Opinión
Objetivo, tomar Venezuela: del "modelo Noriega" al cartel de los Soles

Por Miguel Urbán
-Actualizado a
Desde que ganara las elecciones en noviembre de 2024, Donald Trump a diferencia de su primera legislatura, esta vez ha emprendido una frenética actividad internacional que agita el tablero global como nunca: de la guerra arancelaria global a negociar la "paz" en Ucrania, del genocidio en Gaza a los ataques a centrales nucleares iraníes. Un intento de reafirmar un imperio estadounidense en retroceso mediante un imperialismo cada vez más agresivo ante la emergencia del competidor chino por la hegemonía mundial.
En su obsesión por recuperar la grandeza perdida del imperio norteamericano, Trump, con su lema Make America Great Again, se ha marcado como objetivo primordial reactualizar la doctrina Monroe —famosa por su "América para los americanos"—, que, bajo la supuesta defensa de la independencia de las naciones —aplaudida incluso por Simón Bolívar—, se transformó en una política deliberada para convertir a Latinoamérica en el "patio trasero" de Washington. Aunque sería Theodore Roosevelt (1901-1909), con su teoría del Gran Garrote, quien se consolidaría como padre del imperialismo norteamericano.
Roosevelt adoptó la consigna del Gran Garrote de un dicho africano que afirmaba: "Habla suavemente y lleva un gran garrote; llegarás lejos". Y vaya si llegó lejos: bajo esa máxima, EE. UU. consolidó su papel no solo como potencia hegemónica en el continente, sino que inauguró una política exterior de "policía internacional" al servicio de sus intereses imperiales. Más de un siglo después, Trump pretende reactualizar y ampliar la sombra de ese gran garrote sobre América Latina. Pero sin hablar suavemente: prefiere su tradicional actitud de matón inmobiliario neoyorquino, que tanto confunde a propios y extraños sobre sus verdaderas intenciones.
Desde el mismo día de su victoria electoral, ha mencionado a Panamá en repetidas ocasiones —en discursos, entrevistas y publicaciones en Truth Social—, amenazando con "recuperar" militarmente el canal, bajo control estadounidense entre 1914 y 1999. De hecho, CNN y NBC News revelaron la existencia de un memorando presidencial que ordenaba al Pentágono preparar «opciones militares creíbles para garantizar el acceso» al canal panameño y proteger los «intereses vitales estadounidenses». Ese memorando representa el desafío más directo a la soberanía panameña desde la invasión de 1989.
Con la sombra del garrote ciñéndose sobre Panama, Trump ha arrancado una serie de concesiones al presidente conservador, José Raúl Mulino: el inicio de negociaciones para reembolsar a buques militares de Estados Unidos el pago de peajes y la aceptación de despliegues rotativos de personal militar estadounidense en bases panameñas (la última base permanente de EE. UU. en Panamá cerró en 1999). Todas esas concesiones buscan contrarrestar la influencia de China, que ha ganado terreno comercial en Panamá desde que el país rompió relaciones con Taiwán en 2017. En esa misma línea, otra victoria del chantaje norteamericano ha sido el anuncio de la salida de Panamá de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, pieza central de la política exterior de Xi Jinping.
En el marco de la disputa con China por la hegemonía en América Latina, en verano, Trump decretó los aranceles a Brasil como arma negociadora-disciplinaria fundamental en su particular guerra comercial. El país sudamericano es clave en esta pugna global, no solo por sus recursos y su peso económico, sino también por su papel de punta de lanza de los BRICS y, por ende, de China en el continente. La excusa del castigo arancelario a Brasil fue, según la Casa Blanca, la "persecución, intimidación, acoso, censura y enjuiciamiento políticamente motivados del gobierno de Brasil" contra "Bolsonaro y miles de sus seguidores": "graves violaciones de derechos humanos que han socavado el Estado de derecho en Brasil".
El apoyo directo a sus aliados políticos en el continente se ha convertido en una nueva forma de injerencia en la soberanía latinoamericana. Así, la Casa Blanca repitió en Argentina el modelo aplicado con Brasil, condicionando un rescate económico de 20.000 millones de dólares —ampliable a 40.000— que el Tesoro de Estados Unidos canalizaría hacia Argentina siempre que Milei ganara las elecciones del 25 de octubre. "Si no gana, no perderemos el tiempo", dijo Trump tras una reunión bilateral en Washington con la delegación argentina.
La frase resume a la perfección esta nueva injerencia: Estados Unidos no está apoyando a Argentina; intenta condicionar la soberanía electoral de los argentinos y las argentinas, hipotecando el futuro económico del país a un resultado favorable al candidato de Trump. Milei, considerado por el propio Trump como "su aliado sistémico en la región", es una pieza clave para contrarrestar el eje progresista latinoamericano, actuar como caballo de Troya en el Mercosur y frenar la penetración china. "Si a Argentina le va bien, otros países seguirán su camino", afirmó Trump.
