quien convirtió a una pequeña isla del Caribe en el símbolo de la izquierda latinoamericana y que ofreció la posibilidad de pensar que las cosas se podían hacer de otra manera. Fue quien acogió y protegió a las víctimas de las dictaduras latinoamericanas de los 60 y 70. Y también fue quien no condenó la dictadura argentina porque éstos vendían granos al régimen soviético.

También fue el hombre que decretó un día de luto por la muerte de Franco. El que apoyó la represión sangrienta de la primavera de Praga de 1968. El hombre que persiguió con cárcel y a veces ejecuciones a sus opositores. Y a los homosexuales. Según García Márquez también era alguien capaz de comerse 28 bolas de helado de una sentada (así lo cuenta en su libro Jon Lee Anderson). Una persona educada, gran orador, con educación jesuita, repiten casi todos los que le conocieron.

El relato latinoamericano

Este cubano de origen gallego fue sobre todo un símbolo gracias a la creación de un relato que manejó como nadie: el de la independencia latinoamericana. Esa suerte de antiimperialismo y nacionalismo que hoy muchos denominan populismo de izquierdas y que resulta imposible de comprender sin conocer la historia del continente.

La América Latina de la segunda mitad del siglo XX no se puede entender sin Fidel Castro

La América Latina de la segunda mitad del siglo XX no se puede entender sin Fidel Castro, como la permanencia de este dirigente en el poder durante 47 años tampoco se puede concebir sin la necesidad de esta región de defender un relato en el que la identidad, la independencia, la igualdad y la justicia se enfrentaran a los demonios coloniales, a las élites criollas y al control norteamericano.

Pero no todos los fantasmas del continente eran foráneos. A principios del siglo XX los países latinoamericanos estaban gobernados por las oligarquías del campo y de las incipientes ciudades. Dictadores tan bien reflejados en clásicos como Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; masas campesinas paupérrimas, sin derechos, dentro de una desigualdad galopante que ofrecían un terreno fértil para sustentar el relato de independencia y justicia social.

Antes de Castro hubo muchos que participaron en esta narrativa. Desde José Martí, Simón Bolívar, hasta la crítica literaria latinoamericana de los años 30 y 40 que tenía la urgencia de conocer los “verdaderos orígenes del continente”, de distinguir lo “ibérico” de lo “propiamente latinoamericano”, de hacerse un lugar en el mundo sin el peso colonial y el dominio del país del norte.

Pero Fidel Castro fue junto a los 82 revolucionarios que se subieron al Granma los que después de tres años de lucha de guerrillas, derrocaron al dictador Fulgencio Batista y el 1 de enero de 1959 hicieron realidad, al menos durante un tiempo, el sueño de libertad, independencia y justicia, lo que Eduardo Galeano resumió así: “Transformaron una colonia en una patria”.

El referente del continente

Pero ese relato no se sostendría sin hechos que lo amparasen. Fidel Castro no sólo demostró al mundo que la guerra de guerrillas formada por campesinos podía llevar a cabo una revolución, sino que después en el poder, implementó una serie de medidas donde la justicia social parecía un hecho factible.

Los Planes de Desarrollo Económicos y Sociales fueron la base de una política pública que en un primer momento se centró en la erradicación del desempleo y en las políticas de gasto público

Los Planes de Desarrollo Económicos y Sociales fueron la base de una política pública que en un primer momento se centró en la erradicación del desempleo y en las políticas de gasto público. Subvenciones a los alimentos, la cesta básica para acabar con el hambre; la asistencia médica y la educación universal y gratuita; programas universales en las escuelas con una fuerte apuesta por el deporte y la cultura; políticas de asistencia social a los grupos más desfavorecidos; inversiones en vivienda y en políticas de salubridad en los barrios más empobrecidos. La decisión férrea de llevar a cabo una redistribución de la riqueza donde las políticas sociales se convirtieran en el eje para reducir la desigualdad.

Los años dorados del régimen cubano se dieron entre la década de los sesenta y los ochenta. Dieron alas a organismos como la CEPAL y a las teorías económicas de la Dependencia, denunciando que el continente no podía seguir siendo el patio trasero del mundo. La revolución cubana también inspiró a la Teología de la Liberación, que se convirtió en el brazo social de los excluidos latinoamericanos.

Fue en esa época cuando la isla del Caribe fue forjando su lugar en el tablero de la geopolítica, como socia de la Unión Soviética en el continente latinoamericano. Cuba no sólo apoyó a las guerrillas de la región que surgieron en los sesenta, setenta y ochenta, sino que se convirtió en la gran inspiración de la mayoría de ellas. Si la pequeña isla lo había conseguido, el resto también podía. Salvo cortos amagos, el milagro cubano no se repitió en la región.

Las tropas castristas tuvieron más éxito en sus incursiones en África, especialmente en Angola donde ayudaron a derrotar a las tropas de la República de África del Sur y con ello aceleraron la caída del régimen del apartheid. Años después Nelson Mandela iría a Cuba para agradecerle personalmente a Castro su labor por el pueblo sudafricano.

La caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética en 1991 marcaron un antes y un después en el sueño de la revolución cubana

La caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética en 1991 marcaron un antes y un después en el sueño de la revolución cubana que a esas alturas a pesar de haber conseguido logros sociales importantísimos, también vulneraba derechos fundamentales como el de la libertad de expresión para aquellos que no siguieran las pautas del régimen.

A principios de los noventa fueron los años del “periodo especial” en los que la isla además de sufrir un recrudecimiento del embargo norteamericano, se vio también sin la ayuda soviética. Los cubanos tuvieron que hacer un sacrificio enorme para mantener el “ideal socialista”. Fidel quería conservar las políticas de gasto social y decidió abrir la isla a determinadas inversiones extranjeras e hizo una fuerte apuesta por el turismo internacional. Según el periodista Jon Lee Anderson (biógrafo del Che Guevara y de Fidel Castro) esta política “sí sirvió para mantener a Fidel en el régimen, pero no para preservar las conquistas sociales”. Anderson añadía en un artículo para la BBC: “Los pilares de salud y educación se deterioraron sobremanera a lo largo de los años, mientras que el influjo de turistas y sus dólares introdujeron nuevas tensiones sociales y desigualdades económicas”.

El sueño del ALBA

Los malos tiempos de los noventa no impidieron que los discursos de Fidel Castro siguieran siendo los más escuchados y que mantuviera la voz cantante sobre el futuro regional. Fue uno de los primeros en señalar que la deuda externa latinoamericana era impagable, y una vez más orientó a los latinoamericanos a unirse frente a las políticas neoliberales del Consenso de Washington.

Castro orientó a los latinoamericanos a unirse frente a las políticas neoliberales del Consenso de Washington

A finales de los noventa y comienzos del 2000 encontró a uno de sus compañeros más importantes de sus últimos años: el ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Ambos unidos por el sueño de la integración latinoamericana fundaron en 2004 la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) como contrapunto de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y para crear “un marco de integración distinto al del modelo neoliberal”.

Fidel Castro encontró en el venezolano Hugo Chávez un fiel aliado y un amigo. /REUTERS

Fidel Castro encontró en el venezolano Hugo Chávez un fiel aliado y un amigo. /REUTERS

El ALBA en 2006 se convirtió en una enorme zona de libre comercio basada en la creación de mecanismos que aprovechaban las ventajas cooperativas

Este organismo regional que nació primero con Cuba y Venezuela como únicos socios fue sumando adeptos entre los países del Caribe. El ALBA en 2006 se convirtió en una enorme zona de libre comercio basada en la creación de mecanismos que aprovechaban las ventajas cooperativas entre las diferentes naciones asociadas para compensar las asimetrías entre esos países. Sus principales áreas de incidencia fueron el transporte y las comunicaciones como “modelo de desarrollo económico en beneficio de los pueblos” que se conseguían a través de fondos compensatorios, destinados a la corrección de discapacidades intrínsecas de los países miembros, y la aplicación del TCP (Tratado de Comercio de los Pueblos).

El ALBA también puso entre sus pilares la erradicación del analfabetismo, una de las políticas de mayor éxito del gobierno cubano. En la primera década del 2000 Venezuela y Bolivia entraban entre las nuevas naciones que podían presumir de haber acabado con ese problema.

Además de Chávez, Cuba y Fidel encontraron el apoyo de Brasil durante los gobierno de Lula y Dilma Rousseff. La mayor potencia sudamericana, dentro del marco de la política internacional de cooperación Sur-Sur marcado por Lula, hizo que Cuba se ubicara entre uno de sus socios preferenciales. Brasil invertía en la isla en infraestructuras y en investigación petrolera, y Cuba ofrecía su mano de obra profesional más conocida: los médicos.

Fidel Castro y Lula da Silva mantuvieron una relación estrecha.

Fidel Castro y Lula da Silva mantuvieron una relación estrecha.

El ocaso de una izquierda

Más allá de lo que para algunos fueron logros innegables y para otros políticas dictatoriales, Fidel Castro se forjó como el símbolo de la izquierda latinoamericana. Su tozudez quijotesca por la igualdad social y por enfrentarse hasta su muerte ante un sistema en el que no creía hizo de Cuba un mito de la lucha latinoamericana contra la desigualdad.

Decía Jon Lee Anderson que el papel internacional de Castro lo había convertido en un semi Dios dentro de la isla: “Durante aquellos años los cubanos tanto los que lo amaban como los que lo despreciaban, habían compartido la sensación de que ellos también eran especiales”. Ese halo mágico del que habla Anderson forma parte de ese relato que creó el mito de Fidel Castro, quien defendió hasta su muerte la idea de una América Latina independiente.

Con la muerte del cubano de alguna manera se muere el siglo XX. Sus socios regionales de principios del siglo XXI van cayendo de sus presidencias. El progresismo latinoamericano de la última década está en tela de juicio, su izquierda se desmorona en Brasil, Argentina, Venezuela y un largo etcétera.

La muerte de Fidel Castro es también la muerte de un tipo de izquierda latinoamericana, la que se asentaba en el mundo de las ideologías y de la polarización de la guerra fría. Los inicios del siglo XXI marcan el triunfo de la anti política en pleno auge de la desigualdad. En ese terreno la izquierda latinoamericana (y mundial) tendrá que construir nuevos relatos para sobrevivir.

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