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Retirada rey Juan Carlos I ¿Rey franquista o padre de la democracia?: luces y sombras de Juan Carlos I

43 años y medio después de jurar los principios del Movimiento, el rey emérito abandona la vida pública sin responder a varias interrogantes históricas. Distintos expertos señalan que su gran obsesión fue conservar la Corona.

Imagen de archivo de Juan Carlos I/EFE

Las pulseras rojigualdas que hoy abundan entre dirigentes y simpatizantes del conservadurismo español (desde el PP hasta Vox) ya estuvieron de moda hace unos cuantos años. En noviembre de 1975, para ser más exactos. Entonces no se usaban en la muñeca, sino que iban algunos centímetros arriba y adquirían la forma de brazalete patrio. Así lo saben y así lo recordarán los fervientes simpatizantes de Franco y del rey que aquel otoño salieron a la calle para celebrar que, en principio, todo seguiría igual.

Hay más datos. Si hoy las pulseras ponen “Vox”, “PP” o un genérico “Vamos España” que también suscribiría Albert Rivera, los brazaletes de entonces llevaban inscripto un solemne “Juan Carlos I, Rey de España”. No en vano, fueron especialmente utilizados durante la histórica jornada del 22 de noviembre de 1975 por muchas y muchos españoles que se habían agolpado en el centro de Madrid para saludar al monarca en su paseo triunfal hasta el Palacio de las Cortes.

43 años y medio después, la escena tiene nulas probabilidades de repetirse. En España ya no quedan brazaletes juancarlistas, y Juan Carlos ya no volverá a tomar parte en actos oficiales. El rey emérito ha anunciado esta semana a su hijo, vía carta, que se aleja de la vida pública de este país. Es el fin de una etapa que empezó, precisamente, aquel 22 de noviembre de 1975, con Franco recién enterrado.

“Señor, ¿juras por Dios y sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional?”, preguntó Alejandro Rodríguez de Valcárcel, un ultraderechista que había servido a la dictadura y que ahora ostentaba el pomposo título de “presidente del Consejo de Regencia”. La respuesta llegó de inmediato. “Juro por Dios y por los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”, contestó Juan Carlos de Borbón.

“Aquello fue inevitable, pues en caso contrario –designado como lo fue por Franco- no hubiera sido rey”, apunta a Público Ferran Archiles, profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Seguido, apunta otro dato que considera relevante: “me parece interesante también que esos principios quedaran derogados bajo su reinado”.

El Rey Don Juan Carlos junto al general Franco (Efe)

El Rey Juan Carlos junto al dictador Franco. EFE

Carme Molinero, historiadora e investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), va un poco más atrás. Concretamente hasta julio de 1969, cuando un entonces jovencísimo príncipe Juan Carlos juraba por primera vez los principios del Movimiento Nacional. Es decir, del franquismo. “No en vano, Juan Carlos es el sucesor de Franco. A título de rey, pero sucesor de Franco”, remarca Molinero.

A su juicio, el ahora rey emérito “tuvo siempre una prioridad lógica: asentar la monarquía en España”. “Para eso había dedicado toda su vida desde que llegó a España en 1948, siendo aún un niño, para formarse –subraya-. Con el paso de los años iría viendo qué era lo imprescindible para conseguir ese objetivo”.

"Más que la democracia, a Juan Carlos le interesaba conservar la Corona"

El historiador José Babiano apunta en ese mismo sentido. “Lo que le interesaba a Juan Carlos, más que la democracia, era conservar la Corona”, señala. De ahí que este investigador exprese su “fastidio” cuando escucha la repetida teoría de que “fue él quien trajo la democracia”. En tal sentido, considera que la evolución del monarca tras la jura de los principios del Movimiento tuvo como base “la defensa de la Corona, no de la democracia”.

El 23-F, clave del reinado

En ese camino, hubo un momento que todos los expertos coinciden en señalar: el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. “Muchas veces se dice, y las encuestas de esos años así lo demostraban, que en España había más juancarlismo que monarquismo, en el sentido de que él se había ganado su papel en la política española. Particularmente, el elemento más importante fue el 23-F”, relata Molinero.

“La mitificación de su figura –sobre todo el 23-F- ha distorsionado la percepción de su función efectiva”, sostiene por su parte Ferran Archiles. Todo esto le suena y mucho a Babiano, quien recuerda que aquel día de febrero casi quema unos cuantos papeles relacionados con su actividad de militante de izquierdas. “Sin embargo, cuando vi que el rey salía en la televisión, me di cuenta que no pasaría nada”, señala. En ese contexto, considera que aquello “reforzó mucho su figura y le permitió legitimarse”.

