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Auge y poder del chiismo en Irak

Veinte años después de la invasión y derrotado el Dáesh, Irak se recupera al amparo del chiísmo. El gran ayatolá Ali al Sistani patrocina un 'Estado' paralelo que abastece de servicios y ayudas a la población.

Santuario sagrado de Abas, en Kerbala (Irak)
Santuario sagrado de Abas, hijo del imán Ali y hermano del mártir Husein, en Kerbala (Irak). Candela Barro

"Dame la mano, ¡avanza!". Una marea de mujeres con abaya y hijab, tapadas de pies a cabeza con negro riguroso, muchas de ellas cargadas con sus pequeños hijos, abarrota el acceso al sepulcro del mártir Husein. El ambiente está muy cargado, el santuario evoca Las mil y una noches. El fervor y los llantos lo inundan todo entre empujones inocentes: las mujeres solo quieren llegar, tienen que llegar, para abrazar las rejas de plata que guardan los restos del nieto de Mahoma. Estamos en la ciudad sagrada de Kerbala.

Tara nos abre camino, estamos viviendo una experiencia que eriza la piel. Nos pisamos las abayas entre la multitud, solo hay que evitar tropezarse. Es imposible no pensar en una avalancha. Estamos en la sección de mujeres de la mezquita, vamos tapadas como las kerbalíes, como todas las que llegamos a esta ciudad, seamos iraquíes o extranjeras, musulmanas o no. Es nuestro pasaporte para movernos por las calles y entrar a los lugares sagrados.

La mítica batalla de Kerbala, ocurrida el 10 de octubre del año 680, escindió para siempre el Islam entre los que defienden los lazos de sangre con Mahoma para liderar a los musulmanes, es decir, a Ali y sus hijos (chiíes); y quienes siguieron al segundo califa omeya, Yazid I (suníes), los mismos que mataron en aquella contienda al último nieto del profeta, Husein, y a su hermano Abas.

Hoy Kerbala es uno de los centros de peregrinación más importantes del mundo. Al anochecer, hordas de musulmanes se amontonan en los santuarios de los mártires Husein y Abas, los más importantes 'santos' del chiismo.

Santuario sagrado de Husein, hijo de Ali y nieto de Mahoma, en Kerbala (Irak).
Sección de mujeres del santuario sagrado de Husein, hijo de Ali y nieto de Mahoma, en Kerbala (Irak). Esther Rebollo

Ali, padre de Husein y Abas, fue el primer varón en convertirse al Islam y está enterrado en la vecina ciudad de Nayaf, el verdadero corazón del chiismo. Allí habita el gran ayatolá Ali al Sistani, líder religioso supremo y la personalidad más influyente del nuevo Irak. A sus 92 años, acumula un gran poder y también está considerado un hombre de paz por su mediación con EEUU durante la ocupación y su determinación en la lucha contra el Estado Islámico (EI) o Dáesh. El papa Francisco le visitó en 2021 en su casa de Nayaf.

A pocos metros del santuario de Ali, en cuyos sótanos se restauran escritos religiosos con siglos de historia, se extiende el cementerio más grande del mundo. Las tumbas van más allá del horizonte, no importa que lo veas desde una altura superior a seis pisos, nadie sabe cuántos millones de musulmanes están enterrados en ese lugar.

Cuanto más cerca estás de Ali más garantizada tienes la entrada a la yanna, el paraíso. Todos los chiíes quieren descansar junto al yerno y primo de Mahoma, esposo de Fátima y padre de Husein y Abas. Por eso llegan cuerpos sin vida de todos los rincones de Irak y otros países, algunos lejanos. Este cementerio ha recibido muchos muertos durante el tiempo en que el Estado Islámico tomó el control de parte de Irak, hace sólo unos pocos años.

Los chiíes son apenas un 20% de los seguidores de Alá en el mundo, pero en Irak, al igual que en Irán, son mayoría. El arco chií sigue hacia Siria y llega al Líbano, aunque hay seguidores también en Asia Central, India, Pakistán o Sudeste Asiático.

El cementerio más grande del mundo. Todos los musulmanes chiíes quieren ser enterrados allí, junto al imán Ali, en Nayaf (Irak).
El cementerio más grande del mundo. Todos los musulmanes chiíes quieren ser enterrados allí, junto al imán Ali, en Nayaf (Irak). Esther Rebollo

A veinte años de la invasión

La resiliencia iraquí no tiene límites. Tras la larga guerra en la que Sadam Husein metió a Irak contra Irán en los años ochenta, siguió la invasión de Kuwait en 1990 y luego 13 años de sanciones internacionales para en 2003 padecer la ocupación ilegal de Estados Unidos y sus aliados. Una invasión basada en mentiras: las armas de destrucción masiva que nunca se encontraron. Los estadounidenses dejaron tanto caos y podredumbre en Irak que rápido prendió la violencia sectaria.

