Ucrania, la guerra que ha desmantelado la seguridad en Europa y que nadie ganará
La invasión de Ucrania por Rusia ha cambiado todos los paradigmas de seguridad en Europa y ha abierto una era de inestabilidad que se extiende a todo el planeta, sin visos de un fin del conflicto a medio plazo.
Madrid-
Cuando se cumple un año del comienzo de la guerra de Ucrania, tras la invasión desatada por Rusia el 24 de febrero de 2022, la única certeza consistente es que el conflicto se prolongará durante mucho tiempo y que ha trastocado de una forma radical la seguridad y estabilidad europeas.
Tanto la Unión Europea como la OTAN han cerrado filas con Ucrania, han dado pasos irreversibles hacia el rearme del viejo continente y han disparado sus gastos en defensa hasta extremos inusitados. Y, bajo la batuta estadounidense, se han juramentado para enfrentarse a quienes desafían los manejos occidentales en el mundo: a Rusia en el territorio europeo y China en la región de Asia-Pacífico.
Lejos quedan los días en que el compromiso de Occidente con la Ucrania invadida se limitaba a la imposición de sanciones a Rusia y al envío de armas ligeras, munición y armamento antitanque y antiaéreo portátil. Tras el fracaso militar ruso para abrir una brecha hacia Kiev y después de que los movimientos bélicos se limitaran al este de Ucrania, Occidente empezó a despachar obuses y artillería móvil de campaña, y más tarde sistemas de misiles HIMARS estadounidenses y otros dispositivos de artillería pesada europeos, ideales para bombardear las posiciones rusas y más acordes con la guerra de posiciones que se avecinaba.
Armas europeas para una guerra en caída libre
Se suministraron sistemas de defensa antiaérea para proteger las ciudades y las infraestructuras críticas atacadas por drones y misiles rusos, mientras el Gobierno de Volodímir Zelenski pedía armas cada vez más potentes para pertrechar a un ejército formado y subvencionado por Estados Unidos desde 2014, cuando Rusia se anexionó ilegalmente la península de Crimea y empezó la guerra para la liberación del Donbás prorruso.
Finalmente, los países europeos cruzaron una de las últimas líneas rojas trazadas por Moscú a la intervención exterior en apoyo de Kiev y accedieron a enviar sus carros de combate más modernos, liderados por los Leopard 2 alemanes. Este armamento llegará pronto a Ucrania para intentar recuperar el casi 20% del país que está ocupado por Rusia, pero, sobre todo, para tratar de detener la ofensiva a gran escala que está poniendo en marcha Moscú.
Pero para que esos tanques occidentales tengan éxito, es imprescindible un correspondiente apoyo aéreo. Por eso, Zelenski pide aviones de combate, un paso que los países occidentales son más reacios a dar, al igual que el suministro de misiles de largo alcance con el que los militares ucranianos podrían bombardear territorio ruso.
Moscú lo ha advertido en varias ocasiones: no descarta el uso de armas nucleares tácticas si es atacado el sagrado suelo ruso. Y al menos Crimea es considerada como tal.
Armas, sí. Soldados, no
Pero la entrega de aviones no sería el último paso que llevaría a una confrontación directa de Estados Unidos y sus aliados con Rusia. Moscú está advirtiendo contra el eventual envío de tropas europeas o estadounidenses y ya en los gobiernos y parlamentos de los miembros de la Unión Europea, las pocas fuerzas políticas que aún defienden una negociación reclaman también el compromiso de que jamás se enviarán soldados europeos a Ucrania.
Las levas ordenadas por Putin en Rusia permiten al ejército del Kremlin rellenar los enormes boquetes que está dejando la guerra en sus tropas, pero las fuerzas armadas ucranianas no pueden hacer lo mismo. Aunque hay soldados extranjeros peleando a guisa de mercenarios o voluntarios en las filas ucranianas, se necesitarían miles de efectivos más para afrontar con éxito la guerra de larga duración por la que parece apostar Rusia.
Y puede que también Washington. El objetivo principal de EEUU sigue siendo desgastar a Rusia y reducir al mínimo su peso internacional. La cumbre que celebró la OTAN en Madrid en junio designó directamente a Rusia como un enemigo a derrotar y apostó por cortar primero los lazos energéticos que los países europeos tenían con Moscú y después los de Rusia con China, el otro gran rival designado por el nuevo concepto estratégico de la OTAN.
La guerra ha contribuido precisamente a subrayar el intento de hegemonismo global de Estados Unidos y a extender a otras regiones la influencia de la OTAN como brazo geopolítico y militar de Washington. El rearme de Europa es una de las consecuencias. La escalada de tensión con China es otra.
La guerra ha traído la desconfianza en Rusia... y en EEUU
De momento, la guerra de Ucrania ha dejado una profunda desconfianza en Rusia entre los países exsoviéticos. Estos Estados han recordado las invasiones de Hungría y Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia o la mano del Kremlin en las guerras que siguieron a la caída de la URSS, en Transnistria, Nagorno Karabaj, Abjasia, Osetia del Sur, Tayikistán o Chechenia, y cuyos coletazos se sienten aún hoy día.
