La tribu gallega de Pablo Picasso
La estadía de Picasso en A Coruña fue breve pero los modos y costumbres de la ciudad lo acompañaron toda su vida.
Luzes-Público
A Coruña-Actualizado a
Dicen que la arcadia primera de los artistas es el lugar donde siempre nace la creación de manera constante. Picasso vive cinco años en Galicia a finales del siglo XIX. Una ciudad aún industrial donde aquel niño pasaba el tiempo entre colores, costa y mar. El pintor nunca dejaría Galicia en su cabeza, igual que gente de su época como la actriz María Casares. Su casa y él mismo fueron nexo entre la Galicia del exilio y aquella Galicia de la cultura y de las artes que anhelaba un futuro más luminoso para su país.
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La sala donde Picasso estaba castigado en A Coruña aún es objeto de debate en la actualidad. Fuentes del instituto en el que cursó estudios de 1891 a 1895, el actual IES Eusebio da Guarda, antigua Escuela de Artes y Oficios, dicen que era una sala hoy empleada como sala de baile y deportes, con grandes ventanales, pero otras derivan la localización a un "calabozo" con poca luz, donde aquel genio bosquejaba para evadirse del castigo por no estudiar.
La estadía de Picasso en A Coruña fue breve pero los modos y costumbres de la ciudad herculina lo acompañaron toda su vida, cuenta Rubén Ventureira, coautor junto con Elena Pardo de Picasso azul y blanco, el nacimiento del genio.
Aquel Picasso se sentaba cerca del mar para escucharlo y también para pintarlo. Las obras del niño brillante muestran la espuma madrugada y el litoral roto de una Coruña que aún se reconocía en el tejido fabril de las porcelanas y los zapatos, también en los cristales de unas vidrieras y de unas galerías aún en construcción.
Aquel chico empleaba el carbón y la plumilla como herramientas para alcanzar cuadros de luz notable, como Torre de Hércules, en el que recogió la perspectiva que los coruñeses emplean para ver los atardeceres desde el Campo da Rata, uno de los puntos concéntricos de la historia de esta península deliciosa donde es difícil distinguir los límites entre las rocas de la playa y aquellas que están sumergidas entre las algas y las aves que buscan su alimento por las calas y las charcas.
Ciudad liberal de burguesía ilustrada protonacionalista
El pintor malagueño estudiaba también, en el umbral de una ciudad de la que poco más conocía fuera de las lindes de la casa de baños La Salud, en Riazor, y donde una burguesía ilustrada reconstruía un protonacionalismo, un regionalismo de matices republicanos, en tertulias, cafés y salones privados.
Uno de los retratados en aquella etapa, de hecho, fue el doctor Ramón Pérez Costales, que también da nombre a una calle del callejero coruñés, que Picasso recoge en uno de sus primeros óleos. El mismo, señala Ventureira, que vio el gallego Ramón María Tenreiro nada más entrar en el estudio parisino de Picasso en 1923, en la rue La Boétie.
Tenreiro, de naturaleza débil desde niño, había sido compañero de pupitre del artista en la Escuela de Artes y Oficios. Él, también artista, escogió para su autorretrato ocultar la pierna que le había sido amputada a edad temprana. Tenreiro fue un hombre polifacético: escritor, periodista, pintor y político; vinculado al republicanismo coruñés, perteneció a la ORGA, el partido de Santiago Casares Quiroga, para luego cambiar a Izquierda Republicana. Murió en Suiza, en 1939, siendo secretario de la embajada republicana en Berna.
Aquellas visitas a Picasso por parte de los españoles fuera de la península o de periplo por Europa eran frecuentes. El propio Tenreiro lo narra en el artículo Una visita a Picasso, que marca el hito de recoger unas de las primeras declaraciones del malagueño a la prensa escrita. "No era una época muy común para las entrevistas a Picasso, todo lo contrario que a mediados del siglo XX", señala Ventureira.
