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Valladolid 1559

Un fin de semana en la ciudad del Pisuerga siempre es una delicia. Un recorrido por los lugares en los que Miguel Delibes ambientó El Hereje nos la descubre con nuevos ojos.

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En su único y prodigioso acercamiento a la novela histórica, Delibes no sólo homenajeó a Valladolid, a la que tanto quería, sino que supo recrear la vida cotidiana de la ciudad castellana a mediados del siglo XVI. El hecho histórico en torno al cual gira todo el relato son los dos grandes Autos de Fe que se celebraron en mayo y octubre de 1559. Pero todo arranca unos años antes. El mismo año en que Lutero provoca el cisma de la Iglesia Romana, en 1517, nace en Valladolid Cipriano Salcedo, hijo de un comerciante en lanas y comerciante él mismo, que por razones de conciencia, acaba por entrar en un grupo de reformistas que termina por derivar en el protestantismo. La Inquisición cortará de raíz este cisma condenando a la hoguera a sus seguidores.

La ciudad puede ser ahora descubierta de una manera más tranquila. Acogedora y amable, una ruta lleva al viajero curioso por los principales escenarios de esta obra final del gran Delibes, rememorando las peripecias de algunos de sus personajes, especialmente de su protagonista, el abnegado Cipriano Salcedo. Seguir este periplo permite a la vez imaginarse cómo era entonces la villa de Valladolid en uno de sus mejores y más sugerentes momentos, allá por la primera mitad del siglo XVI. Además, en torno a la festividad de San Pedro Regalado, el 13 de mayo, el recorrido estará animado por un grupo de actores en forma de visita teatralizada.

En la Corredera de San Pablo, actual calle de las Angustias, situó el autor la casa de los Salcedo, donde Cipriano, el protagonista, nació en 1517. Y muy cerca, apenas diez años después, vendría al mundo Felipe II en el palacio que hace esquina entre la plaza de San Pablo y la Corredera, actualmente sede de la Diputación Provincial. Dos destinos aparentemente lejanos que en un punto, desgraciadamente para Cipriano Salcedo, se cruzarían. La plaza de San Pablo era el espacio público más importante de la ciudad en aquellos años. Hay que aprovechar la visita para entrar en la iglesia de San Pablo, el palacio Real y el zaguán y patio del palacio de Pimentel. A pocos metros, se localiza el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, anteriormente denominado Museo Nacional de Escultura, imprescindible para apreciar el contexto artístico y religioso de aquella época.


El mundo de los letrados, representado en la novela por don Ignacio Salcedo, oidor de la Real Audiencia y Chancillería, nos lleva hasta el Palacio del Licenciado Butrón, en la vecina plaza de las Brígidas. En 1637 el edificio pasó a manos de las religiosas de Santa Brígida, quienes comenzaron a levantar la iglesia adyacente y las reformas necesarias para su uso conventual. En la actualidad es sede del Archivo General de Castilla y León.

En un cruce de la calle de San Ignacio se asoman dos de los palacios más señoriales del Valladolid del XVI: el palacio de los Valverde, haciendo esquina, y el palacio de Fabio Nelli, nombre del rico mercader italiano asentado en la ciudad que lo mandó construir, y que es hoy sede del Museo de Valladolid.

Llega la ruta a la plaza de la Trinidad desde nos adentramos en la zona en la que estuvo situada la antigua judería de Valladolid. En esta zona de la judería la familia Salcedo tenía su almacén de lanas, muy cerca del histórico puente Mayor, desde donde salía su mercancía primero hasta Burgos y desde allí, hacia los mercados de Flandes. El palacio de los Benavente fue un hospicio a cargo de la Cofradía de San José de los Niños Expósitos durante el siglo XVI, y fue también el lugar donde estudia nuestro protagonista.

En la angosta calle de Santo Domingo de Guzmán se asienta el convento de monjas dominicas de clausura de Santa Catalina. Este, junto a los de Santa Clara y Santa María de Belén, aparecen en la novela de Delibes como los tres que frecuenta Cipriano Salcedo para dar a conocer las tesis peligrosamente luteranas del doctor Cazalla, y que las monjas acogen con un interés que acabarán pagando. Hoy, las monjas venden, a través del torno, deliciosos dulces.

Muy cerca, en la calle de la Encarnación, frente al monasterio de Santa Isabel, se halla la capilla de Fuensaldaña. En ella cuenta Delibes que fue enterrada doña Leonor Vivero, madre del doctor Cazalla. La capilla se integró en las remodelaciones llevadas a cabo para convertir una parte del enorme monasterio de San Benito en el Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano y su interior es utilizado como una de sus salas expositivas. Mientras se bordea la cabecera de la iglesia de San Benito se deja a un lado la calle hoy dedicada al doctor Cazalla, en donde estaba su casa, que sirvió también de lugar de reuniones secretas para los conventículos o conciliábulos de su grupo luterano.

De la Plaza de Fuente Dorada partía la calle de Orates, en la que se encontraba el Hospital de los Inocentes o de Orates, donde Cipriano se ve obligado a ingresar a su esposa Teo La Reina del Páramo cuando esta enloquece. También sitúa Delibes aquí la taberna de Garabito donde Bernardo Salcedo acudía a tomar vino con los amigos y por donde llegó el cortejo de reos hacia el Auto de Fe desde la cárcel secreta de la Inquisición.

Era en el siglo XVI la plaza del Mercado y el lugar donde se celebraban todo tipo de fiestas, tanto civiles como religiosas, pero también donde se desarrollaron los autos de fe de 1559. Los condenados acudían a esta ceremonia vestidos con corozas en la cabeza y sambenitos en el pecho. Al finalizar, los reos penitenciados volvían a la cárcel y los demás eran montados en borriquillas y llevados a través de la calle Santiago al lugar de ejecución de la condena.

Antes de llegar al quemadero de la villa nos topamos con la iglesia de Santiago, en cuya fachada luce la placa que la ciudad de Valladolid dedicó al escritor Miguel Delibes, agradeciendo de esta manera la dedicatoria que el escritor hizo a la ciudad al comienzo de su novela El hereje. Era en esta iglesia en la que el doctor Cazalla realizaba sus prédicas cada viernes.

Ya en la plaza Zorrilla, fuera de los muros de la villa después de haber atravesado la Puerta del Campo, se llega al lugar en el que se asistía al último acto del proceso contra los luteranos: la quema pública. Aunque la mayoría eran ejecutados mediante garrote vil antes de arrojar sus cuerpos a las llamas, otros eran quemados vivos. Una vez terminado, se recogían las cenizas y se aventaban. Como queriendo borrar así todo rastro de aquellos a los que la Inquisición había condenado. Rastro que, gracias escritores como Delibes, ni se ha perdido ni se ha olvidado, y ni se perderá ni olvidará.



Turismo de Valladolid









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