Este artículo se publicó hace 4 años.
Covid-19 y los locales chinosLos chinos reabren sus negocios al pasar lo peor de la pandemia: "Teníamos miedo"
Muchos locales de alimentación regentados por chinos cerraron incluso antes del estado de alarma pese a que no estaban obligados. ¿Qué les llevó a tomar esta decisión?
Jose Carmona
Madrid-Actualizado a
Una cámara frigorífica repleta de helados bloquea la entrada a una tienda de alimentación regentada por una mujer china. De este modo, como si se tratara de un puesto de mercadillo, atiende a los pocos transeúntes que se acercan a comprar, cumpliendo así con el distanciamiento social conveniente. Es una de los muchos tenderos asiáticos del madrileño barrio de Peñagrande: "Ya tocaba abrir, porque no había dinero", dice en un parco y trabado castellano mientras gesticula para hacerse entender, dificultada por la mascarilla.
La mujer está sentada en un taburete en mitad del establecimiento, a un par de metros de la puerta. Tras ella relucen las bolsas de fritos pese a que las luces del diminuto recinto están semiapagadas. Las medidas de seguridad que se ha autoimpuesto contrastan con las de una panadería a escasos metros, donde se pueden ver dos personas dentro, además de los dos responsables del negocio. Tras cuatro años en España, esta tendera apenas farfulla dos frases consecutivas hasta que necesita pararse a pensar. Con sus tres hijos en el instituto público de la zona, reconoce que no se ha planteado pedir créditos ICO –apenas entiende que podría disponer de ellos– ni aprovechar alguna de las medidas que el Gobierno ha puesto en marcha para paliar los efectos de la emergencia económica.
Como todo vecino de barrio de varias zonas de España habrá comprobado, muchas tiendas de alimentación a cargo de población china migrante cerraron antes del sábado 14 de marzo, fecha en la que se decretó el estado de alarma. Negocios caracterizados por abrir con horarios eternos y por ser los únicos puntos de los barrios donde se vende alcohol a menores, algunos aún mantienen letreros donde avisan de que están cerrados "por descanso" o "por vacaciones".
"Los chinos fueron los primeros en cerrar", comenta una vecina del Barrio del Pilar que vuelve de hacer la compra. "Algo vieron venir, porque fueron los primeros", insiste con sarcasmo pero dejando entrever que hay algo detrás de esa decisión. Deambular por los barrios ha tenido hasta ahora un toque distópico, como de abandono. Ver las verjas bajadas y las persianas echadas llevaba la cabeza a escenarios ficticios, a terrenos imaginarios.
Alejados de teorías de la conspiración vecinales, varios expertos en la migración China en España defienden una misma tesis para explicar el prematuro cierre de éstos locales. "Se sentían indefensos, se sentían expuestos. La población china de España está muy en contacto con lo que pasó allí, así que, sabiendo como eran las restricciones en China, tomaron precauciones previas a pesar de que el Gobierno todavía no daba pautas", considera Gladys Nieto, profesora de Estudios de Asia Oriental en la Universidad Autónoma de Madrid y directora del Instituto Confucio.
Acorde con esta interpretación de los hechos, los locales cerraron por precaución tras ver los estragos que el virus había cometido en Wuhan, ciudad de la provincia de Hubei, que sufrió los primeros daños de la covid-19. Joaquín Beltrán, profesor de Estudios de Asia Oriental de Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), también se decanta por esta versión: "Eran muy conscientes de que lo estaba pasando era grave, aunque nosotros nos dimos cuenta una semana después", declara.
El temor a ser contagiados es algo de lo que puede dar fe Li, otro tendero afincado en una esquina cercana a la parada de metro de Avenida de la Ilustración. Instalado en el barrio desde hace 15 años, su castellano es más fluido de lo habitual y sus hijos están totalmente imbricados en el panorama local. El hijo mayor, Shangai, nacido en España, se crió entre la calle y la tienda, y ahora es uno de los adolescentes que, hasta el estado de alarma, jugaba en el parque aledaño al local.
