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contaminación ¿Por qué los peces del Ebro comen y beben mercurio?

Un estudio confirma la presencia de residuos de este metal pesado en la fauna piscícola y los lechos de toda la cuenca, que sigue contaminada por biocidas cuya fabricación lleva décadas prohibida.

Solo una empresa de Flix está autorizada para verter al Ebro mercurio, un metal pesado que, sin embargo, está presente en todos los ríos de la cuenca por la contaminación atmosférica de fondo.

Los peces de toda la cuenca del Ebro, del Pirineo a los llanos del Sistema Ibérico y del Delta a Cantabria, comen y beben mercurio e ingieren vegetales e invertebrados que también lo han hecho. El metal pesado contamina los ecosistemas fluviales y entra en su cadena trófica tras una serie de procesos de volatilización y de sedimentación que suponen un preocupante indicio del deterioro ambiental del planeta.

El dato figura en el informe anual de la Red de Control de Sustancias Peligrosas de la cuenca que elabora la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro), cuyos técnicos han constatado la presencia de ese metal pesado tanto en peces como en el sedimento de los ríos en las dos campañas de muestreo realizadas desde que Europa ordenó controlarlo.

“Todos los resultados han sido superiores al Límite de Cuantificación y la mayoría han superado las Normas de Calidad Ambiental, dando lugar a los respectivos incumplimientos, como se viene observando en los últimos años”, señala el informe, que, no obstante, reseña que los niveles “son inferiores a los de 2015”. 

“Se considera que existe una concentración de fondo de mercurio en la cuenca que podría ser la causa de las concentraciones encontradas en la biota”, añaden los técnicos, que llaman la atención sobre la elevada concentración de mercurio en tres de los 23 puntos analizados, algunos cercanos a focos de actividad industrial, como el Ebro en Ascó, el Cinca en Monzón y el Gállego en Villanueva, pero también en áreas con menor presión como el Arga en Orobia. 

Los técnicos de la CHE también han detectado mercurio en todos los muestreos de sedimentos del lecho de los cauces, con valores especialmente elevados en áreas de concentración industrial como, además de Monzón y el Baix Ebre, el Zadorra en Vitoria. 

“Hay mercurio en todos los ríos de Europa”

“Hay mercurio en todos los ríos del Ebro, de España y de Europa”, explica Javier San Román, jefe del área de Calidad de las Aguas de la CHE, que explica cómo, tras los resultados de 2015, optaron por chequear la presencia de ese metal pesado en las zonas altas de varios ríos como el Nela, el Aguas Limpias, el Trueba, el Najerilla o el Irati, que carecen de presión industrial. “Las concentraciones fueron superiores a los 20 microgramos por litro en todos menos en uno”, indica. 

¿Y de dónde viene ese mercurio? Principalmente de la atmósfera, ya sea por la producción industrial, por las extracciones mineras o por la emisión de los automóviles. “El mercurio es extremadamente volátil, y puede circular por la atmósfera a cientos de kilómetros de donde se ha producido”, explica investigador del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) Enrique Navarro.  

Acaba posándose, aunque, por sus características, es más detectable en los sedimentos, donde se estabiliza, y, tras los procesos de bioacumulación, en los animales que ingieren esa agua y se comen a otros animales y vegetales que viven en ese medio contaminado. 

Desde que los fenicios excavaron Almadén

El Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) ha aportado algo de luz a los procesos de contaminación de fondo por mercurio. Un estudio de paleocontaminación realizado por cinco de sus científicos en un lago del noroeste del país, y publicado en Science, data el inicio de la contaminación de mercurio de origen atmosférico hace 4.000 años, aunque matiza que su “componente antropogénico” comenzó hace 25 siglos, “cerca del tiempo del inicio de minería de mercurio en España” con la explotación de la mina de Almadén (Ciudad Real) por los fenicios.

“El mercurio antropogénico ha dominado el registro de deposición desde el período Islámico”, a partir del siglo VIII, añade. 

Esta investigación, que también apunta a que las bajas temperaturas del Pirineo, intensificadas en algunas épocas, ha podido favorecer la precipitación del mineral volatilizado sobre sus ecosistemas, revela cómo la actividad humana tiene mayor influencia que los procesos naturales en este tipo de procesos contaminantes. 

Otros trabajos, como los de seguimiento de la ganadería extensiva y la calidad de la carne de caza, también dan fe de las consecuencias de la contaminación antropogénica por metales pesados. Ninguna autoridad sanitaria incluye este fenómeno entre los problemas agudos de salud pública, aunque algunos estudios llevan años alertando de su elevada presencia en los organismos humanos, especialmente en España

Al-Andalus, la II Guerra Mundial y la gasolina con plomo

Ese primer estudio coincide con las aportaciones de otro trabajo del IPE, en este caso realizado en el lago Montcortés (Pirineo de Lleida) y también difundido por Science, que constata la existencia de una “contaminación significativa metálica” de plomo y mercurio desde mediados del siglo XVI, coincidiendo con una intensificación de la explotación minera en España. 

Este estudio sitúa el mayor registro de mercurio en 1940, “sincrónico con el pico de producción más alto en Almadén y la Segunda Guerra Mundial”, seguido de “una disminución en las últimas décadas similar a otros registros regionales de Europa Occidental y a modelos de emisión globales”.  

Las investigaciones en el lago Montcortés, situado a más de mil metros de altitud, apuntan otro dato de interés sobre la influencia de la actividad humana en la evolución de la contaminación: los mayores registros de plomo, datados entre 1953 y 1971, coinciden con el mayor consumo de gasolina con plomo en Europa.  

Ambos estudios se basaron en el análisis de los estratos de sedimentos extraídos del fondo del lago, testigos de la precipitación de metales en el agua de la superficie a lo largo de la historia. 

Herencia tóxica de la industria

El informe de la CHE, organismo que vigila la calidad de las aguas de la cuenca pero carece de competencias y de medios para investigar sus causas, revela otra prueba irrebatible del deterioro de los ecosistemas por la acción humana, y de la persistencia de esos procesos. 

Los técnicos de la Confederación detectaron restos de tres biocidas cuya producción lleva décadas prohibida en peces y en sedimentos localizados aguas abajo de los lugares en los que se producían: DDT en Monzón y el Baix Ebre, hexaclorobenceno (HCB) en Ascó y HCH (hexaclorohexano, residuo de la fabricación de lindano, presente solo en la biota) en Vitoria y en Villanueva de Gállego. 

“Es parte de la herencia que nos dejaron aquellas producciones industriales, y que costará mucho limpiar de manera definitiva”, asume San Román, que, no obstante, anota que algunos de los positivos se deben a la precisión de los laboratorios de la CHE. “A veces detectar determinadas concentraciones es más mérito de los análisis que otra cosa”, apunta. 

No obstante, sí admite que “nunca puedes estar tranquilo”, por ejemplo, con las más de 100.000 toneladas de HCH que siguen enterradas en Sabiñánigo, y que en el vertido de 2014 llegaron a superar las presas de Mequinenza y Ribarrroja y el azud de Pina para llegar a las inmediaciones del delta, o las de mercurio y HCB de Flix, de donde ya han sido extraídas 13 toneladas de residuos. 

San Román, por otro lado, llama la atención sobre el hecho de que los contaminantes de origen industrial no son los único factores que deterioran la calidad del agua del Ebro, amenazado por el aumento de los nitratos y los pesticidas que generan, respectivamente, la actividad ganadera y la agrícola.

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