Al tiempo, la estrategia de Estados Unidos en Ucrania ha levantado intensos recelos en países no europeos, como Irán o China, con la sensación de que pueden ser los siguientes blancos de los tejemanejes geopolíticos de la Casa Blanca para derribar gobiernos hostiles, como ya ocurrió en este siglo en Irak, Libia o Afganistán.
Desde el punto de vista ruso, la guerra de Ucrania pretendía asegurar un territorio títere de Moscú o la aparición de dos Estados, uno de ellos subordinado al Kremlin, para reafirmar la ascendencia de Rusia en Europa y recuperar las garantías de seguridad que Occidente había negado a Moscú tras la caída de la Unión Soviética y la expansión de la OTAN hacia el este. La eventualidad de la incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica, cacareada tantas veces por Washington antes de la guerra, era la línea roja que parecía que a punto de ser cruzada y que se convirtió en uno de los detonantes de la contienda.
El gas como detonante
Uno de los objetivos estadounidenses con el conflicto era diáfano: cambiar el patrón de suministro energético en el corazón de Europa, cortando de raíz las ventas rusas y auspiciando las del combustible generado en los propios Estados Unidos, como el gas licuado, y sus amigos de Oriente Medio.
El sabotaje de tres de las cuatro tuberías de los gasoductos rusos Nord Stream 1 y 2, fuera quien fuera el autor, ha acelerado otro objetivo de Washington: llevar al redil a la díscola Alemania, con sus tanques modernos y su dinero, junto al resto de socios europeos y romper sus lazos energéticos y empresariales con Rusia, donde las firmas alemanas habían acercado durante dos décadas el tejido económico ruso hacia Europa, para disgusto de Estados Unidos.
No es baladí el tema de los ataques a los gasoductos rusos que suministraban el principal flujo de gas a Alemania y otros grandes países europeos. El acreditado periodista estadounidense Seymour Hersh acaba de publicar una información que señala a Estados Unidos como organizador, con apoyo de Noruega, de los atentados que en septiembre pasado destruyeron esos gasoductos en el lecho del mar Báltico.
Hersh, ganador del premio Pulitzer en 1970, recuerda que ya en febrero pasado, antes de que empezara la guerra, el propio presidente estadounidense, Joe Biden, amenazó en una conferencia de prensa en la Casa Blanca con poner fin al Nord Stream 2 si Rusia invadía Ucrania. Esta misma amenaza la había lanzado ya la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, a quien se le reconocen estrechos lazos con la industria de armamento estadounidense y el lobby ucraniano en el Congreso.
A Nuland se le acusó en su momento de orquestar junto a otros diplomáticos y agentes de inteligencia estadounidenses la revuelta proocidental del Maidán, que llevaría en 2014 a la caída del presidente prorruso Victor Yanukovich. Esta "revolución" y el inmediato enfrentamiento con Rusia conducirían directamente a la rebelión del Donbás y la anexión rusa de Crimea.
Si hay hasta ahora un claro beneficiado por la guerra ese es EEUU. Y no solo a nivel estratégico. Estados Unidos está haciendo su agosto en Ucrania con la venta de armas y municiones para los exangües arsenales europeos; sustituyendo en medio mundo a los proveedores rusos de armamento y, especialmente, con las ventas de gas licuado. La voladura del Nord Stream sentenció esta transición del gas ruso al estadounidense, al noruego y al de otros países afines a Washington en Oriente Medio, como Catar.
El pantano de las guerras de EEUU
Aunque hasta ahora los mercachifles y lobistas estadounidenses siguen haciendo caja, a la larga, la guerra de Ucrania será también una catástrofe para la Administración Biden. Si algo ha caracterizado a los gobiernos estadounidenses en los últimos treinta años es su incapacidad para acertar a largo plazo. Se enfangan en conflictos irresolubles, como en Irak, Afganistán, Libia, Somalia o Siria, pero son incapaces de terminar su tarea y dejan países mucho más inestables que los que encontraron.
Sucederá lo mismo en Ucrania, tablero del nuevo duelo en la sombra con Rusia y tan complicado como los escenarios antes citados. Este país, escenario de confrontaciones nacionalistas y étnicas que la guerra ha tapado y emponzoñado, podría ser una futura Yugoslavia y Washington y Bruselas están forjando ese conflicto.
Hay algo seguro. La guerra de Ucrania no concluirá acorde con la hoja de ruta de nadie. Ni de los rusos, que no cejarían en convertir a Ucrania en un cáncer para Occidente, pero que acabaría primero con ellos, ni de los europeos, que verán comprometido su crecimiento durante décadas por el conflicto. Y tampoco de los estadounidenses, cuya injerencia en los asuntos europeos le ha enmarañado en un doble frente que no necesita para su batalla más importante, la lucha con China por la hegemonía mundial.
Ucrania, entre tanto, aparece como la principal perjudicada, pues la partición será un hecho, salvo con una derrota total de Rusia que nunca ocurrirá.
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