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Boris Johnson busca rutas comerciales alternativas para prosperar tras el brexit

Australia y Canadá, modelos a seguir en el Reino Unido post-brexit mientras se intensifican las negociaciones para el acuerdo comercial con la Unión Europea

El jefe negociador europeo, Michel Barnier. REUTERS/Henry Nicholls
El jefe negociador europeo, Michel Barnier. REUTERS/Henry Nicholls

conxa rodríguez

Quizás el subconsciente de Boris Johnson se ha quedado en los mapas de los puzles de su infancia; cuando el color rosa del Imperio británico dominaba el mapamundi. El imperio ha desaparecido, no obstante, los puzles todavía permanecen en algunas familias. O quizás es pura obra del azar el hecho de que el primer ministro cite hasta la saciedad a Australia y a Canadá, e incluso a la Commonwealth, como las alternativas comerciales al Reino Unido a partir del 1 de enero de 2021. Londres y Bruselas han entrado en la recta final de las negociaciones para el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea puesto que el período de transición para alcanzarlo acaba el 31 de diciembre y necesita tiempo para la ratificación.

Reino Unido salió de la UE el pasado 31 de enero. El jefe negociador europeo, Michel Barnier, llegó a Londres el jueves para correr la recta final. Esta vez no han fijado fecha límite para llegar a la meta. El último vencimiento que se marcaron (15 de octubre), como los numerosos anteriores, no se cumplieron así que mejor mutis respecto al apretado calendario. Boris Johnson ha avisado a los británicos que se preparen para un brexit duro o sin acuerdo a pesar de que la puerta británica está "entreabierta" para recibir a Barnier. Para Johnson, que ha reiterado estar listo para walk away o abandonar la mesa sin acuerdo, no será el fin del mundo porque, a su parecer, Reino Unido "prosperará con fuerza como nación libre e independiente". Así lo ha predicado a la BBC.

"Nuestro país florecerá con un acuerdo del tipo de Australia", dice y repite como eufemismo para el brexit duro o sin acuerdo. Si Londres y Bruselas no llegan a una entente comercial, Reino Unido, como uno de los 164 miembros de la Organización Mundial del Comercio (WTO en inglés) pasa automáticamente a comerciar con otros países con las reglas de la WTO que son básicamente dos: aranceles a las importaciones y límites a la cantidad de exportaciones. La opción australiana viene a ser el funcionamiento de dos miembros cualquiera de WTO sin acuerdo entre ellos. Hasta el Secretario de Estado para Negocios, Alok Sharma, ha reconocido que la diferencia entre el brexit duro y el acuerdo tipo Australia, "es al fin y al cabo una cuestión de semántica". O de subconsciente del mismo primer ministro que es quien más la difunde. La opción australiana es el no-acuerdo entre dos o pacto de mínimos a través de WTO por el que cada país o bloque presenta a la organización una lista de aranceles y una de cuotas de productos. Una opción que disgusta al sector económico británico.

La otra alternativa que exhibe el conservador Boris Johnson para un pacto comercial entre Reino Unido y la UE es del tipo Canadá, al estilo del que tiene este país ex colonia británica y la UE. La opción Canadá tampoco entusiasma a la patronal ni a la City (sector financiero) porque lleva más de diez años de negociación y todavía no se ha aplicado en su totalidad. El conocido como Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA en inglés Comprehensive Economic and Trade Agreement) entre Canadá y la UE reduce en un 98% los aranceles recíprocos, permite a empresas de la UE licitar en proyectos públicos de Canadá, reconoce titulaciones profesionales y armoniza derechos laborales y condiciones medioambientales entre otras cosas. El CETA se pone como ejemplo de la complejidad y la tardanza que requiere un acuerdo de libre comercio entre países o economías dinámicas como la canadiense y las del bloque europeo.

Aunque Londres y Bruselas han estado una semana culpándose mutuamente del parón en las negociaciones, Michel Barnier dijo el miércoles ante el Parlamento Europeo lo siguiente: "Creo que podemos alcanzar un acuerdo". El jueves llegó a Londres con ganas de ganar terreno; se reúne con su homólogo británico, David Frost, a diario, incluidos sábado y domingo. El posible acuerdo incluye desde aspectos marco o genéricos como las subvenciones estatales, derechos laborales y normativa medioambiental para evitar la competencia desleal o desigual entre empresas de Reino Unido y de la UE (tema conocido como level playing field) hasta particularidades como restricciones a la venta de naftalina para ahuyentar la polilla de la ropa o el grado de pureza de la absenta por bebida alucinógena. Las tarifas bancarias y/o de telefonía, la homologación de medicamentos o asuntos de seguridad son otras cuestiones aún por resolver.

La pesca se ha convertido en un escollo durante las largas negociaciones. El equipo británico pide acceso sin restricciones al mercado europeo para vender su pescado mientras que Bruselas exige acceso sin restricciones de sus barcos a las aguas británicas. Londres rechaza esta petición aduciendo que sus aguas pertenecen a un país independiente de la UE. La pesca, y la distribución de cuotas de pescado y de barcos, ha sido motivo de contenciosos en el pasado; afloró de nuevo, por parte de los brexiteros, en el referéndum sobre la permanencia o salida de la UE como símbolo del dominio europeo sobre la soberanía británica. Dentro de los restos coloniales del mapa pintado de rosa, la frontera entre la isla de Irlanda (norte y/o sur) y Reino Unido continúa como obstáculo para dibujar la nueva frontera entre Reino Unido y la UE.

Las cifras del ministerio de Economía sobre la balanza comercial de 2019 indican que un 43% de las exportaciones de Reino Unido fueron destinadas a la Unión Europea mientras que un 51% de las importaciones de la UE provenían de Reino Unido. Sobre estas cifras trabaja y se mueve el sector económico británico, ajeno a pasados imperiales que ya no existen, pero que han vuelto en el discurso de Boris Johnson como alternativa comercial a la UE. Sólo la covid-19 ha desplazado al brexit entre las prioridades del premier, su agenda de trabajo y su mente en la que está gravado el puzle con el que jugaba de niño.

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