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La angustiosa espera de las 'Mujeres de Acero'

Una organización, surgida tras la caída de Mariúpol y su emblemática acería, reúne a miles de mujeres ucranianas que se dan apoyo a la espera de que regresen sus esposos, hijos y hermanos, presos del Ejército ruso. 'Público ha hablado con ellas.

Mujeres de Acero
Natalia, Sophia y Nelia: Mujeres de Acero. Ana Expósito Valle

"Estos son los meses más terroríficos de mi vida. Es imposible olvidar o perdonar. Si estuviera sola, no podría con esta situación, creo que me volvería loca. Ellas me dan apoyo moral y esa es la única arma que tenemos como madres para luchar por ellos. Todas tenemos la misma pena, la nuestra es una única pena". Nelia habla sin mostrar sus emociones, lo hace solo en momentos contados y eso que nadie le reprocharía que llorase el día entero teniendo en cuenta su historia en este último año.

Las mujeres con las que comparte esa pena única de la que habla son sus compañeras de la organización Mujeres de Acero, nacida tras la caída de Mariúpol y su emblemática acería: Azovstal.

Su rendición, ordenada por el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, para evitar más muertes inútiles, llevó a cientos de hombres y mujeres a entregarse al Ejército ruso. Era el 18 de mayo y, desde entonces, nadie sabe dónde están encarcelados.

Natalia Zarytska: "Nosotras no queríamos quedarnos calladas y que los olvidaran"

Natalia Zarytska, una de las fundadoras del grupo, explica a 'Público' que en diferentes ocasiones les pidieron silencio para no empeorar las cosas: "Nosotras no queríamos quedarnos calladas y que los olvidaran". Su marido fue liberado a finales de septiembre junto a cuatro comandantes y 210 defensores de la acería.

Los números son confusos, pero hasta hasta la fecha unos 1.800 prisioneros de guerra ucranianos han recobrado la libertad. La liberación de aquellos que quedan en manos rusas es el objetivo de todos los actos y las movilizaciones de la organización.

Entre las fundadoras hay otra Natalia, que prefiere no dar el nombre de su único hijo, de 30 años, preso en algún lugar de Rusia. Me reúno en Kiev con ella, con Sophia, que lucha para rescatar a su hermano, y con Nelia, que tiene un hijo encarcelado. Ellas también son prudentes con los nombres y las fotos pues, según los prisioneros ya liberados, los rusos maltratan a los hombres que identifican a través de las declaraciones de sus familias. Y para minar la moral de los presos, que no saben ni cómo va la guerra, les dicen que los suyos les han olvidado y que no le importan a nadie.

Mujeres de Acero
Natalia, Sophia y Nelia: Mujeres de Acero. Ana Expósito Valle

En Leópolis, Tania duda sobre si dar o no el nombre de su marido. Finalmente, decide que eso no tiene por qué perjudicarle.

"Mi marido se llama Nikita —explica ante la atenta mirada de su hija Arina, de 12 años, que la acompaña a todos lados—. Es un hombre fuerte y estoy segura de que sobrevivirá. Seguro. Creo que él siente mi apoyo, siente mi amor y el de nuestra hija, y eso le ayuda a mantenerse fuerte, a creer en el futuro, en un buen futuro. Estoy segura de que nos reencontraremos. Creo que él lo sabe. Sabe que estoy intentando sacarlo de ese infierno".

Al marido de Tania también lo prendieron en Mariúpol, donde estaba destinado como miembro de un cuerpo especial de la Policía. Los rusos lo detuvieron junto a dos de sus compañeros, mientras ayudaban a grupos de civiles a salir de una ciudad de la que era prácticamente imposible escapar. Tania, Arina y el resto de la familia vivían en Kramatorsk, en la región del Donbás. El avance ruso y los duros bombardeos les obligaron a huir y buscar refugio, primero en ciudades próximas, y, según se complicaba la guerra, en lugares cada vez más alejados. Ahora viven refugiadas en un pequeño pueblo, cerca de Leópolis. Ella no formaba parte del grupo inicial de las Mujeres de Acero.

