Buenos Aires según Martín Caparrós: "Los argentinos nos creemos expertos en crisis y presumimos hasta de nuestras derrotas"
El periodista y maestro de la crónica, después de toda una vida viajando y narrando el mundo, se ha propuesto contar su ciudad en la novela Bue.

Buenos Aires es la única ciudad a la que nunca llegó por primera vez.
París, Madrid, Nueva York, Barcelona. Sí, recuerda ese día.
"En cambio, en Buenos Aires, no: obviamente estaba demasiado ocupado berreando y viendo si me cortaban el cordón umbilical, así que no tengo mucha memoria de ese momento".
Quiso contarla. Encontrar una manera de transmitir la sensación de lo que es su ciudad, "por supuesto, fracasada de antemano". La manera. Luego hablará también del naufragio de Buenos Aires, que dejó cuando la dictadura militar para estudiar Historia en la Sorbona.
Aunque vive lejos, a sus sesenta y ocho años sigue siendo su lugar. Piensa en los adoquines de sus calles y no solo se ve reflejado en ellos, sino que cree que se parecen a él. Asemejarse a su empedrado es ser de una ciudad.
Esto lo dice él —más o menos—. Faltan los entrecomillados como en su novela se evaporan los puntos, se superponen las voces, se agitan las canciones. Se titula Bue (Random House).
Y bue…
¿Resignación? ¿Ironía? ¿Fastidio? ¿Condescendencia? ¿Un sí con muchas eses?
"Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió", dijo André Malraux.
Martín Caparrós, nacido allí en 1957, matiza: "Era".
Georges Clemenceau sentenció en 1910 que Argentina es el país del futuro. Stefan Zweig le atribuyó ese mañana a Brasil y, ocho décadas después, los brasileños añaden: do futuro que nunca chega. Martín Caparrós ni lo espera.
"Toda esa idea de futuro fracasó. Javier Milei ahora les ofrece a los argentinos volver al pasado, a ese pasado donde creíamos que la Argentina iba a ser el país del futuro, con lo cual termina de cerrar el estúpido círculo, ¿no?".
–¿Javier Milei es el síntoma de una época?
–Sin duda. Por un lado, es el síntoma de veinte o treinta años de gobiernos bastante catastróficos que hicieron que una buena parte de la población no quisiera nada que viniera de la política tradicional. Y bueno, lamentablemente eso es muy comprensible. Lo incomprensible es que el outsider que se encontraron fuera este esperpento. Por otro, promete supuestamente volver a ser el país más poderoso del mundo, como en 1895, cuando la Argentina nunca lo fue, pero ni de lejos. Una condensación de buena parte de la política mundial: el Make America Great Again de Donald Trump. Las edades de oro siempre son falsas, pero esa es la oferta política actual.
–¿Le duele Buenos Aires? Aunque quizás proceda decir Argentina.
–Mi respuesta más sincera —y que no debería darte— es que los porteños creemos que Buenos Aires es la Argentina. Cosa, por supuesto, enormemente falsa y que yo intenté combatir con el libro El interior. Recorrí las provincias argentinas porque quería ver ese país que es el mismo que el mío, pero que desconozco muy intensamente. Entonces, me duele Buenos Aires y me duele la Argentina. Cuando tenía quince años, estábamos construyendo algo que valía la pena, es decir, valía la pena hacer lo que fuera para conseguirlo. Nos sentíamos —queda feo decirlo— privilegiados de estar en Buenos Aires, de vivir en ese ambiente cultural y de todas esas cosas por las cuales el resto de los latinoamericanos nos odiaban. Ya no es así. Mi hijo no lo vivió así de ninguna manera.

