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Guerra Rusia - Ucrania Un perro consuela al ucraniano que se enteró por Twitter del asesinato de su familia

Sergii Perebinis perdió su razón de vivir cuando se enteró de que su esposa y sus dos hijos habían sido deliberadamente abatidos en Irpin y busca consuelo en la amistad de Bant, el perro de unos amigos, mientras lucha porque se haga justicia con los criminales. Desea la pena de muerte para los criminales de guerra.

Sergii Perebinis con su nuevo amigo Bant, con quien cada día sale a correr cinco kilómetros por el bosque
Sergii Perebinis con su nuevo amigo Bant, con quien cada día sale a correr cinco kilómetros por el bosque. CEDIDA

"En los tiempos sombríos, ¿se cantará también?", se preguntaba Bertolt Brecht. "Se cantará también sobre los tiempos sombríos". La ópera de Kiev ha producido una canción con música del guitarrista ucraniano Estas Tonne y una letra basada en un poema de Ilina Verjivska-Eltek. Se halla dedicada a la memoria eterna de todos los civiles y los combatientes ucranianos que murieron a manos de los ocupantes rusos. Sergii Perebinis la comparte y escribe: "En un instante nos dejaste... Y soñé que vivíamos juntos durante tanto tiempo". Una italiana lee su anotación al margen en las redes sociales y le sugiere encomendarse a Sara Mariucci, una niña de Gubbio fallecida con tres años, a cuya tumba acuden miles de fieles a rezarle como a una santa.

Ni siquiera le preguntamos si es creyente. Sabemos que Sergii, de 43 años, prefiere buscar consuelo junto a un perro. Solo deseamos saber qué sucede al día siguiente, cuando uno se queda solo con el recuerdo de los cadáveres de una esposa y sus dos hijos tendidos sobre el pavimento, destrozados por el mortero, y de todo lo demás. Sergii se enteró de ello a través de Twitter. Lo contó Andrew E. Kramer el pasado 9 de marzo en The New York Times, firmando una de las mejores y más estremecedoras crónicas de la guerra, y miles de medios replicaron a remolque la historia de aquel hombre cuya familia fue bombardeada por los rusos cuando trataba de escapar de la ciudad residencial de Irpin.

Hace solo unos días, Sergii acompañó a grabar a un equipo belga de televisión. De alguna forma, hoy encarna en el planeta entero el rostro de todos esos ucranianos que han perdido a un hijo o una esposa o una madre o una familia entera en una guerra. Caen las crónicas de la ocupación a las catacumbas de las escaletas de las cadenas de televisión. El conflicto se ha enquistado y cunde el desinterés. Las cifras de las víctimas no perturban a nadie. Pero su historia aún consigue conmover a pesar del ruido inane y las trivialidades que han reemplazado a Ucrania en el interés de las audiencias.

Han pasado ya dos meses desde que perdió a su familia y a sus perros Benz y Cake y aún conserva el semblante demudado del primer día. Junto a Tetiana y sus hijos Mykita, de 18 años, y Alisa, de 9, falleció un voluntario de una iglesia que les estaba ayudando llamado Anatoly Berezhnyi.

La familia de Sergii Perebinis fue deliberada y salvajemente asesinada en el puente destruido de Irpin cuando trataba de abandonar la ciudad transitando por un corredor humanitario.

"Fue un bombardeo de mortero lanzado a propósito para matar a los civiles. Los disparos se efectuaron desde una localización muy específica. Cada proyectil impactaba unos 100 o 200 metros más lejos del anterior. Sin ninguna duda, las bombas partieron del territorio controlado por los soldados rusos. Sabían dónde y a quién disparaban y su propósito era matar a civiles ucranianos. He perdido todo lo que amaba; he perdido mi razón de vivir. Así que no voy a dejar de mostrarle al mundo mi dolor para llegar hasta el final. Aunque es poco probable que se encuentre al asesino, voy a recurrir a tribunales del planeta entero para presentar demandas contra Rusia. Esto es un crimen de guerra y alguien tiene que rendir cuentas", nos cuenta.

A la izquieda, Tetiana con Benz y Cake. A la derecha, Mykyta y Alisa.
A la izquierda, Tetiana con Benz y Cake. A la derecha, Mykyta y Alisa. CEDIDA

Sergii ha contado tantas veces lo ocurrido que, de alguna forma, ha establecido ya un relato que sigue repitiendo como una letanía varada en su aflicción. "Estuve felizmente casado con mi esposa Tetiana durante 23 años. Estudiamos juntos en el mismo colegio, vivíamos en casas diferentes en el mismo barrio, pero no nos conocimos en aquella época. La primera vez que nos vimos fue mucho más tarde, cuando estábamos en la universidad. Nos conocimos en un club nocturno en 1999. Y en 2001 nos casamos. Tetiana era una persona activa y positiva, capaz de hacer muchas cosas con sus propias manos. Juntos hicimos tres reparaciones en nuestros apartamentos. En verano íbamos en bicicleta por los bosques de los aledaños de Irpin. En invierno, visitábamos las estaciones de esquí. A ella le gustaba el yoga y el fitness. Parecía mucho más joven. Mykyta cursaba el segundo año de la universidad y quería licenciarse en programación. Iba al gimnasio, le gustaban los juegos de ordenador y le encantaba montar en bicicleta. Alisa iba al colegio, estudiaba inglés y amaba dibujar. Después de nuestra boda, trabajamos y vivimos en Donetsk", relata.