Natalia Kravtsova: "Fuimos a pedir ayuda para conseguir sacar a nuestros hijos de Mariúpol y Azovstal"

"En mayo, fui con otras mujeres a Turquía —cuenta Natalia Kravtsova—. Fuimos a pedir ayuda para conseguir sacar a nuestros hijos de Mariúpol y Azovstal, porque allí dentro la situación era pésima y urgente. Entonces empezamos a recibir muchos mensajes por messenger y otras madres e hijas que estaban en la misma situación nos contactaron".

Todas esas mujeres sabían que tenían que hablar de lo que estaba pasando, pero no cada una por su cuenta, sino juntas, porque solo unidas serían capaces de salvar a los que aún estaban vivos en la acería y de recuperar los cadáveres de todos los que habían muerto luchando en Mariúpol en defensa de Ucrania. Tras la toma de la ciudad por los rusos y la rendición de los combatientes ucranianos, esas mujeres crearon una pequeña asociación. Fue el 30 de mayo y hoy ese grupo integra a más de 1.300 mujeres. La mayoría son familiares de defensores de Azovstal, pero desde hace unos meses han empezado a incluir a mujeres con prisioneros y desaparecidos en otros lugares del país.

No hubo más mensajes

Si España tuvo Guernica y la URSS Stalingrado, Ucrania tiene Mariúpol y su acería. La defensa de esa ciudad, aún no reconquistada, mantuvo al país en vilo y forjó el espíritu de las Mujeres de Acero.

La última vez que Natalia habló con su hijo fue a comienzos de marzo, al principio de la batalla por Mariúpol: "En aquel momento aún podíamos hablar por teléfono. Después, durante la primavera, marzo, abril, mayo, recibí muchos mensajes por messenger en los que me decía 'abrazos', 'todo va bien', 'te quiero'. El 18 de mayo me escribió: 'Salimos de Azovstal'. Me contaba que no sabía lo que iba a ser de ellos, pero que tenía la esperanza de poder verme muy pronto. Después de eso ya no hubo más mensajes", relata.

A través del Comité Internacional de la Cruz Roja supo que estaba preso. Su hijo figura también en las listas de prisioneros de la Agencia de Información Ucraniana y en las de los rusos. Eso es todo lo que sabe.

"Mi caso es complicado", cuenta Sophia. "Es muy duro porque a mi hermano la Federación Rusa no lo reconoce como prisionero, su nombre no aparece en las listas rusas, ni siquiera en la de los que salieron de Azovstal tras la rendición. Sí figura en la de la Agencia Ucraniana, pero Rusia no lo confirma. Que no esté en los listados rusos significa que no garantizan que esté vivo y, por lo tanto, no tienen la responsabilidad de mantenerlo con vida o de incluirlo para un intercambio".

El hermano de Sophia, un chico de 24 años y soldado profesional, habló con ella por última vez el 18 de mayo. Por esa llamada ella sabe que salió de la acería, pues le dijo que ya estaba en la cárcel de Olenivka.

"En esa última conversación, mi hermano me dijo que estaba bien. Aunque, claro, qué otra cosa podía decir. Me contó que por fin, después de tres meses, habían podido ducharse y que tenían algo de comida", continúa Sophia.

Rusia nunca comunicó los nombres de los fallecidos en Olenivka

A todas estas mujeres el nombre de Olenivka, una prisión en Donetsk ocupado por los rusos, les provoca pesadillas. Olenivka fue bombardeada el 29 de julio. Rusos y ucranianos se acusaron mutuamente del ataque en el que murieron, por lo menos, 54 presos. Rusia no devolvió sus cadáveres hasta mitad de enero, por lo que, medio año después, aún están haciendo las pruebas de ADN para conocer su identidad. Ucrania cree que gran parte serían del regimiento Azov pues, días antes del ataque, los rusos trasladaron a una parte de sus miembros a un módulo separado de la cárcel, precisamente el que fue bombardeado.

