Opinión
Sánchez y la podrida construcción del héroe solitario

Periodista y escritora
-Actualizado a
El 29 de octubre de 2016, un Pedro Sánchez lloroso y de apariencia vulnerable anunciaba: “A partir del lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar a aquellos que no han sido escuchados, los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país”. Acababa de dimitir como secretario general socialista y ponía en marcha no solo una minuciosa campaña de imagen, sino la construcción de un relato que cumplía con todos los cánones de la literatura del héroe solitario.
Salió en las teles diciendo que se enfrentaba a una construcción de las élites económicas y mediáticas. Pronunció palabras gruesas contra sus compañeros de siglas y también contra algunos “poderes” estructurales al margen de los partidos. Y todo lo hacía, o así nos lo vendieron, él solo. Como el llanero solitario por las tierras de la piel de toro, como el Cid desterrado en busca de su honra, como un nuevo Quijote contra los peores gigantes, como Ulises que parte para acabar volviendo a casa… En fin, como tantos héroes podridos que pueblan nuestro imaginario del hombre solo, de ética pulcra, insobornable en lo suyo y, sobre todo, empecinado en su soledad.
Andábamos tan necesitadas de un relato de izquierdas, que una mayoría progresista le compró el suyo a Sánchez: que era un hombre solo, único, singular, contra todo y contra todos; que era un pobre hombre que llegaría a príncipe; que era David contra Goliat en representación de todos los Davides de este país necesitados de un espejo en que mirarse. Era tan fácil comprarlo, teníamos tan dentro esa podrida construcción del héroe solitario, que solo le hizo falta poner su cuerpo serrano para que el traje le quedara a la medida.
Después de eso, cualquier cosa que sucediera en la izquierda era cosa de “Pedro”. “Pedro tiene una flor en el culo”, se convirtió en una frase que ilustra perfectamente la idiotez resultante.
La figura del héroe solitario es una de las más exitosas fantasías del patriarcado de la que echa mano con notable éxito el capitalismo y todos sus derivados. Los líderes absolutos, aquellos cuyo perfil no se sustenta en una base amplia, en lo colectivo. Son construcciones ficticias, verticales y que solo pueden dar frutos de jerarquías compactas bajo el mandato de un líder omnipotente.
Este jueves, justo antes de la comparecencia del presidente Sánchez en la que se limitó a pedir perdón a la manera borbónica, un periodista veterano lamentaba en TVE el desengaño que sentía, la sensación de haber sido traicionado. Sirva ese lamento para explicar por qué Sánchez ha podido llegar hasta donde está e insistir en permanecer ahí, de nuevo solo, sobre la roca en el acantilado donde estalla la tormenta y golpea el oleaje. Una mayoría progresista quiso creer a Sánchez, necesitaba creer a Sánchez, porque Sánchez colmaba su hambre de héroes brillantes en un tiempo de villanos verrugosos. Un periodista jamás debería sentirse traicionado por un político corrupto, porque un periodista jamás debería haber confiado en él. Pero sucede que todo relato del héroe necesita sus juglares.
Desde que hace casi una década Pedro Sánchez se subió a aquel Peugeot, ha ido protagonizando un cuento macho clásico que es y ha sido siempre la mejor herramienta del patriarcado, entendido este como sistema jerárquico impuesto por las élites masculinas que se colocan en roles de liderazgo, autoridad moral y control económico. El líder, sí, de eso se trata, el guerrero, el colono, el justiciero… Todos ellos participan de la podrida construcción del héroe que ha representado Sánchez y la mayoría progresista ha comprado, despreciando que toda estructura vertical, jerárquica y heroica es lo contrario de la justicia y el diálogo social, de lo colectivo y de la idea de representación.
Ahora intentan que sigamos creyendo que Sánchez estaba solo en esto. Únicamente un empeño infantil en no tirar el cuento a la basura podría hacer que la mayoría progresista que le compró el relato siguiera creyéndoselo. Pero ya se sabe el apego que el niño tiene a sus cuentos infantiles.
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