Aunque, donde el garrote injerencista de Trump parece haberse posado con más fuerza es en Venezuela, sobre la que sobrevuela la sombra de la intervención militar. Al igual que con Panamá, Trump firmó en secreto una directiva dirigida al Pentágono para comenzar a utilizar la fuerza militar contra determinados cárteles de la droga latinoamericanos que su gobierno considera organizaciones terroristas. Esa orden proporciona una base oficial para operaciones militares directas en el mar y en suelo extranjero contra los cárteles. Convirtiéndose en el sustento sobre el que se asienta el despliegue militar norteamericano en el Caribe, frente a las costas venezolanas, que ha conllevado el asesinato extrajudicial de tripulantes de diversas lanchas acusadas de transportar droga.
Unos meses antes de esa directiva al Pentágono para iniciar su "guerra contra las drogas", en febrero, la Administración norteamericana designó como organizaciones terroristas internacionales a seis cárteles mexicanos (el Cártel de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Cárteles Unidos, el Cártel del Noroeste, el Cártel del Golfo y La Nueva Familia Michoacana) y a dos pandillas: el Tren de Aragua y la Mara Salvatrucha. Poco después, ya en verano, la Casa Blanca incluyó en esa lista global al Cártel de los Soles venezolano y afirmó que estaba dirigido directamente por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y otros altos cargos de su gobierno.
La decisión fue mucho más que un cambio de nomenclatura. Como explicó el secretario de Estado, Marco Rubio, "lo que cambia es que nos da la autoridad legal para apuntar a estos [los cárteles] de manera que no se puede hacer si fueran solamente un montón de delincuentes. Ya no es un asunto de la policía. Se convierte en un asunto de seguridad nacional". Una decisión que permite a Trump ordenar acciones militares unilaterales sin aval del Congreso.
Casi treinta y seis años antes, un presidente norteamericano, George H. W. Bush, ya utilizó una autorización parecida para enviar 20.000 soldados a invadir Panamá en 1989 en la operación Causa Justa. En esa intervención, Estados Unidos derrocó y capturó al presidente Manuel Antonio Noriega y lo deportó a Norteamérica para enfrentar cargos de narcotráfico, asegurando el control del Canal de Panamá ante las veleidades soberanistas de Noriega. En ese sentido, cobra más importancia la designación, por parte de los Departamentos de Justicia y de Estado, de Maduro como jefe del cártel de los Soles, y las declaraciones de la fiscal general, Pam Bondi, al calificarlo como "uno de los narcotraficantes más grandes del mundo y una amenaza a nuestra seguridad nacional". Un conjunto de afirmaciones que preparan el escenario para una acción militar contra la soberanía del pueblo venezolano.
Mientras los EE.UU. parecen estar dando todos los pasos para iniciar una intervención militar sobre Venezuela, bajo la acusación de estar presidida por un narco presidente. El propio Trump concedía esta semana el indultó a Juan Orlando Hernández, el expresidente de Honduras que cumplía una pena de 45 años de prisión por introducir, según la fiscalía norteamericana, más de 400 toneladas de cocaína en EE. UU. Un indulto justificado porque, según el propio Trump, la administración del expresidente Joe Biden le tendió una trampa a Juan Orlando Hernández.
A Trump poco o nada le importa la supuesta guerra contra las drogas, si en la segunda mitad del siglo XX la intervención imperialista en América Latina se justificó en nombre de la "amenaza comunista", ahora la consigna es la "lucha contra el narcotráfico". La declaración de Maduro como jefe del Cártel de los Soles no deja de ser la excusa para una intervención en Venezuela a la manera del «modelo Noriega» en Panamá. El objetivo parece ser, asegurar un gobierno títere —presidido por una reciente ganadora del premio Nobel— que utilice la poca credibilidad que le queda al galardón para legitimar internacionalmente un cambio de régimen. Un nuevo gobierno en Venezuela que garantice los intereses del imperialismo norteamericano en la mayor reserva de petróleo del mundo, asestando un nuevo golpe a la geopolítica china en el continente.
En este sentido, la intervención militar en Venezuela no está en discusión, ya es un hecho. Desde hace semanas el ejército norteamericano ha bombardeado numerosas lanchas tanto en el Caribe como en el Pacifico, auténticos asesinatos extrajudiciales contrarios al derecho internacional. Esta misma semana, Trump decreto ilegalmente el cierre del espacio aéreo venezolano, un paso más en su estrategia de acoso y derribo del gobierno de Maduro. La pregunta es si todos estos movimientos son el preludio de un enfrentamiento militar terrestre. Y creo que dependerá de la capacidad de resistencia del régimen venezolano. Mientras Venezuela aguante, Trump subirá la presión. Porque en estos próximos meses, en la patria de Bolívar, estará en juego la soberanía latinoamericana, ser o no volver a ser el patio trasero del imperio.


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