Los presos liberados dicen haber sufrido torturas y que los llamados azovistas han sido los más torturados por los rusos. Aseguran que, tras rendirse, les hicieron desnudarse a todos en busca de tatuajes que pudieran indicar su afiliación neonazi. Y es que el polémico regimiento Azov es conocido por una querencia nazi que Moscú ha expuesto reiteradamente en su propaganda.

Y sí, es cierto que cuando se creó el Batallón Azov, en 2014, durante la guerra en que Rusia ocupó las regiones de Donetsk y Lugansk, era un grupo paramilitar y sus miembros simpatizantes de partidos de extrema derecha y nacionalistas de ideología neonazi. Luego se incorporaron a la Guardia Nacional y el batallón se convirtió en regimiento Azov. Aunque supuestamente pasó por un proceso de despolitización, mantuvo una runa Wolfsangel (usada por las divisiones de las SS) como escudo.

Rusia nunca comunicó los nombres de los fallecidos en Olenivka. La incógnita se despejó, aunque solo en parte, dos meses después, cuando a finales de septiembre liberaron a los cinco comandantes de los defensores de Azovstal.

A Natalia, uno de ellos le dijo que su hijo estaba vivo. Que no había sido uno de los muertos en el ataque y esa es la última noticia que tiene sobre él. Ni siquiera ha sabido en cuál de las 25 cárceles del territorio ruso y Crimea, en las que se cree que tienen a los prisioneros, está su hijo. También para Tania lo que le contaron los comandantes es lo único que ha sabido en todos estos meses de Nikita.

Mujeres de Acero
Tania, una de las Mujeres de Acero. Ana Exposito Valle

"A veces siento un miedo horrible a no verlo nunca más, a no volver a escuchar su voz; pero, entonces, me digo que él está en una situación mucho peor que la mía y que no puedo ser débil, llorar o tomar decisiones equivocadas que le puedan perjudicar", indica Tania intentando contener las lágrimas.

A Sophia nadie le pudo dar ninguna información sobre su hermano porque no pertenecía a los regimientos de los comandantes liberados. Hace ya nueve meses que no sabe absolutamente nada de él.

Cuando Sophia me enseña fotos junto a su hermano cuando ambos eran niños se produce un momento de confusión, pues se refiere a él como "mi primo". Es entonces cuando me explica que en realidad es su primo. Sus padres, me cuenta, son prorrusos y le repudiaron cuando se alistó en el Ejército de Ucrania. Después, su familia lo acogió convirtiéndolo en hijo y hermano. "Es bastante normal en la zona de Lugansk, de donde somos nosotros, que las familias estén divididas porque unos apoyaban a Rusia y otros a Ucrania".

"El 1 de abril mataron a mi hijo"

Nelia suspira al empezar a contar su historia. También a ella los comandantes la sacaron de dudas al decirle que su hijo pequeño estaba en el barracón bombardeado, pero que había sobrevivido.

"Voy a empezar por el principio —dice—. Soy de Mariúpol y madre de dos hijos. El mayor cumplió 29 años el 23 de febrero y el pequeño hizo 24 el 2 de abril. El 24 de febrero, al comenzar la invasión a gran escala, el menor vino a verme y me dijo: "Mamá, va a empezar la guerra y quiero estar con mi hermano y servir en el mismo regimiento que él para luchar juntos en defensa del país".

Y eso hicieron. Los dos chicos continuaron juntos en la guerra y Nelia abandonó Mariúpol el 16 de marzo para refugiarse en Kiev en la casa de su hermana. "Mantenía el contacto con ellos por messenger, hasta que el 1 de abril, cuando mataron a mi hijo mayor".