El modernismo que acompañó como paño de fondo al Picasso joven también tomó cuerpo en amigos como Arturo Souto, que le visitó en 1935. Un trabajador del modernismo decadente, pintor pontevedrés admirador de Pierre Bonard y Toulouse-Lautrec y formado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Souto, republicano comprometido
Souto ejemplifica los tornados de la historia que entraron en los apartamentos parisinos de Picasso; además de pintor fue un comprometido republicano, expuso en la Exposición Internacional de París de 1937 y formó parte de aquella caravana del exilio, que marchaba de España en 1939 frente a la victoria del general Franco.
El contacto entre Souto y Picasso fue a través de un artista galleguista conocedor del color, de las formas y de los fondos, autor de una expresión sublime tras unas gafas de pasta gruesa, Luis Seoane. A través de este pintor de las formas más puras del país conocemos que Picasso estaba pensando en retornar a A Coruña dentro de una visita a España. Un circuito perteneciente hoy al mundo de las historias paralelas, ya que el viaje estaba planeado para ser hecho en 1936, algo imposible debido al estallido de la guerra civil.
Hay un encuentro entre Picasso y Luis Seoane, porque hay un congreso mundial de partidarios de la paz en París y allí aparece el pintor gallego como representante de la asociación de artistas argentinos. Cuenta éste de aquel encuentro -donde estaban otros gallegos como el pintor Colmeiro, en la sala Pleyel de París- que Picasso no dejaba de hablar de dos de sus obsesiones reflejadas en los óleos primerizos, la Torre de Hércules y Riazor.
Hay una foto de Picasso con varios pintores gallegos. El malagueño también mencionó aquel "calabozo" de sus años de formación coruñesa, donde "dibujaba y dibujaba", apunta el biógrafo. A todos los gallegos que visitaban el pintor cubista en su estudio de la Rue des Grans Agustins, les muestra una serie de óleos de su etapa gallega, entre ellos, el famoso retrato de Pérez Costales.
De aquellos encuentros, señala el coautor de Picasso azul y blanco, brotó la idea de una donación de obras a la ciudad de A Coruña.
María Casares
Igual que el Orzán y el mar de Riazor comunican la península coruñesa con el otro lado y con tierra adentro, Picasso también hizo de nexo entre una gallega y un francés. María Casares, la coruñesa internacional que alcanzó el renombre de gran dama de la escena francesa, conoció al filósofo, periodista y escritor Albert Camus, en una soirée con Picasso.
En el libro Residente privilegiada, Casares explica cómo asistió a la primera representación que hubo de la obra El deseo atrapado por la cola, una de las dos obras teatrales que escribió Picasso y que Vargas Llosa calificaría en su fantástico La civilización del espectáculo como "delirante". La obra, escrita en 1941, consta de pasajes como el de un personaje femenino, La Tarte, que mea en escena diez minutos continuados arrodillada sobre el hueco del apuntador.
Un Picasso trabajador de lo erótico -a su imagen y semejanza- autor de frases como "el arte y la sensualidad son la misma cosa", como recoge también Vargas Llosa en su columna Piedra de Toque en el periódico El País de 1 de abril del 2001. El primer estreno, en 1944, fue en aquel ya famoso piso parisino donde María Casares, que ya hablaba francés "con un extraño acento", como le decían sus camaradas, enamoró y quedó enamorada de aquel escritor, Camus, con el cual mantendría una relación sentimental que duró hasta el fallecimiento del francés en un accidente de automóvil el 4 de enero de 1960.
Camilo José Cela es otro de los nombres de la España del siglo XX que forma parte del grupo de gallegos frecuentadores de los cenáculos del artista cubista. En un encuentro en el restaurante La Californie, en Cannes, coinciden Picasso y el autor de La familia de Pascual Duarte en agosto de 1958.
Picasso hace esperar a Cela
Cela tenía la intención de dedicarle un número de su revista Papeles de Son Armadans al pintor gracias a la obra celestina de otro pintor, Miró, que puso en contacto el gallego con el malagueño. Pero el autor de Madera de Boj tuvo que armarse de paciencia para que Picasso lo recibiera, y echó días en el Hôtel Mont-Fleury hasta que el malagueño lo atendió.
