Este artículo se publicó hace 9 años.
Chato Galante, el azote de la desmemoria
Brutalmente torturado por el franquismo, Chato Galante es hoy uno de los miembros de La Comuna, una asociación que ha conseguido reunir más de 50 querellas contra los crímenes del franquismo que investiga la jueza argentina María Servini
Actualizado a
“La gente no entiende lo que cuesta poner por escrito tu experiencia. Ya me he acostumbrado, pero estuve años sin decir nada. La primera vez que hablé de lo ocurrido fue durante un acto que montamos mientras Billy el Niño estaba siendo juzgado en la Audiencia. Mi compañera se llevó el disgusto de su vida. No se lo había contado. No había dicho nada a nadie. Cuesta mucho poner negro sobre blanco el dolor de la tortura. Te hace volver a atrás. Te desnuda”.
Es pudoroso José María ‘Chato’ Galante (Madrid, 1948) cuando refiere los lacerantes episodios de brutal represión que marcaron su juventud. Y su vida. Entre los 21 y los 28 años estuvo cinco encerrado, reo de la dictadura. Pasó en cuatro ocasiones por la siniestra Dirección General de Seguridad donde conoció los feroces y toscos métodos de la policía franquista. Pero sabe que, por mucho que traten de taparlo quienes deberían perseguirlo y castigarlo, él sólo fue una de tantísimas víctimas. Y habla.
Empieza por el principio: por una infancia en el madrileño barrio de Arguelles en el que tenía residencia su padre, “un militar franquista con una fuerte formación humana y científica, y con una solidez de principios tal que –se ríe Chato- alguna vez llegó a arrepentirse de habernos inculcado sus valores. ‘Así habéis salido vosotros’, nos decía”.
Rebeldes salieron los doce hermanos y un Chato con quien el mundo universitario hizo el resto. Empezó Políticas y Económicas, para terminar en Telecomunicaciones, en una Universidad Complutense “digna del tipo de sociedad que teníamos: de una mezquindad aterradora. Era imposible leer, oír música, ver teatro era una aventura, todo estaba censurado hasta el ridículo”.
Entre 1963 y 1977 pasaron 50.000 personas por los tribunales de Orden Público
Pero, frente a la Formación del Espíritu Nacional, Galante se construyó a sí mismo fuera: en el San Juan Evangelista, en los colegios mayores, en el clandestino Sindicato Democrático de Estudiantes en el que entró en el año 67 y, sobre todo, con el asesinato, bajo custodia de la Brigada Político-Social de Franco, del compañero Enrique Ruano.
“El asesinato de Ruano fue para mí un golpe tremendo. Se tiene la idea de que la represión franquista fue feroz durante los primeros años y que luego se relajó. No es cierto. Entre el 63 y el 77 pasaron 50.000 personas por los tribunales de Orden Público. La mitad de esos procesos tuvieron lugar en los dos últimos años. Que mataran a Ruano hizo que mi objetivo en la vida fuera acabar con aquello. No se podía vivir en un país en el que pasaban esas cosas”.
"Aquel idiota había matado gente, iba a seguir matando gente y te podía matar a ti"
Y esa obsesión llevó a Galante a catar, con sólo 21 años, la maldad que habitaba en la Dirección General de Seguridad. Recuerda su primera detención: “Fueron a buscarme a mi casa, a la casa de mi padre. La DGS era un lugar sórdido hasta el delirio. Las celdas, de azulejo blanco, estaban llenas de todas las cosas que puedas imaginarte. Se veían todos los colores menos el blanco. La celda tenía una colchoneta que era un trozo de goma, envuelto en un hule que estaba prácticamente vivo de los restos que tenía encima”.
Aquel primer arresto, palizas incluidas, duraría solo tres días. Y ni los grises, ni los de la Político-Social, consiguieron mermar una indocilidad que, junto a otros popes de la extrema izquierda como Miguel Romero, Ismael Navarro o Jaime Pastor, daría lugar al nacimiento de la troskista Liga Comunista Revolucionaria.
Es en ese momento, el del nacimiento de la LCR y durante el estado de excepción de 1971, cuando Galante vuelve a caer en manos de los torturadores- no uno sino catorce días- y cuando tiene la desgracia de conocer a uno de los personajes más siniestros de la dictadura: el policía Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño.
