Los caprichos de doña Jacinta y la venganza de Espartero
La parroquia de Cenicero (La Rioja) sigue sin devolver a la de Morella (Castellón) el patrimonio que el militar ordenó expoliar en 1840 de la localidad castellonense para enviarlo a la riojana, feudo de su mujer.

Londres-
Buena racha para las restituciones de patrimonio artístico. Países Bajos ha anunciado la devolución de 113 piezas a Nigeria de los llamados Bronces de Benín, restituidos también por Alemania, y se suma así devoluciones a Indonesia, Egipto, Ucrania o Italia. A esta última le ha repuesto 36 piezas arqueológicas "por razones éticas". El museo Tate Britain entregará el cuadro Eneas y su familia huyendo de Troya en llamas a los descendientes del coleccionista judío Samuel Hastveld, a quien le fue incautado por los nazis en 1940.
En España han movido ficha instituciones como el Cabildo de Gran Canaria al reintegrar cinco óleos a los descendientes del exalcalde republicano de Madrid, Pedro Rico. Quienes no devuelven nada, a pesar de las indicaciones y el ejemplo dado por el papa Francisco, son las parroquias y obispados de la Conferencia Episcopal Española.
La pugna entablada entre las parroquias de Cenicero (diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño) y la de Morella (diócesis de Tortosa) sobre la restitución del tesoro orfebre incautado por el general Baldomero Espartero a Morella y regalado a Cenicero al finalizar la guerra carlista en 1840, es un buen ejemplo de ello.
La primera guerra carlista acabó en el norte con el abrazo de Vergara que se dieron Rafael Maroto y Baldomero Espartero. El gran espadón iba apagando los focos bélicos por toda España; solo quedaban en guerra zonas de Catalunya y la zona centro, con capital en Morella, donde resistían las fuerzas del carlista Ramón Cabrera.
La estrategia del ejército oficial iba a ser clara: reunir todas las fuerzas para vencer a los sublevados. Espartero, engalanado con títulos y medallas, dirigió una parte del ejército (44.000 soldados y 3.000 caballos) hacia Zaragoza y Alcañiz; en València y Castellón se concentraban otras fuerzas. En total se reunían 100.000 hombres contra unos 10.000 de Cabrera. El 23 de mayo de 1840 empezaron los ataques contra Morella que se prolongaron hasta el día 28. La mañana del 29, la destrucción era casi total; el 30, unos 2.731 carlistas se rindieron ante el general Espartero, duque de la Victoria y duque de Morella a partir de entonces.
¿Pacificador o destructor?
La hoguera de las vanidades se llevó archivos irremplazables para la ciudad de Morella, su historia y su gente. Pero eso no sació a Espartero: en 1842, bombardeó Barcelona ante otra rebelión. "Para que España vaya bien, hay que bombardear Barcelona cada cincuenta años". Una afirmación fake —sin documentar—, que de tanto repetirse, se ha hecho verdadero. "Es una frase apócrifa", apostilla el historiador Josep María Fradera.
Con Morella destruida, Espartero ordenó el expolio de piezas litúrgicas de sus parroquias con destino a la de San Martín de Cenicero, donde, en 1834, un grupo de héroes venció a los carlistas de Tomás Zumalacárregui tras el destrozo del templo. Así premiaba Espartero a los valientes de Cenicero: con el patrimonio cultural de Morella para enaltecer la valentía de los cenicerenses. Fueron diez piezas de oro o plata debidamente inventariadas, publicadas en el Boletín Oficial, para que quedara constancia, para la posteridad.
Cenicero y su parroquia no solo habían humillado a los carlistas, sino que era terreno familiar para la esposa de Espartero, doña Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz, la mayor heredera de la zona. Jacinta reunía los mayorazgos heredados de su padre, que se perpetuaban con leyes feudales; y la fortuna de su madre surgida de haciendas y banca. Doña Jacinta dominaba Logroño, en cuyo palacio residía. Huérfana de padre y madre, su tío José Santa Cruz le había administrado la herencia. José estaba casado con Feliciana Caballero Espinosa, de Cenicero. Quizás la tía cenicerense influyó también para que las alhajas de Morella fueran destinadas a su pueblo natal.
Baldomero Espartero, para premiar a los vencedores de los carlistas, y Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz, para cumplimentar a su tierra y a su tía, hicieron de la parroquia de San Martín de Cenicero el destino del erario orfebre de Morella. No fue el matrimonio quien lo entregó. Ambos estaban ocupados en expulsar de España a la reina María Cristina y convertirse ellos en regentes durante la minoría de edad de lsabel II. "No hay documento que señale por qué Cenicero se llevó el regalo de Morella", constata Marcelino Izquierdo, en vísperas de publicar la primera biografía de doña Jacinta. Ni existe bula papal que otorgue a San Martín la propiedad eterna de lo expoliado en la guerra.
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