Millones de muertos, destrucción, saqueo, abusos y bombardeos contra la población civil fueron el día a día de la ocupación (2003-2011). Los invasores veían enemigos en todas partes y eso pasó factura. Pero los chiíes consideraron a Estados Unidos su aliado porque habían derrocado a Sadam Husein, quien les había perseguido durante 24 años de dictadura. Además, supieron aprovechar la Constitución de 2005, hecha bajo la ocupación y que otorga el Gobierno a los chiíes, la Presidencia a los kurdos y el Parlamento a los suníes.

Una vez conseguido el control político, derrotado el Dáesh y con las tropas extranjeras fuera de Irak, los chiíes deciden seguir su propio camino. "Veníamos de una dictadura, no había libertad política antes de 2003. Ahora el pueblo toma las decisiones, tenemos elecciones libres, partidos nuevos. La fuerza chií es la más grande por número de votantes", nos explica Sayed Safavi, director del santuario de Abas en Kerbala y persona de confianza de Al Sistani, cuando le preguntamos por el auge del chiismo.

"Fuimos víctimas de la violencia sectaria, pero la situación hoy es mejor y va a mejorar aún más. Lo importante es que el cambio no venga impuesto del exterior", argumenta.

Alqademiah, el santuario chií de Bagdad. Su vicepresidente, Saad Al Hajjia, aboga por la unión de todos los musulmanes.
Al-Kadhimiya, el más importante santuario chií de Bagdad. Su vicepresidente, Saad Al Hajjia, aboga por la unión de todos los iraquíes: chiíes, suníes y kurdos. Esther Rebollo

Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense, nos acompaña en este viaje. "Estamos ante un nuevo Irak muy diferente, puesto que hasta 2003 el poder siempre lo habían tenido los suníes; hoy se ha trasladado a manos de los chiíes. Es un momento de transición".

El experto explica a Público que "los chiíes han buscado alianzas" con las minorías kurda y suní. Esto lo confirma Saad Al Hajjia, vicepresidente de Al-Kadhimiya, el principal santuario chií de Bagdad y otro correligionario de Al Sistani: "En Irak nadie puede controlarlo todo, debemos estar unidos".

No todos piensan igual, y es comprensible porque los viejos tiempos eran distintos dependiendo a qué etnia o rama del Islam se perteneciera. Makki Muhammed al Humairi nos recibe en Babilonia; su padre y su abuelo ayudaron a los arqueólogos alemanes a desenterrar los restos de la antigua Mesopotamia, una de las siete maravillas del viejo mundo.

Al Humairi fue militar del Ejército de Sadam y participó en la guerra contra Irán. Ahora nos muestra el saqueo al que fue sometido el palacio que levantó el dictador dentro del yacimiento arqueológico. Todo está destruido: ventanas, mármoles... Se llevaron el mobiliario, obras de arte, alfombras, todas las riquezas.

Las paredes están llenas de grafitis, las escaleras y accesos son un enjambre de alambre de espino, el mismo con el que las tropas de ocupación protegían sus posiciones durante la guerra. Esa violencia contra el patrimonio iraquí, perteneciera o no a Sadam, la ejercieron los soldados extranjeros. El escenario es dantesco.

"Con Sadam se vivía mejor, el Estado nos daba salud, educación y trabajo", opina este iraquí mientras nos enseña orgulloso uno de los grafitis pintados sobre la pared del que fuera el dormitorio de Sadam: "Se prohíbe la entrada a soldados estadounidenses y sus aliados". Al Humairi nos dice que por allí también anduvieron soldados españoles y salvadoreños. Él los vio con sus propios ojos. Rápidamente le reprende un policía que custodia el lugar, ahora no está bien visto defender al dictador.

Las milicias chiíes

Barack Obama tomó la decisión de sacar las tropas de Irak y lo hizo en 2011. El caos que dejaron los invasores fue el caldo de cultivo para el surgimiento del Estado Islámico, que sembró de terror medio mundo. En 2014, los yihadistas proclamaron en Irak el califato y explotó otra guerra cruenta cuando el país no se había recuperado de la ocupación. En consecuencia, las tropas de EEUU regresaron, ahora para combatir al Dáesh.

