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Las petroleras se lanzan a la captura de CO2 para ralentizar sus emisiones de gases contaminantes

Succionar el aire contaminado para prolongar la neutralidad energética. Es la fórmula que las firmas de carburantes fósiles han ideado, enarbolando la bandera de la innovación tecnológica, para reanimar a la Vieja Economía y ganar billones.

Detalle de la chimenea de una central energética. Imagen de Archivo.
Detalle de la chimenea de una central energética. Imagen de Archivo. Joaquin Corchero / Europa Press

Bill Gates ha sido una de las voces con predicamento universal dentro del mundo empresarial que más claramente ha identificado el cordón umbilical entre tecnología y sostenibilidad. En su opinión, la innovación y los avances en digitalización no solo son ineludibles para lograr salvar al planeta de su cataclismo climático, sino que el arsenal técnico en uso es de la suficiente entidad como para acelerar la neutralidad energética en 2050. Incluso antes. Con metas volantes en la reducción de emisiones netas de CO2 que aseguren la sostenibilidad de la economía global en el ecuador del siglo.

Sin embargo, Gates parece haber cometido un error de concepto, una de esas falsedades de los libros contables de las compañías: la tecnología puede tener un lado perverso y las petroleras y otras grandes multinacionales (algunas bigtechs, por supuesto, entre las que se encuentra el que fuera su gran emporio, Microsoft) han caído en la cuenta de que los avances en digitalización se pueden destinar a crear sistemas de capturas de CO2 y ralentizar con ellos proyectos verdes con los que anticipar sus objetivos de neutralidad energética.

La puesta en liza de estos modelos de absorción de carbono es una solución técnica de enjundia si comulga y se sintoniza con planes de inversión empresariales destinados a la descarbonización. De ahí que la tentación esté a flor de piel. Al fin y al cabo, se trata, por sí mismo, de un negocio billonario que, de momento, genera escepticismo y dudas sobre su adecuada comercialización. Sobre todo, si el debate se centra en términos de justicia social y avances reales en el combate contra el cambio climático.

Compañías como Chevron construyen sus propias centrales de captura de CO2, mientras Microsoft adquiere e invierte en startups que investigan y ejecutan instalaciones que succionan directamente los gases de efecto invernadero.

Mientras gobiernos y grupos activistas presionan a los directivos de las petroleras y gasistas para recortar sus emisiones, sus lobbies industriales se amparan en las dudas que suscita, según estas firmas, la apuesta individual por la fuente solar, eólica o las baterías eléctricas. Sin renegar de los subsidios verdes y ventajas y créditos fiscales a las inversiones sostenibles en EEUU, China o Europa. Y con 2023 batiendo otra vez el récord de calentamiento y el consenso científico alertando de que el reloj climático continúa adelantando su minutaje antes de hacer estallar su bomba meteorológica.

La reciente COP28 exhibió este crudo debate. En Dubái, la industria fósil mostró sus innovaciones de captura de carbón al tiempo que admitía la prolongación de sus inversiones para la extracción de petróleo y gas. Eso sí, cuidando especialmente su greenwashing, ese blanqueo constante de la imagen corporativa de sus firmas asociadas que, por un lado, alardean de ejecutar proyectos de protección medioambiental mientras, por otro, destinan cinco veces más fondos a financiar lobbies de defensa de los carburantes fósiles.

La vieja economía ataca de nuevo

La COP28 hizo que la tecnología para la captura del CO2 se convirtiera en el ariete de lo que Jeff Currie, estratega jefe de Goldman Sachs, ya identificó en el otoño de escalada de los precios de la energía que precedió a la invasión de Ucrania como "la revancha de la vieja economía". O la resistencia de las compañías de combustibles fósiles a dejar de interceder e influir de manera decidida en los ciclos económicos, como ha ocurrido desde la Revolución Industrial.

Ben Grove, investigador de emisiones de carbono en Clean Air Task Force, una organización sin ánimo de lucro, defensora de la sostenibilidad, y testigo presencial de la cumbre climática que organizó los Emiratos Árabes Unidos (EAU), lo describe de forma elocuente: "La industria fósil se vanaglorió de sus espectros tecnológicos de absorción del CO2, por lo general plantaciones con altas densidades de vegetación encargadas de succionar los gases contaminantes, para justificar unos pasos menos decididos en sus procesos de descarbonización productiva, reducir sus costes hacia las emisiones netas cero y minimizar los costes de sus transiciones energéticas".