"A partir de allí nació una relación", remarca Ventureira. Se vuelve a producir otro encuentro ya en el año 1960, "que es cuando le lleva los pliegos de esta edición homenaje a Picasso para que él la ilustrara", describe.
Picasso, recogedor de imágenes, experimentador de la forma, recordaba algo que puede estar vinculado al pensar artístico: la forma. Anthony Kerrigan, traductor de autores en español como el propio Cela, solía mencionar la anécdota surgida en un de los encuentros entre el gallego y el malagueño cuando Picasso habló de la boina de Camilo José Cela: "Es la mejor manera de llevar la boina, lo aprendí en A Coruña", mencionó el pintor.
La figura de Kerrigan, americano hijo de irlandeses y criado en Cuba -el "amigo americano", así lo llamaban- es otro de los puntos de encuentro internacionales entre españoles, gallegos y el mundo. Su epistolario, guardado en Mallorca, aloja cartas a Bellow, Cela, Borges o Gil de Biedma.
En este encuentro bajo el sol, Kerrigan de por medio, Pablo Picasso le leyó al escritor de Iria Flavia poemas propios y se produjo un cambio de poesía e impresiones artísticas entre ambos creadores. Esta fructífera amistad tendrá como consecuencia varias obras conjuntas donde pintor y escritor intercambian las manos para dialogar con los colores y las palabras. Una es Trozo de piel, que recoge varios poemas que Picasso guardó en una carpeta. Algo más tarde, en 1962, saldría de la imprenta Gavilla de fábula sin amor, con poemas de Cela e ilustraciones de Picasso.
Juan Pardo y "Anduriña"
Es en su madurez cuando el malagueño conoce a Juan Pardo. Pardo abrió el cajón de recuerdos del pintor al cantarle las melodías y las letras que el niño artista tenía de telón de fondo en sus miradas inquisitivas hacia el mar y a los habitantes de la ciudad liberal. Con Pardo, Picasso regresaba a las plazas da Fariña o de la Leña, a las hojas amancebadas de las alamedas y al salitre del bravo Orzán.
La buena relación se mantuvo con los años y Picasso agasajó a Pardo con un dibujo que haría de contraportada del disco Anduriña, en 1968, y que animó a Pardo y a Junior a llevarle la maqueta del disco. El pintor, al quedar prendado de una melodía que tocaba lo más preciado de una persona consagrada al arte, su arcadia en la infancia, decidió dedicarle uno de sus famosos dibujos espontáneos.
La etapa madura de Picasso, de los años 1960 hasta su muerte en 1973, también estuvo marcada por su amistad con un gallego de Vilalba, el periodista, viajero, dramaturgo y biógrafo Antonio D. Olano. Olano, de hecho, elaboró comedias musicales junto con Juan Pardo en el proyecto conjunto Galicia miña nai dos dous mares con poemas de Ramón Cabanillas, Eduardo Pondal, y uno propio.
"A Olano lo conoce a través de Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé", señala Ventureira. El primer encuentro entre pintor y periodista fue en 1960, con una amistad que se prolongó hasta la muerte del malagueño.
El periodista Olano era capaz de sacar un reportaje de cada visita a Picasso, en las que asistimos a un Picasso en el atardecer, recogido en los recuerdos familiares y recurrente en sus anécdotas gallegas. Es en uno de estos encuentros cuando Olano le lleva a Picasso las obras completas de Rosalía de Castro, de la cual era un gran admirador, como también de Valle Inclán.
Uno de los poemas más repetidos en la memoria de Picasso, que tanto podía recitar con Pardo o con Olano en aquel retiro francés, era el de Alberto García Ferreiro: "Se me deran á escoller, / eu non sei que escollería: / se entrar ná Coruña de noite, / ou entrar no ceo de día" ["Si me dieran a escoger, / yo no sé qué escogería: / si entrar en A Coruña de noche, / o entrar en el cielo de día". Picasso en el fondo, siempre acabó volviendo a Galicia, de una manera al otro, por el cielo de día.
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