"En 2014, tras el inicio de las hostilidades en el Donbass, dejamos definitivamente nuestra ciudad natal y nos trasladamos a Kiev para vivir en un apartamento alquilado. Fueron cinco años difíciles, pero no nos rendimos, no perdimos la fe y conseguimos comprar nuestra propia vivienda en los suburbios, en la pequeña y hermosa ciudad de Irpin, rodeada de bosques de coníferas por todos los lados. Mi mujer era contable y yo, programador informático. El día de su muerte y de la de mis dos hijos y mis perros, yo estaba en el Donetsk, en los territorios ocupados por Rusia, ayudando a mi madre a recuperarse del covid", añade Sergii.

"Nuestra familia solía servirse del servicio de geolocalización de Google para estar al tanto de los demás", prosigue. "La noche del 5 de marzo conseguí hablar con mi mujer por última vez. Charlamos del plan de evacuación y le pedí disculpas por no estar allí para ayudarles. En Irpin ya había combates y no había conexión de móvil, ni agua, ni electricidad, ni gas. Se escondían en los sótanos porque nuestro edificio había sido alcanzado por los disparos", narra.

Mi mujer pretendía irse el 6 de marzo con mi hijo, mi hija y los dos perros. En la mañana de ese día, volví a geolocalizarla en algún punto de la carretera que conecta Irpin y Kiev. El teléfono funcionaba, pero nadie respondía al teléfono. Tampoco mis hijos. Minutos después, geolocalicé el móvil de mi esposa en el número 7 del hospital de Kiev. Llamé a mis amigos y les pedí que fueran a buscar a mi familia. Un cuarto de hora más tarde, se publicó en Twitter un mensaje en el que se decía que los rusos habían disparado contra civiles durante la evacuación y una familia entera había muerto. Las fotos de las víctimas aparecieron en un tuit e identifiqué a mis hijos por la ropa y los objetos personales. Mi mujer murió en el hospital dos horas después. Uno de los perros falleció al instante. Al segundo lo pude encontrar a través de Facebook en una clínica para animales. Estuvieron cuidando de él durante 24 horas y también murió. Me quedé completamente solo", cuenta.

Cuerpo cubierto de una de las víctimas en el lugar donde la familia de Sergii fue salvajemente asesinada por los rusos
Cuerpo cubierto de una de las víctimas en el lugar donde la familia de Sergii fue salvajemente asesinada por los rusos. AFP

¿Qué pasó cuando los periodistas dieron por concluida aquella historia y se marcharon? ¿Cómo sobrevive un hombre a una tragedia tan devastadora?. "Cuando aquello ocurrió experimenté horror, ira y odio. Ahora solo trato de seguir viviendo a pesar de la absoluta vacuidad que siento en mi interior", dice Sergii. "Uno se volvería loco si se concentrara únicamente en el sentimiento de pérdida. Si me quedo a vivir en esta tierra, entonces tendré que dedicarme a hacer algo". Su entereza es imponente.

Sobre el lugar donde murió Tetiana y sus dos hijos tras la caída del mortero quedó desparramado su equipaje, una maleta azul con ruedas, otra gris y las mochilas de los chicos. Había también un transportín verde para perros. Hay un vídeo donde se registró lo acaecido tras sus muertes donde se escucha ladrar desesperadamente al animal, que logró sobrevivir algunas horas al impacto. Resulta espeluznante escuchar aullar a la criatura junto a los cuerpos inertes de su familia.

Que Sergii le buscara tras haber perdido a su esposa y sus niños le retrata como humano. Desde que comenzó la guerra, se han visto cientos de instantáneas de ucranianos tratando de salvar a sus animales en la huida. A menudo, y siempre que es posible, se ha intentado también curar de sus heridas a las mascotas alcanzadas por los rusos. En lugares como Jersón, pequeños grupos de voluntarias tratan de salvar a las mascotas de la hambruna desde que se inició el conflicto.

Benz y Cake eran parte importante de la familia Perebinis. No regresarán tampoco y aunque son irremplazables, Sergii busca hoy consuelo en otro perro llamado Bant. "Llevo casi dos meses viviendo con unos amigos. Y Bant siempre está conmigo. Todas las mañanas salimos juntos a correr por el bosque cinco kilómetros. Tengo previsto regresar a mi casa a principios de este mes. Tan pronto como lo haga conseguiré otro perro", afirma.

"Ahora la casa tiene electricidad y agua y pronto se restablecerá Internet. Las tuberías de gas están dañadas y el proceso de reparación durará tres meses. Nuestro edificio presenta daños en el tejado y muchos apartamentos tienen las ventanas rotas. La empresa gestora tiene previsto empezar a reparar el tejado, pero la reparación de las ventanas correrá de mi cuenta. El Gobierno ha prometido reembolsar los gastos. Sin embargo, esto no será pronto, dada nuestra burocracia. Regresar a la casa donde viví con mi familia es emocionalmente muy complicado para mí. Hay demasiadas cosas ahí dentro que me recuerdan a mi felicidad pasada. Pienso regalar este apartamento a mi madre y a mi sobrina y mudarme a otro lugar para aliviar el dolor que me aflige", asegura.

Portada del diario New York Times
Portada del diario New York Times.

A Sergii no le ha llamado todavía nadie del Gobierno. "Mi caso no es el único", dice. "Hay tragedias mucho peores que han devastado a otras familias". Tras saber de lo ocurrido, tuvo todavía tiempo de volver desde el Donetsk para ver los cuerpos en la morgue y darles sepultura. Lo que nunca morirá son sus recuerdos, ni el resquemor contra los asesinos ni su deseo de justicia. "Quiero pena de muerte para los responsables de esto", afirma. "Esta es una guerra declarada por un país degradado contra un vecino que solo deseaba vivir feliz y libremente. Era inevitable y comenzó ya en 2014".

"Muy por encima del lago vuela un bombardero. Desde los botes de remos miran hacia arriba los niños, las mujeres, un anciano. Desde la distancia parecen estorninos jóvenes, sus picos bien abiertos para comer", escribió Bertolt Bretch.

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