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La resistencia armada contra los talibanes, una guerra desigual que agravará la crítica situación de Afganistán

Los talibanes tendrán que enfrentarse a corto y medio plazo no solo a una oposición política desde dentro y fuera de Afganistán sino también a una resistencia armada. A día de hoy es una incógnita el calibre que alcanzará la violencia, aunque puede avanzarse que la represión será directamente proporcional y redundará en perjuicio del conjunto de la población.

Ahmad Massoud
Ahmad Massoud, líder del Frente de Resistencia Nacional afgano, en una imagen de archivo. REUTERS

Menos de una semana después de la toma de Kabul, la oposición a los talibanes empieza a cristalizar en distintos frentes y no faltan indicaciones de que también se está organizando una resistencia armada que salpicará a distintos puntos del país, incluida la capital, una resistencia que podría conducir a una guerra desigual en la que los talibanes tienen la sartén por el mango.

La resistencia contará con el apoyo de una parte de la oposición política de dentro y fuera que los talibanes intentarán desarticular o contener, aunque el país no es el mismo de 1996, cuando los rigoristas tomaron el control por primera vez. Muy posiblemente eso influirá en las políticas del régimen y en sus relaciones con la ciudadanía, especialmente la urbana.

Ahmad Massoud, el líder del Frente de Resistencia Nacional educado en Occidente, anunció esta semana mediante un artículo de The Washington Post, su intención de encabezar la resistencia armada. Massoud es consciente de que para ello deberá contar con el apoyo monetario y militar de los países occidentales, que ya ha pedido explícitamente, pero no está claro que la lucha armada sea una buena idea.

Después de la experiencia de las primaveras árabes, es más evidente que la opción liberal que propone Massoud, la que a Occidente le suena a música celestial, es una quimera en el mundo musulmán. Y es más minoritaria en un país con costumbres tan tradicionales como Afganistán que en los países árabes, de modo que la lucha armada en la que Massoud quiere embarcar a Occidente no será victoriosa. Al contrario, podría causar grandes males.

Massoud, de solo 33 años, es conocido como hijo de un célebre jefe muyahidín ya fallecido y cuenta con respaldo en una remota región afgana. Pero el hecho de que el mencionado artículo ponga como su guía espiritual al reaccionario filósofo francés Bernard-Henry Lévy es una muestra de que Massoud es demasiado ajeno a la realidad afgana. Lévy no solo es un controvertido y acérrimo ultraliberal sino que también ha sido denunciado en infinitas ocasiones por islamófobo, y Afganistán es profunda y esencialmente islámico.

La rápida caída de Kabul sin ofrecer ningún tipo de resistencia muestra que los talibanes son fuertes. La opción occidental de financiar una resistencia armada que propone Massoud se arriesgaría a llevar al país una sangrienta lucha que no garantizaría el final del régimen sino más bien su endurecimiento, con previsibles y nefastas consecuencias para los afganos.

Conviene insistir en que la población, particularmente la urbana, no es la misma que la del periodo 1996-2001. Una parte notable ha podido vivir durante veinte años bajo unas condiciones de libertad relativa a la que no todos renunciarán resignados. Ya se está viendo con protestas en distintas ciudades que son novedosas respecto al anterior periodo talibán.

Es muy probable que en algunas ciudades, y especialmente en la capital, surjan combatientes que operen de manera puntual contra los talibanes, pero serán acciones que tendrán un recorrido limitado y que sin duda provocarán una dura represión.

El papel de Emiratos

Otra cuestión relacionada con la resistencia armada es la señalada por el presidente Ashraf Ghani, que el pasado domingo huyó para refugiarse en los Emiratos Árabes Unidos alegando que no quería provocar un "baño de sangre", pero que el jueves manifestó que piensa volver para "continuar la lucha por el pueblo".

No sorprende que Ghani se haya refugiado en los Emiratos, un país que cuenta con una larga trayectoria de hostilidad antiislamista, y que ha intervenido e interviene, de manera directa o encubierta, en numerosos estados árabes y no árabes, como Libia, Egipto o Túnez, entre otros, para combatir al islam político sin importarle la fortuna que emplea en esos menesteres.

La injerencia de los Emiratos es como una espada de doble filo que en algún momento quizá se volverá contra el activo príncipe Mohammed bin Zayed que gobierna ese país con la obsesión de que el islam político constituye la principal amenaza para los musulmanes. Y debe considerarse que el islam político de los países árabes se puede digerir mejor que el de Afganistán.

¿Intervendrá Bin Zayed también en Afganistán? El hecho de que el presidente Ghani haya buscado cobijo en los Emiratos apunta en esa dirección. Ya se ha visto cómo Bin Zayed ha financiado la guerra en Libia y ha actuado de manera más sibilina en Túnez, de modo que no hay que descartar que también se implique con la resistencia armada en Afganistán.

Resistencia de desgaste

El problema es que Afganistán es un país más complejo que Libia, más pobre, más poblado y donde el islam está más arraigado. Además, requeriría unas inversiones considerablemente superiores. Naturalmente, los Emiratos también pueden optar por el modelo que han aplicado en Túnez con buenos resultados, es decir movilizar a la opinión pública contra el régimen talibán, pero en este caso se arriesgarían a represalias de los talibanes que podrían llegar por varios caminos.

Lo más probable es que en Afganistán haya lucha armada, pero será una resistencia de desgaste y limitada que los talibanes podrán gestionar, es decir no supondrá una amenaza existencial para el régimen. En cuanto a Occidente, crear un campo de minas en el territorio afgano no parece una buena idea dado que redundaría en perjuicio del conjunto de la población.

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