Un reciente informe de International Crisis Group, un think tank sobre conflictos, apunta a que el sistema de "gobierno discriminatorio" nacido de la nueva Constitución alentó a los radicales suníes. También, las protestas de 2019, que terminaron con varios centenares de muertos por la represión, tuvieron su origen en el descontento social y en la acumulación del poder chií.

Chiíes llevan a un fallecido ante la tumba de Ali, hijo del profeta Mahoma, antes de ser enterrado en el cementerio de Nayaf (Irak). En este lugar descansan muchos iraquíes muertos durante la guerra contra el Estado Islámico.
Chiíes llevan a un fallecido ante la tumba de Ali, hijo del profeta Mahoma, antes de ser enterrado en el cementerio de Nayaf (Irak). Esther Rebollo

Así las cosas, en junio de 2014, días después de la toma de Mosul, ciudad del norte de Irak, el ayatolá Ali al Sistani emitió una fatua (decreto religioso-jurídico) para declarar la yihad (guerra santa) contra el Dáesh, llamó a los civiles a organizarse y nacieron las Fuerzas de Movilización Popular, una suerte de milicias chiíes que lograron acabar con la mayor amenaza global en ese momento. El norte de Irak terminó siendo liberado por los kurdos, que se unieron al Ejército para llevar a cabo la hazaña.

Las milicias chiíes, alentadas por Al Sistani y nacidas bajo la sombra de Irán, llegaron para quedarse. A día de hoy están integradas en las fuerzas de seguridad y, si bien se asume con total normalidad por su contribución a la derrota del EI, se abren incógnitas sobre cuál sería el futuro de este cuerpo especial preparado para combatir con fiereza.

"El ayatolá emitió la fatua cuando las fuerzas opresoras se abalanzaron sobre nosotros para apoderarse de Irak y nuestras riquezas, cuando percibió que estaban en peligro, no sólo la religión y los chiíes, sino también nuestra tierra y los lugares sagrados", aclara a Público Mustafa Gemal Aldin, vicepresidente de la Fundación Alulbeyt en Nayaf y una de las manos derechas de Al Sistani.

Álvarez-Ossorio aclara que el Dáesh "tiene un carácter sectario y considera a los chiíes apóstatas. Sin la fatua difícilmente se les podría haber derrotado. Quienes derrotan sobre el terreno al Estado Islámico fueron las milicias populares, mientras que desde el aire fueron golpeados por la coalición internacional liderada por EEUU".

Insistimos, queremos saber si al Estado iraquí se le pueden ir de las manos las milicias y el catedrático responde: "Claramente tienen un poder creciente porque el Ejército está en una situación de debilidad manifiesta". Además, la razón de integrarlas es porque la amenaza "no se ha disipado del todo".

"Hay grupúsculos que siguen operando en algunas zonas desérticas y esa amenaza puede renacer en el futuro", agrega, al recordar que eso ya ocurrió con Al Qaeda.

El gran ayatolá Ali al Sistani, líder religioso supremo de Irak.
El gran ayatolá Ali al Sistani, líder religioso supremo de Irak. AHMAD AL-RUBAYE / AFP

Los integrantes de las Fuerzas de Movilización Popular reciben salarios del Gobierno, pero también donaciones de organizaciones chiíes. Así lo confirma a Público Al Hajjia, vicepresidente de Al-Kadhimiya. Esta estructura, que gestiona la gran mezquita chií de Bagdad, en la que se inspira la película Aladino, entrega a las milicias parte de los fondos que recibe de particulares, por cierto, millonarios. Un solo donante ha dado tres millones de dólares para el mármol de la ampliación del santuario.

Pero Crisis Group alerta de que "esas fuerzas paralelas que están nominalmente integradas en el aparato estatal, los paramilitares Hashd, operan bajo una cadena de mando separada y han actuado, con aparente impunidad, contra opositores y civiles".

El nuevo Irak patrocinado por Ali al Sistani

Irak tiene cuatro millones de huérfanos, según datos aportados durante una visita al orfanato que apadrina Al Sistani en Bagdad. Esto significa un 10% de la población del país y confirma que la guerra ha dejado en desamparo a millones de personas.

En este orfanato, los y las huérfanas reciben educación hasta la adolescencia, les enseñan un oficio; pero cuando empiezan a trabajar siguen vinculados porque deben devolver el dinero invertido en su formación. Y, en Alqadimyah, se reparten a diario 3.000 raciones de comida gratuita. Un modelo de relación con el receptor de las ayudas que apunta a futuro.