En su opinión, este argumentario estuvo también a punto de echar por tierra el calendario para establecer el final de la era de los combustibles fósiles, a pesar de que este espinoso asunto está rodeado de la máxima cautela por la histórica falta de implicación del sector petrolífero y gasista. Tal y como apunta Simon Stiell, secretario ejecutivo de la ONU sobre Cambio Climático: "Aunque en Dubái no hemos pasado página definitiva, es el principio del fin" de los carburantes negros y el mayor acicate reciente para que "gobiernos y empresas conviertan en realidad económica los compromisos acordados". Y "sin demora", recalcó.

Básicamente, existen dos artilugios tecnológicos para suprimir CO2. Una, la conocida como CCS (por las siglas de Carbon Capture and Storage, o Captura y Almacenamiento de Carbono), técnica que, en realidad, evita que los gases lleguen a la atmósfera al separar los efluvios emitidos por la industria en sus procesos de combustión y trasportarlos a bunkers geológicos para su aislamiento a largo plazo. La otra, el DAC (Direct Air Capture), que lo succiona del aire directamente. Su verdadera utilidad, avisa Ben Grove, "no es otra que el de rubricar unos recortes de emisiones, por parte de las empresas, que están fuera de sus estrategias corporativas reales".

Emily Grubert, profesor de Política Energética Sostenible en la Universidad de Notre Dame, señala a Bloomberg un buen botón de muestra de esta mala praxis empresarial: las firmas cementeras, que son responsables nada menos que del 8% de las emisiones globales de CO2, se acogen a las tecnologías de captura para solventar sus deficitarios procesos de electrificación productivos.

Grubert explica que startups como Brimstone trabajan en la descarbonización de la industria del cemento, pero, sobre todo, en la aportación de técnicas de limpieza de CO2, que son las que comercializan de manera masiva. O, dicho de otro modo: a menos que las cementeras empiecen drásticamente a recortar sus fuentes contaminantes, la única solución es operar con métodos de captura CCS. Igual que segmentos como el del acero y no pocos negocios manufactureros.

Algunos cálculos predictivos, como los de Bloomberg NEF, su división de análisis energético, han cifrado en 600 millones de toneladas la supresión de CO2 de la atmósfera del sector acerero en el ecuador del siglo. Una tentación también para los gobiernos, explica Michael Tholen, director de Energías Alternativas del Gobierno británico, que reconoce las presiones por equilibrar el mix energético con fuentes alternativas ante la urgencia que reclama la comunidad científica por la aceleración del combate climático.

Su mensaje se traduce en una petición expresa sobre la necesidad de que se retiren miles de millones de toneladas de carbono de la atmósfera para salvaguardar el reto de que la temperatura global suba solo en 1,5 grados, pero, sobre todo, en apoyo de recetas de descarbonización que confluyan en la neutralidad energética.

Las 'startups' tecnológicas se alían con la industria fósil

Bloomberg NEF apunta a que otras industrias, como la aérea, que emite el 2% de las emisiones, también se acogen a estas respuestas tecnológicas, aunque solo el 19% utiliza ya combustibles verdes (los conocidos como SAF, de uso concreto para motores de aviación). Estas empresas cuentan con el inestimable respaldo de startups que están en posesión de ofrecer al mercado instrumentos específicos para sectores concretos.

Firmas como Climeworks, suiza, o Global Thermostat, californiana, están atrayendo capitales a sus proyectos de limpieza de carbono ante la atenta mirada de las petroleras. Occidental, con sede en Texas, o gigantes como ExxonMobil (la sospechosa más habitual de las viejas praxis contaminantes), están entre las que ofrecen contratos fiables y consolidados a largo plazo a estas startups, con capacidad para convertirse en unicornios (aquellas empresas que alcanzan una valoración de 1.000 millones de dólares sin tener presencia en Bolsa) en un corto espacio de tiempo. Porque el negocio de las capturas de CO2 podría rebasar los seis billones de dólares en 2050, tanto como la suma de las economías de Alemania y España, según McKinsey.

Mientras, bancos de inversión como JP Morgan han colocado más de 200 millones de dólares en los próximos años en concesión de créditos a firmas dedicadas a la supresión de CO2 y atender, como avanza The Economist, gran parte de los 17.000 millones de dólares que ExxonMobil "ha acordado invertir entre 2022 y 2027 en proyectos para reducir emisiones". Una desviación de la estrategia verde que contemplan las gasistas y otras petroleras como Aramco, en manos saudíes, o Adnoc, su rival de EAU, con planes concretos de plantas de CCS en marcha.

Otra señal nítida de este retroceso conceptual del reto de alcanzar las emisiones netas cero en 2050 es el parón en las inversiones ESG (las relacionadas con factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo), que logran superar los 35 billones de dólares del bienio 2020-21. Es como si, tras la gran pandemia, las finanzas verdes hubieran perdido todo su esplendor. Las primeras cifras sobre 2023 hablan de que no superarían los 32 billones.

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