"Yo cerré por miedo", asegura sin un ápice de dudas. "A lo mejor ahora con el calor las cosas van mejor, pero cuando hacía frío...", confiesa con temor. Su tienda tiene los habituales clichés de estos negocios: siempre hace calor por culpa de las neveras, a lo que se suma un pequeño horno donde calienta barras de pan. Con una pequeña televisión al otro lado del mostrador para ver películas y matar las incontables horas que pasa en el local, ahora Li ha añadido a su atorada recepción un plástico de varios metros de longitud que cuelga del techo y separa al cliente del dependiente. Un amago de mampara para guardar las distancias y que no inspira demasiada tranquilidad, puesto que recuerda más a los productos en los que se envuelve el pescado que a una herramienta para combatir pandemias.
Racismo durante los primeros pasos de la pandemia
Semanas antes de declararse el estado de alarma, cuando la pandemia del coronavirus aún mezclaba la preocupación con la broma, también hubo espacio para el racismo: "Trabajo en un instituto donde las profesoras son todas chinas y venían a diario comentándonos situaciones racistas en el metro. Les decían que se apartaran porque eran portadoras del virus", denuncia Nieto.
Beltrán confirma ese brote racista, aunque lo considera "temporal", ya que poco a poco ha desaparecido: "Ha habido casos de niñas y niños adoptados que decían que se sentían mal porque les echaban la culpa. Incluso, en Madrid dieron una paliza a un joven de San Francisco con rasgos asiáticos", recuerda.
Sin embargo, fueron una comunidad volcada desde el primer momento en frenar la pandemia. Los chinos migrantes están acostumbrado a hacer sacrificios aunque no se le exijan desde el Gobierno: "Hay quienes se fueron a pasar el año nuevo a China, un mes antes de la alarma, e hicieron cuarentena voluntaria, sin que les obligaran. Y antes del cierre, muchos ya iban con mascarillas desde antes de que empezara la locura", confirma el profesor Beltrán, que, recuerda, fueron precavidos antes que nadie: "Cerraron sobre todo en zonas donde van clientes chinos y turistas. A quienes no querían recibir era a turistas chinos, porque temían que alguno pudiera tener el virus".
Un cierre prematuro sin ayudas
Joaquín Beltrán: "Son muy conscientes de que la salud pública está por encima de la economía"
Sorprende el arrojo de esta comunidad, que no dudó en cerrar sus locales y asumir las pérdidas que ello pudieran traer. Antes de que el Gobierno siquiera aventurara medidas, los chinos pusieron por delante la salud. "Son muy conscientes de que la salud pública está por encima de la economía. Prefieren eso a morirse o a ser responsables de una muerte. Más que los ciudadanos españoles", analiza el profesor Beltrán. Hay quienes cerraron el 8 de marzo y ya desde entonces anunciaron que no volverían a abrir hasta mediados de mayo.
El perfil del chino migrante ha sido objeto de estudio de Gladys Nieto, autora del libro La inmigración china en España: "La gran mayoría de tiendas las lleva gente que viene de una zona en particular, que es la provincia de Zhejiang –de unos 58 millones de habitantes–. De esta población han llegado aproximadamente un 70% de los que residen en España. Ahora es una zona muy próspera, gracias al dinero que han enviado, pero era muy pobre. La gente que venía de allí eran incluso campesinos. Venían a Europa con la idea de ser autónomos. Son, especialmente negocios, familiares".
En la actualidad, en España hay 225.000 chinos, de los cuales 101.000 están dados de alta en la Seguridad Social. De todos ellos, en torno a 55.000 son autónomos, un dato elevado en contraste con otros grupos migrantes. "Son, con diferencia, los que más autónomos tienen y los que más tiendas tienen", afirma Beltrán.
En el Barrio del Pilar, cerca del enorme centro comercial de La Vaguada, en una tienda tan pequeña que bien podría ser considerada un trastero exterior, otra joven china al cargo de una tienda no deja entrar a nadie que no lleve puesta una mascarilla. Es imposible guardar la distancia de seguridad, por lo que atiende con rapidez a los clientes. Denota preocupación y prefiere ser breve. Los vecinos pasan de largo y son pocos los que entran en su tienda. Quien sabe si por racismo, por miedo o porque el aislamiento ha puesto en orden las prioridades, que no suelen estar entre los doritos y las patatas fritas. "La familia bien. Yo, también", dice, para, después de dos monosílabos cordiales, volver su mirada a la caja registradora, en la que se puede ver con claridad el fondo.
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