“Era un torturador compulsivo. Nada más llegar a la DGS me colgó por las muñecas para utilizarme como saco y darme patadas de karate, al estilo del Bruce Lee de la época. No quería sacarme nada; golpeaba por placer. Pero claro, en aquel momento lo que pensabas era que aquel idiota había matado gente, iba a seguir matando gente y te podía matar a ti”.
No estuvo lejos de caer Chato que recuerda en especial un día en que despertó tirado bajo el agua de una ducha inmunda, orinando coágulos de sangre y sin poder mantenerse en pie. Le habían amarrado tobillos y muñecas a una barra de hierro de forma que sus genitales quedaron durante horas al capricho perverso de puñetazos, palos y patadas.
“Lo que querían era romperte, destruirte. Sabían que en el momento en que dijeras la primera palabra contra los tuyos pasabas a ser basura. Yo aguantaba gracias a lo que me había enseñado mi padre. Ser un humano, no aceptar aquellas situaciones. Cuando estaba con cinco pegándome pensaba: ‘El único ser humano que hay aquí soy yo’. Hablar me convertía en el animal que eran ellos”.
Tras dos semanas de palos y resistencia, Chato fue trasladado a la enfermería de la prisión de Carabanchel, de la que salió para cumplir el servicio militar en el Regimiento Pavía nº4 de Aranjuez, un batallón de castigo, un nuevo encierro. No claudicó en la lucha clandestina y, en 1973, volvió a Carabanchel -estuvo durante meses en celdas de castigo- y desde Madrid inició un recorrido carcelario por las prisiones de Zaragoza, Segovia y Zamora, hasta la amnistía de 1976.
Reivindica la eliminación de los antecedentes, "porque –y da golpes Chato en la mesa- en España yo sigo siendo un delincuente; a mí me han amnistiado de un delito: oponerse a la dictadura"
Con la democracia, volvió al trabajo en la Liga Comunista que más tarde se unificaría con el Movimiento Comunista de Eugenio del Río; después ocuparía su vida en la lucha pacifista y ecologista, en AEDENAT o Ecologistas en Acción y, finalmente, en lo que hoy le empeña coraje y energías: las ganas de que termine la impunidad que supuso la Transición a través de La Comuna.
“Cuando derriban Carabanchel empezamos a vernos quienes habíamos estado presos. La idea era trabajar contra la desmemoria y reivindicar dos cosas: el derecho a la Justicia y la eliminación de todos nuestros antecedentes. Porque –y da golpes Chato en la mesa- en España yo sigo siendo un delincuente; a mí me han amnistiado de un delito -oponerse a la dictadura- que sigue siendo un delito hoy. Mientras que el tipo que me torturó y que vive a 400 metros de mi casa ha sido condecorado varias veces. Y otros incluso, como José Martínez Torres, han tenido papeles relevantes durante gobiernos socialistas”.
La querella argentina contra los crímenes del franquismo, fue el impulso para que Galante y sus compañeros se constituyeran, en enero de 2011, en La Comuna. Una asociación que hasta la fecha ha conseguido recoger más de 50 demandas y que hoy tiene una única esperanza: el trabajo de la jueza María Servini. Y vuelve a dejar caer el puño en el tablero de madera cuando denuncia: “En España, el Estado de Derecho, no lo es para mí”.
Tuerce el gesto si se le plantea el discurso de quienes argumentan que es mejor no abrir heridas del pasado. Recuerda entonces a quienes han hecho cruzada política del dolor de las víctimas del terrorismo y se pregunta: “¿Y nuestra sensibilidad? ¿Es que nosotros no somos víctimas? Somos centenares de miles; tenemos, que se sepa, 140.000 personas en fosas; somos el segundo país con mayor número de desaparecidos tras Corea del Norte. Y no se ha hecho nada”.
La explicación es sencilla para Chato: “Si se reconoce que existe gente torturada, hay que reconocer que hubo torturadores. Somos un auténtico universo de personas a las que este país ha hecho desaparecer. Somos – concluye con amarga resignación- el factor invisible”.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.