Lo dice así, en medio de una enumeración de hechos y datos, mirando al infinito. A partir de este momento, su entereza empieza a quebrarse y la voz le cambia al contar que fue entonces cuando supo que sus hijos eran defensores en Azovstal y que el pequeño seguía atrapado allí.

"Yo conozco muy bien la factoría de Azovstal porque trabajé allí —afirma intentando mantener la serenidad pero con los ojos enrojecidos—. Antes de que nuestros soldados abandonaran la acería, yo me pasaba el día mirando en internet las emisiones en directo de allí y vi cómo mataban a mi hijo".

En ese instante, Nelia se echa a llorar, pero sin aspavientos y limpiándose las lágrimas con un pañuelo para no dejar que se deslicen por su cara: "Bombardearon el lugar donde estaba mi hijo mayor. Después, el pequeño me mandó un mensaje diciéndome que iban a morir todos, bajo las bombas o de hambre, que iban a morir como perros".

El 16 de mayo, un día antes de salir de Azovstal, Nelia recibió un nuevo mensaje del muchacho pidiéndole que no se preocupase, que estaba bien. Le advertía de que estaría sin conexión durante mucho tiempo, pero que confiara en él.

En uno de los intercambios que se negociaron, Nelia recuperó el cuerpo de su hijo muerto y pudo enterrarlo. Muchas otras mujeres no recibieron ningún cadáver porque no había nada que entregar. Los rusos lanzaron una bomba de cinco toneladas contra el búnker número ocho, el lugar habilitado como hospital y que contenía los dos refrigeradores de la acería en los que depositaban los cadáveres. No quedó nada de ellos.

En recuerdo de su hijo y de los otros muertos de Azovstal, un día del pasado verano, Nelia puso una pequeña bandera en los parterres de la Plaza del Maidán de Kiev. Inició así una tradición, seguida por otras muchas personas, para honrar a los caídos en la guerra. Hoy, en las jardineras de Maidán ondean cientos de banderas azules y amarillas.

Mujeres de Acero
Banderas en recuerdo de los caídos por Ucrania. Ana Expósito Valle

"¿Mamá, vamos a morir?" 

La alarma alertando de un ataque aéreo me sorprende junto a Tania y su hija Arina buscando un lugar en el que sentarnos en el centro de Leópolis para conversar. La madre procura no dejar traslucir ninguna preocupación para no alterar a la niña.

"Intento mantenerme tranquila, siempre le digo que todo va a ir bien, que no tenga miedo porque su madre y sus abuelos están a su lado, que estamos todos juntos y que no importa lo que pase, que todo va a ir bien". Aun así, afirma con tristeza: "Después de los horribles meses de bombardeos que vivimos en Kramatorsk, Arina me pregunta cada noche si moriremos. Ella no recuerda lo que sufrimos en la guerra de 2014, pero ahora tiene miedo de morir y todas las noches me pregunta: "¿Mamá vamos a morir?".

En Kiev, el recuerdo de los defensores de Mariúpol está por todos lados. Enormes carteles reclaman, desde las fachadas de ministerios, la liberación de los prisioneros de guerra y, pese a los bombardeos, en la Plaza de Sophia, montaron una exposición con grandes fotos de los caídos en la batalla. Desde una de ellas, Alla mira directamente con sus preciosos ojos azules. Me acerco sin darme cuenta de que su apellido, Taranina, es el mismo que el del hombre de la foto de al lado.

Una chica que lleva flores para poner junto al retrato de un amigo me cuenta que es un matrimonio de militares muertos en Azovstal. Poco después, escucho su historia en boca de la madre de Vitaly. Él murió en el bombardeo del búnker del hospital. Lo habían herido días antes y ya estaba recuperándose. Alla, que participaba en operaciones en otra zona de la gigantesca acería, llevaba mes y medio sin verlo, pero había conseguido un permiso para visitarlo en el hospital.