“Juan Carlos tuvo un primero hito de reinado, que fue el 23-F. Eso fue lo que definió su papel histórico. Varios años después llegaría el segundo hito, que fue la decadencia del reinado y el declive de su figura”, comenta el politólogo Alejandro Pérez. En esa línea, la historiadora Carme Molinero apunta que “pueden distinguirse dos etapas en el reinado de Juan Carlos I”. La primera iría hasta el año 2000, aunque con un punto fundamental en 1981 y 1982. “No fue el motor del cambio, pero jugó un papel importante en una etapa decisiva como la transición”, señala.

Sin embargo, “desde 1982 la política española entra en una larga fase de estabilidad”, sostiene la investigadora de la UAB. A partir de entonces, el monarca tuvo el papel de garante de la estabilidad institucional y de representante del Estado, “pero no tiene funciones estrictamente políticas –subraya Molinero-, que radican en el Gobierno”. Luego, a partir de 2000, llega “una etapa de amplísima especulación sobre enriquecimientos rápidos”. “A partir de ese momento Juan Carlos se centró más en su vida privada, y eso, a la larga, tuvo consecuencias”, señala la historiadora.

Los expertos consultados subrayan también otro aspecto: Juan Carlos, a diferencia de su hijo y sucesor, no tuvo que enfrentarse a una situación tan compleja como la cuestión territorial catalana, que le encontró ya en su papel de rey emérito.

Democracia “imperfecta”

Para José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense y director de la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico, el monarca “representa, como la propia transición, una democratización institucional imperfecta”. Dicho de otra forma, “ofreció una monarquía suficientemente moderna, pero al mismo tiempo imperfectamente democrática, quizás a la altura de la exigencia del pueblo, pero sin que las élites tuvieran el más mínimo interés de ir más allá de ese aggiornamiento del Estado”.

Precisamente por eso, Villacañas apunta hacia las “luces y sombras propias de una perspectiva evolutiva desde un estado autoritario y de una monarquía tradicional hasta un estado más democrático, pero en el que las élites, en lugar de dar un impulso hacia una democracia verdadera, se sintieron cómodas en esa estructura de mínimos”.

"La democracia volvió a España como resultado de muchos actores", destaca Ferran Archiles

¿Es apropiado entonces el rol de “padre de la democracia” que históricamente se le ha atribuido? “En absoluto –responde Ferran Archiles-. Fue un actor destacado en el proceso político habida cuenta del lugar que ocupaba, pero la democracia volvió a España como resultado de muchos actores y muchas situaciones imprevistas”. “Sin la presión de amplios sectores sociales, el camino seguido hubiera sido distinto. Y tal vez, muy distinto”, añade el historiador.

Molinero tampoco comparte esa expresión. “Creo que Juan Carlos jugó un papel importante a favor de la democracia, pero si ésta se instaló en España y lo hizo con las características que adquirió, fue por la presión social y política de sectores muy significativos de la población que no aceptaron sucedáneos como los que inicialmente se pretendían”, remarca la investigadora.

Para Juan Andrade, Doctor en Historia Contemporánea y profesor de la Universidad de Extremadura, "su imagen como 'padre de la democracia', como hacedor y custodio de la misma, ha generado seguridad en buena parte de una sociedad educada en cuarenta años de dictadura, que acusaba el vacío dejado por una figura omnipresente y tirana como la de Franco, pero que quería que este vacío fuera colmatado por la de un padre más cercano y comprensivo", destaca.

Andrade va más allá. En esa línea, cree que sobre Juan Carlos de Borbón "se han proyectado virtudes muy del gusto de las clases medias: solemne cuando toca, pero campechano en momentos distendidos; de vida cómoda, pero austera para su condición". "El problema es que, para sostener esta imagen, que tan poco se corresponde con su vida cotidiana, ha sido necesario recurrir a invenciones, silencios y censuras", sostiene.

“Intocable”

La historia, ahora, ya es otra. El rey emérito ha perdido prestigio por los escándalos que han rodeado a la familia real, y a nivel social –tal como coinciden en señalar los expertos consultados- va perdiendo el carácter de “intocable” que tuvo durante largos años. Dicho de otro modo, se rompen tabúes a la hora de hablar de su figura. “El contraste con quince o veinte años atrás es claro”, resalta Archiles. El rey emérito ya no es una figura sagrada a nivel social, pero sí en los tribunales, donde seguirá aforado.

“Ahí sí que sigue siendo intocable”, se lamenta Babiano, quien advierte que al emérito “no se le ha podido investigar porque en la Constitución quedó reflejada la inviolabilidad del monarca”. Es la otra cara de una trayectoria con luces y sombras.

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