Buenos Aires según Martín Caparrós
¿Cómo contarla? De manera caótica y fragmentaria, como la propia ciudad.
Diversa.
La forma por y con el fondo.
"Escribimos como Balzac, pero ya nadie compone como Chopin".
Desde que a los veinte años leyó Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, trabaja lo que él llama "el realismo de la prosa", o sea, "que la prosa tenga la forma de lo que está contando".
Si en el escritor inglés la prosa es borracha, en nuestro cronista argentino es improbable, como su ciudad, azarosa.
–En sus memorias Antes que nada (Random House) comenta que suele pensar que debería hacer una lista de todas las situaciones en que su vida podría haberse vuelto otra. Esa fuerza del azar tan presente en Bue.
–Yo creo absolutamente en el azar y constato todo el tiempo su fuerza. El accidente es el momento en que el azar se pone más de manifiesto. Entonces, define si vives o no. Lo que pasa es que nuestra lógica cobardía nos hace temer mucho esta aceptación de que vivimos en medio de un azar permanente. Y, básicamente, lo que hicimos desde hace miles de años es inventar dioses para que tomen ese lugar. Para que digan: "Bueno, Dios lo quiso". Pura cobardía ante la potencia del azar, tan presente en la novela que hasta pensé en titularla Azar acecha.
–Imagino que su enfermedad le habrá hecho pensar en el azar.
–Y sí, es una muestra más tan clara, ¿no? Y también una muestra de cómo leemos el mundo, la historia y todo lo demás. "Qué putada, ¿por qué me tenía que tocar a mí?", puedo preguntarme ahora, pero quizás dentro de cien años esté perfectamente explicado [gracias a los avances científicos]. Azar es por definición todo aquello que no sabemos explicar. Si tuviéramos la suficiente inteligencia y capacidad para conocer todas las variables que llevan a cada uno de los hechos, el azar no existiría. Podríamos explicarlo todo. Lo llamamos azar porque, obviamente, no tenemos esa posibilidad.
–¿Y la ELA ha cambiado su forma de escribir?
–Yo creo que no. Ha cambiado mi forma física de escribir. Quiero decir, ahora tecleo un poco y dicto otro poco. Y eso es raro, porque antes los dedos escribían sin que yo lo pensara. Eso me gustaba mucho, que las palabras pasaran directamente de mi cabeza a la pantalla —o, antes, a la página—. Ahora eso ya no sucede, porque cuando tecleo lo siento, tengo conciencia de que lo estoy haciendo. Y cuando dicto lo curioso es que escucho cada palabra que escribo. Eso no me parece malo, me está gustando, porque me obliga a algo que, en general, ya trataba de hacer: leer mis textos en voz alta, entender mejor su música y su ritmo. Pero si los dicto desde el principio son su música y su ritmo.
No tan Buenos Aires
Y la tituló Bue, el código aeroportuario de la ciudad, también el apócope de bueno, expresión porteña "que puede tener dieciocho significados contradictorios distintos que se reconocen por algún matiz, por el tono, por los ojos de quien lo dice, por lo que sea".
"Esa polisemia me atrajo mucho porque se parece a lo que es una ciudad, eminentemente polisémica, un estallido de sentidos en todas las direcciones".
Martín Caparrós escribe de Buenos Aires sin decir Buenos Aires, apenas la Ciudad. Así la hace universal, aunque su rastro la delata a lo largo del libro, donde desconfía de ella como de Nueva York: ¿por qué dos palabras para nombrar a las dos ciudades americanas del momento?
¿Acaso no basta una sola? "Dos palabras nos hacen charlatanes", escribe en la novela.
–Si Buenos Aires fue Ícaro, ¿el porteño sigue siendo narcisista y arrogante? De ser así, qué contraste.
–Contrasta esa forma de saber que no hemos sido lo que creíamos que íbamos a ser y, al mismo tiempo, mantenerse arrogantes o chulos o presumidos. Contrasta y a veces se amalgama también, porque ahora muchas veces presumimos del desastre que somos. O sea, hemos encontrado la manera de seguir siendo presumidos, solo que ahora, en vez de alardear de algún éxito, presumimos de tantas derrotas.
Martín Caparrós, el cronista
¿Cuándo se jodió la Argentina? El 24 de marzo de 1976, con el golpe de Estado y la dictadura militar. Martín Caparrós lo explica detalladamente en esta entrevista en vídeo.
En un par de pinceladas —negras—: la dictadura lamina el sindicalismo para frenar las huelgas y protestas, la apertura a las importaciones le da la puntilla al intento de industrialización, Argentina retrocede a aquel granero de Europa y se inicia la decadencia de lo público y, digamos, el estado del bienestar, con una clase media desdibujada y una economía en caída libre. "Todo eso se lo cargaron los militares para empezar otro país".
Él tuvo que irse y cayó en París como se cae en todas las ciudades: por una mujer.
Maestro de la crónica, durante años escribió sobre su país y sobre el mundo: algunas están recogidas en Lacrónica (Random House), donde reflexiona sobre el género. Novelar su ciudad, en cambio, le parecía más complicado: no hay asidero —cuando se sienta a escribir, dice él, no tiene una mierda, hay que empezar "por el cero absoluto"—.
Martín Caparrós lleva toda la vida viajando y narrando para contar la manzana de su casa, el más difícil todavía. "Nunca pude. En este caso, conté las muchas manzanas de mi casa". O sea, Buenos Aires. Bue.

La Argentina
¿Argentina tiene arreglo? "La respuesta se va haciendo cada vez más tímida". En este vídeo contesta holgadamente a una pregunta que quizás no tenga solución. Si pinchan en los siguientes enlaces, también podrán ver las respuestas completas. Habla del robo como "uno de los vínculos más intensos posibles": calle y despacho, ladrón y víctima. De Milei y la corrupción como síntoma de una época. De la envidia como una de las bellas artes. De la permanente incertidumbre económica: "Los argentinos nos creemos expertos en crisis y pensamos que todos los demás, cuando dicen que están en crisis, es porque no saben lo que es una crisis de verdad".
La entrevista también respira: Charly García, Maradona,¿Calamaro?
La vejez —"un truco que engaña"—.
–¿Qué le pide a la vida?
–Una silla de ruedas supersónica que trepe por los árboles. Nada, qué sé yo: poder estar un poco más de tiempo tranquilo, poder seguir escribiendo, poder seguir hablando, poder seguir estando con la gente que quiero. Es raro cuando sabes que se acaba. Aunque no es peor todos los días, sino distinto. Tienes esa certeza que deberíamos tener todos, pero que por supuesto esquivamos, lógicamente. Entonces quizás le das un poco más de peso a algunas cosas. Aunque tampoco tanto, porque si no todo sería tan insoportable y pesado que te hundiría, ¿no?



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