Opinión
La clase política
Por Público -
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RAMÓN COTARELO
Catedrático de Ciencias Políticas
Desde que Gaetano Mosca acuñara el concepto “clase política”, se ha manoseado tanto que parece inútil. Mosca designaba así a la elite del poder, una minoría que controla la política, por encima de los cambios de régimen, y que se perpetúa porque sabe renovarse. Una ojeada a la clase política española muestra que, en efecto, junto a las nuevas incorporaciones, mayoritarias, hay apellidos que forman parte de la elite del poder central o periférico desde el franquismo y hasta desde la República. En conjunto, sin embargo, esa clase goza de nulo prestigio ante la opinión pública, que lo más suave que suele decir de ella es que sólo se ocupa de sus asuntos y vive de espaldas a los ciudadanos.
Esta elite no hace justicia a las teóricos al estilo de Mosca, que veían en ella una minoría superior. Nadie, creo, está pidiendo que los gobernantes se ajusten a la sublime idea platónica de los filósofos reyes, pero, dado el respetable nivel cultural que afortunadamente ha alcanzado nuestra sociedad, asiste a los ciudadanos el derecho de exigir a sus políticos conductas no sólo éticamente irreprochables sino también cívicas, tolerantes y correctas.
Sin embargo el espectáculo de una clase política corroída por la corrupción, especialmente, aunque no sólo, en el orden local, cuestiona la capacidad de la democracia de defender el principio de legalidad y alimenta nostalgias autoritarias en los de siempre. Añádase que la calidad del debate público, viga maestra del sistema democrático, que adopta decisiones por deliberación, es ínfimo.
La actitud del principal partido de la oposición es intransigente, agresiva, muchas veces insultante y no pocas rayana en la injuria y la calumnia. El frecuente empleo de términos groseros y malsonantes –desde llamar “hijoputa” al adversario a afirmar que carece de padre conocido, por no mencionar gestos de vergonzosa zafiedad– dan una idea del nivel de los intervinientes que, más que patricios elitistas, parecen jayanes tabernarios.
Los topicazos, los prejuicios más bochornosos –aplicados por lo más retrógrado del país a las mujeres, los gays, los extranjeros y los oriundos de las nacionalidades llamadas “históricas”– están a la orden del día. Únicamente sobre este fondo de deterioro intelectual y bajura moral cabe entender que alguien quiera insultar a otro en público llamándolo “gallego”. ¿Por qué no “negro” o “judío” o “marica”?
El Gobierno mantiene un estilo más a la altura de la dignidad del debate político, pero flaquea en otro campo que dice muy poco de su solidez interna, claridad de ideas y determinación como elite política. En situaciones especialmente graves como la actual no es de extrañar que los gobernantes a veces titubeen. Pero es que en España, además, trasmiten una peligrosa imagen de desconcierto, con rectificaciones, desmentidos y desautorizaciones permanentes que no ayudan a consolidar la imagen del país ni permiten pensar que el Gobierno tenga firmemente empuñado el gobernalle de la nave del Estado y sepa a dónde va.
¿Qué país aspira a gobernar una clase política que ofrece este lamentable espectáculo en su conjunto?