Desde allí, juntos, hablaron con la madre de Vitaly: todo iba bien. Unos días después, el 15 de abril, moría Vitaly. Ya viuda, Alla siguió luchando. La mataron el 8 de mayo. En su casa les esperaba un hijo de cuatro años.

Casi ninguna de las fotos expuestas muestra imágenes de soldados aguerridos. La mayoría son hombres y mujeres en faena militar, pero retratados con perros y gatos en los brazos, o comiendo un helado con toppings... Y, sin embargo, en gran parte pertenecían al denostado regimiento Azov, que al tener su base en Mariúpol fue uno de sus defensores. La realidad es que muchos miembros del regimiento Azov son simplemente vecinos de la ciudad que se alistaron para participar en la batalla.

Para Nelia es el regimiento en el que lucharon sus hijos. Y, aunque las runas están asociadas internacionalmente a movimientos supremacistas, ella se tatuó con runas en un brazo el nombre de su hijo Igo, ya fallecido. Junto al nombre también se tatuó un faro, porque ese era su apodo: Igor, El Faro.

Ni siquiera saben los nombres de los que vuelven a casa cuando se va a producir una liberación

El único afán de Nelia es conseguir la liberación del hijo que le queda y del resto de los prisioneros o, por lo menos, lograr que reciban un trato digno y que les den información sobre ellos. Porque, por no saber, ni siquiera saben los nombres de los que vuelven a casa cuando se va a producir una liberación o un intercambio.

"Te desesperas cuando empiezas a ver las imágenes y las entrevistas y adviertes que su nombre no está entre los liberados —dice Nelia—. Son momentos muy duros, sientes un dolor tremendo... pero, después, ves a las familias de los rescatados de las cárceles, ves a sus madres, a sus mujeres... y sientes alegría por ellas, porque ellas sí pueden por fin abrazarlos".

Y agrega con voz entrecortada: "El momento en que veo que Nikita no está entre los liberados es durísimo. Cada vez que salen las imágenes, las miro un millón de veces intentando descubrir su cara... pero yo sé, estoy segura, de que va a salir la próxima vez, que en la siguiente va a ser nuestra ocasión y le veremos".

Arina no deja de observar a su madre y, aunque parece distraída, está muy atenta a todo lo que cuenta. Sabe que su padre es prisionero de guerra. 

"Un amigo de Kramatorsk me preguntó si necesitábamos algo de nuestra casa y lo único que pidió Arina fue: 'Una foto de mi padre'. Ahora tiene esa foto y cada noche la besa y me pregunta: '¿Cuándo va a volver con nosotras?'. No sé por qué Arina tiene que besar la foto de su padre en vez de a su padre".

"Cuando hay liberaciones y mi hermano no es uno de ellos, me enfado —se sincera Sophia—. Es muy, muy duro, es un dolor horrible. La última vez, sentí envidia de que otras madres y hermanas tuvieran a su preso de vuelta. En ese último intercambio, conocí a uno de los hombres y venía tan demacrado, tan en los huesos... estaba en unas condiciones... Tan exhausto, con tantos traumas y problemas de salud física y mental... Entonces, la envidia desapareció. Mientras, seguiré esperando a que mi hermano regrese".

Cuando dice esto último, Nelia le recrimina que diga "regrese" en vez de "sea liberado". Sophia le responde: "pero es lo mismo". No, no es lo mismo: "Él no puede regresar, no depende de su voluntad", concluye con una fortaleza de acero. Pero las mujeres ucranianas no han nacido de acero, se han hecho de acero esperando a sus hijos, sus maridos, sus hermanos... La guerra las ha endurecido, ha convertido en acero sus miradas, su dolor e incluso sus lágrimas.

Unas semanas después de volver de Ucrania, Nelia me envía una foto suya abrazando a un muchacho, acompañada de tres palabras que no entiendo, pero intuyo: "Es mi hijo".

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