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"Si la gente más indeseable de tu país se apropia de la bandera, es muy difícil que te sientas representado por ella"

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Se ponen banderas de España en las mascarillas, cuando van al Congreso y también en los perfiles de Twitter, desde donde lanzan críticas, odio y bulos continuamente. Las llevan siempre a las manifestaciones en contra de lo que sea, igual que las llevaron en las protestas contra el matrimonio igualitario, o contra el aborto, como si fuera un partido de fútbol contra una selección extranjera. Literalmente escriben sus consignas ideológicas contra el otro encima de ella. Y casi siempre se les 'cuela' alguna con el pollo (y siempre tienen alguna disculpa). Por no hablar de cuando las instalan a pocos días de las elecciones, en barrios en los que faltan institutos y guarderías. O cuando se desplaza simbólicamente una bandera arcoíris para colocarla, pese a que ya esté en muchos otros sitios.

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También las ondearon arengando a los policías del 1-O al grito de "'¡a por ellos oé!", o para censurar la exhumación del dictador Francisco Franco. Ahora, en el rico barrio de Salamanca y en algunas ciudades españolas, han vuelto a salir a las calles envueltos en ellas, a dar caceroladas contra el Gobierno, en medio de la mayor emergencia sanitaria mundial de nuestra época. Les hemos visto saltarse las normas de distancia social ataviados con ellas y hasta ondearla en un descapotable entre gritos de "comunistas, asesinos, Gobierno dimisión".

En las redes sociales, incluso algunos animan a abarrotar de rojigualdas el perfil de alguien como forma de protesta.

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De nuevo, utilizando la bandera que debería representarnos a todos. La historia de siempre.

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No es la primera vez ni será la última. En estos días, muchos tuiteros lo están comentando, reabriendo un debate nunca cerrado:

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