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Persevera el colapso y el futuro no se aclara tras las elecciones en Líbano

Los resultados de las elecciones libanesas implican un cambio en la distribución de escaños en el parlamento, con la entrada de una docena de diputados independientes, pero no augura grandes transformaciones en el país.

El nuevo Gobierno libanés recibe la confianza del Parlamento
Líbano forma un nuevo gobierno.

Los resultados de las recientes elecciones han dejado a Líbano ante un panorama aparentemente distinto al que había hasta ahora debido a que Hizbolá y sus aliados han perdido la mayoría que ostentaban desde 2018. Sin embargo, una vez analizados, los resultados no ofrecen una lectura clara que indique que las cosas van a cambiar.

Siendo evidente que una inmensa mayoría de los sufridos y empobrecidos libaneses aspiran a que se produzcan cambios radicales en la política, quienes han votado a los candidatos independientes constituyen una minoría, ya que los partidos tradicionales han obtenido la mayor parte de los sufragios. Esta circunstancia se explica por el clientelismo que de forma natural ejercen los líderes consolidados sobre los votantes.

Está por verse el papel que jugarán los diputados independientes, quienes en principio tendrían que desempeñar un papel de bisagra, aunque esto dependerá del movimiento que les permitan los partidos tradicionales cuyos intereses son de todos conocidos y no parece que vayan a aceptar "desmanes" de jóvenes armados con ideales románticos de libertad y justicia.

Está por verse el papel que jugarán los diputados independientes, quienes en principio tendrían que desempeñar un papel de bisagra

Entre otras cosas porque en el país confluyen intereses de toda suerte de potencias regionales y occidentales. Puede empezarse por la afección de Irán por los partidos chiíes de Hizbolá y Amal, puede continuarse por las incisivas injerencias de Francia y EEUU, y puede acabarse, entre otras posibilidades, con las aspiraciones no menos hegemónicas de Arabia Saudí, que apoya tanto a los suníes como a los cristianos más conservadores con el aval de Israel.

Que Israel juega con la carta de Washington en la manga se vio hace unos días cuando la administración Biden designó a un americano judío nacido en Israel como mediador en la disputa marítima que enfrenta a Líbano y el estado sionista por una zona del Mediterráneo rica en gas natural. Solo hay que pensar qué habría ocurrido si Washington hubiera nombrado a un chií libanés para esa posición. Muy posiblemente el cielo se habría hundido.

El mediador se llama Amos Hochstein. El líder de Hizbolá Hassan Nasrallah no pudo reprimirse e hizo un chiste fácil jugando con el común apellido judío ‘Stein’, advirtiendo al gobierno de Beirut: "Le digo al estado libanés que si quiere seguir negociando, adelante, pero no en Naqura (Líbano), y no con Hochstein, Frankenstein o cualquier otro Stein que venga a Líbano (…) El camino de las negociaciones, especialmente a través del mediador americano conspirador, colaborador y no honrado que apoya a Israel, no dará ningún resultado".

Este problema, la delimitación de aguas territoriales, ilustra hasta qué punto los diputados independientes que han salido de las urnas tienen poco que hacer en cuestiones serias. Su capacidad de maniobra probablemente esté muy limitada, pudiendo ser útiles en asuntos puntuales pero no en grandes cuestiones que solo los partidos tradicionales podrán abordar, como hasta ahora.

Pensar que los independientes pueden hacer frente al colapso económico o la no menos profunda crisis política es llevar la ingenuidad demasiado lejos. Para ello sería preciso primero que los independientes formaran un bloque propio, una coalición cohesionada con un amplio programa común, y esto es algo que no parece estar en el horizonte. Y aunque se cumpliera ese condicional, tendrían que actuar con una sola voz, algo impensable.

Hay unos 12 parlamentarios independientes que representan a sectores especialmente jóvenes que quieren acabar con un sistema monstruoso y corrupto, pero no debe ignorarse que al mismo tiempo son diputados populistas, con todo lo que implica, parlamentarios que han ganado sus asientos debido a las circunstancias excepcionales que atraviesa el país.

Unos se definen como "revolucionarios", otros como "opositores", todos dicen que quieren "cambiar las cosas", pero su elección se ha producido en cada caso por razones de disgusto del votante y no por un programa concreto y unificado. Frente a ellos deambulan Hizbolá y las Fuerzas Libanesas, dos grupos que han conducido el país a donde está pero que las urnas siguen considerado imprescindibles.

No solo Hizbolá y las Fuerzas Libanesas han conducido el país a donde está, sino que el país está donde está en gran parte debido a la injerencia de potencias que no tienen el menor interés en que se logre un compromiso porque lo quieren todo. Este comportamiento no va a cambiar después de las elecciones, entre otras cosas, porque los independientes ni siquiera tienen un perfil o una ideología homogéneos, ni pueden plantar cara a las potencias.

Prácticamente todas las actuaciones políticas de los partidos se interpretan en Líbano en clave sectaria

Prácticamente todas las actuaciones políticas de los partidos se interpretan en Líbano en clave sectaria, y esto es algo que tampoco va a cambiar. Países donde la religión o el nacionalismo juegan un papel central están condenados a que la lucha política sea sucia y se haga muy difícil sino imposible lograr acuerdos sobre las cuestiones más elementales.

Aunque los independientes quieren reformas profundas en todos los aspectos, no da la impresión que las reformas puedan llevarse a cabo por distintas razones. Para ello sería preciso no solo acabar con las armas de Hizbolá, sino resolver el conflicto de la ocupación israelí de los territorios palestinos y sirios, que está directamente vinculada con las armas de Hizbolá.

O establecer paz y equilibrio entre Israel e Irán, algo que no les interesa a las potencias occidentales, y mucho menos a Israel, que saca un buen rédito político y económico del enfrentamiento constante con Teherán. Si esos problemas se resolvieran sería más fácil encontrar una salida al colapso libanés, pero la respuesta la tenemos cada día en sentido contrario.

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