En Kerbala, a través del santuario de Abas, el ayatolá Al Sistani patrocina un emporio de 150 proyectos privados, es decir, hospitales, universidades que se asemejan a las británicas, colegios segregados para niños y niñas, empresas que dan suministro de agua y energía, compañías de ingeniería para construir las obras de la misma organización e incluso compra tierras para cultivos o levanta polígonos industriales. También, un centro para la investigación del cáncer. Quien dispone de recursos paga por estos servicios y quien no los tiene recibe becas o ayudas.

Todo es "made in Irak", nos dicen en una de sus escuelas, a cuya entrada hay un gran mural con el detalle de la estructura del emporio. Los fondos vienen de donaciones, de chiíes influyentes y adinerados, y de la generación de recursos del propio negocio. Al Sistani ha creado una especie de Estado paralelo ante la aparente incapacidad del propio Gobierno chií de ofrecer los servicios públicos que necesita la ciudadanía.

Ignacio Álvarez-Ossorio lo explica así: "Los chiíes han aprovechado el vacío político y la ausencia del Estado para ir poco a poco haciéndose con más ámbitos de dominio, sus tentáculos se han extendido al punto de crear un Estado dentro de un Estado. Allí donde el Estado central no llega, sí lo hacen las organizaciones chiíes".

Más democracia, pero las mujeres tendrán que esperar

"Al Sistani jugó un papel importante en el apaciguamiento de la situación en Irak", reconoce a Público Mustafá Gemal Aldin, de la Fundación Alulbeyt en Nayaf. Y razón no le falta porque hay una relativa paz y se ha avanzado en la construcción de una democracia que, si bien es imperfecta y conservadora, no existía en tiempos de Sadam.

La irlandesa Tara O'Grady, de la ONG Human Rights Sentinel, la misma que nos abre el camino hacia el sepulcro de Husein, indica a Público que "cuando la historia cambia, cuando hay revoluciones, malestar social o disturbios, la gente busca inspiración en la fuerza de la fe".

En Irak, "se respeta a las mujeres, pero se las excluye", sentencia O'Grady, quien viaja con frecuencia a este país para entender mejor a las personas que esconden las abayas —vestidos largos y sueltos que cubren el cuerpo y usan muchas musulmanas—. "Son mujeres preparadas y capaces de liderar la sociedad y la política", reafirma.

Mujeres en Alqademiah, el santuario chií de Bagdad, donde se reparten cada día 3.000 raciones de comida.
Mujeres iraquíes en Al-Kadhimiya, el santuario chií de Bagdad. Candela Barro

Durante el periplo por Irak, Público no ha tenido oportunidad de hablar con muchas mujeres, más allá del ámbito familiar de nuestros anfitriones, saludarlas en espacios privados o verlas sentadas en puestos relevantes, como es el caso de la Universidad Alkafeel de Nayaf, donde la vicerrectora —una iraquí muy preparada desde el punto de vista académico— sólo deja ver el triángulo de su rostro. Nos recibe tapada de pies a cabeza.

Según la activista irlandesa, "Irak no es como Líbano o Egipto, es bastante más conservador. Aquí, muchas mujeres no quieren la influencia occidental y rechazan quitarse el hiyab". Sin embargo, Público, no ha tenido la oportunidad de escuchar por su propia voz si desean mostrar públicamente su cabello y sus brazos en un país donde las temperaturas superan los 40 grados.

O'Grady insiste en que el velo islámico y la abaya son la punta del iceberg: "El problema es que no tienen acceso al poder, en particular las que tienen buena educación. Y son conscientes de ese desequilibrio".

Por su lado, Álvarez-Ossorio es rotundo al afirmar que "las grandes perdedoras son la sociedad civil y las mujeres porque están infrarrepresentadas en ese nuevo Irak que se está construyendo".

Según la Constitución, el 25% de los escaños del Parlamento se reservan a mujeres. Las iraquíes, en general, tienen acceso a la universidad y trabajan, especialmente las que pertenecen a las élites. En Bagdad hay más oportunidades y son más libres en lo que se refiere a la vestimenta, pero se observa que en los últimos años se ha producido una islamización de la sociedad que ha llevado al uso masivo de la abaya en zonas rurales y, por supuesto, en los lugares sagrados.

Aunque estén en el Parlamento, según Alvarez-Ossorio, "no quiere decir que puedan hacer oír su voz o defender una agenda feminista. Muchas de ellas están encuadradas en formaciones de carácter conservador, tradicionalista o islamista; por lo tanto, no defienden el cambio, sino más bien la continuidad del statu quo".

En el nuevo Irak que resurge de las cenizas las mujeres tendrán que esperar.

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