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EEUU busca el colapso de Siria para apartar a Bashar al Assad

El último capítulo de la guerra contra Siria empezó el miércoles con la entrada en vigor de la ley César, con la que Washington impone nuevas sanciones no solo contra el gobierno de Damasco sino contra cualquier país que mantenga relaciones con Siria. Los civiles, la parte más débil de la sociedad, verán ahora que su magro nivel de vida se deteriora más, y el presidente Bashar al Asad tendrá que hacer frente a una situación dramática que podría acabar con su presidencia.

Varias personas pasan por una calle de Damasco, cerca de un retrato del presidente Sirio, Bashar al-Assad. AFP/LOUAI BESHARA
Varias personas pasan por una calle de Damasco, cerca de un retrato del presidente Sirio, Bashar al-Assad. AFP/LOUAI BESHARA

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

La ley César que entró en vigor el miércoles busca el colapso económico de Siria para apartar del poder al presidente Bashar al Asad. Es el último capítulo de la guerra abierta que las administraciones americanas han conducido contra ese país desde hace décadas y con el que se pretende apretar los tornillos al régimen definitivamente para buscar un derrumbe que inaugure una situación de rositas en el país.

La misma guerra civil que se inició en 2011 fue incitada por el entonces embajador en Damasco Robert Ford, quien recorrió el país en todas las direcciones predicando abiertamente a favor de la rebelión en discursos públicos y usando todo tipo de recursos por debajo de la mesa. Las consecuencias son conocidas: la debilitación del gobierno, cientos de miles de muertos y heridos, una extrema pobreza y la división del país. De todo ello se le acusa a Bashar al Asad.

Pero como Asad continúa en el poder, el plan de Washington sigue adelante. Sus continuados recursos a las armas, los yihadistas y la división étnica no han podido acabar con el régimen. Contrariamente a lo que dice la administración de Donald Trump, la ley César no va a proteger a los civiles sino que va a crear una pobreza peor que extrema, y van a ser los ciudadanos los que paguen por ello, con hambre incluida.

La libra siria está por los suelos y cae cada día en picado repercutiendo seriamente en el escaso poder adquisitivo de los civiles a los que Washington dice que quiere proteger. La brillante idea de hundir la economía de países que no se integran, o a los que no permiten integrarse, en el sistema internacional ya se ha aplicado con dudoso éxito en muchas partes, y siempre han sido los segmentos más débiles los que han sufrido sus peores consecuencias.

La cuestión ahora es saber si Bashar al Asad logrará mantenerse en el poder hasta las elecciones americanas de noviembre. No va a ser una tarea fácil, y de cualquier manera si Trump pierde en las urnas no hay garantías de que el próximo presidente vaya a cambiar la estrategia de Trump. Por lo tanto, el reinado de Asad se presenta más oscuro e incierto que el de Witiza, como decían los antiguos textos escolares.

La idea de quitar de en medio al presidente sirio es la única que preocupa a Estados Unidos. Nada indica que los planes de Washington vayan más allá, y esto es algo que debería suscitar interrogantes en las capitales occidentales. Desgraciadamente no es así a pesar de que hay antecedentes claros en ese sentido, como la expulsión de Saddam Hussein en 2003.

Sustituir a un líder por otro en países de enorme complejidad no resulta fácil, y menos en Oriente Próximo. Pero claro, los ideólogos de la Casa Blanca sueñan que de manera natural saldrá un líder complaciente que pueda mantener el equilibrio entre las distintas etnias y religiones, y que ese líder hará una transición modélica hacia una democracia liberal idílica. Es natural que si eso mismo pensaban de Irak, ahora lo piensen de Siria, lo que muestra que los ideólogos viven en los mundos de yupi y no han aprendido la lección iraquí.

Pronto se verá si las nuevas sanciones son capaces de desmantelar el régimen, y si el hambre y la miseria que anticipan millones de sirios los vuelve contra Asad. Ese es al fin y al cabo el deseo de Washington. En el caso de Irak no les funcionó y al final los americanos tuvieron que enviar a su ejército para expulsar a Saddam Hussein y llevar un caos general a Irak.

Aunque no deba descartarse, esa opción es más complicada en Siria. Existen tropas rusas en el país, pero en los últimos meses, cuando la campaña contra Asad se ha endurecido, el presidente Vladimir Putin no ha hecho ninguna declaración a favor de su aliado. En Moscú se ha publicado que Putin se ha cansado de Asad y por eso mantiene las distancias sociales que están de moda.

No obstante, el ministerio de Exteriores ruso ratificó el miércoles que las "sanciones ilegales" de Estados Unidos "no afectarán a las relaciones entre Moscú y Damasco en el sector militar y en la lucha contra el terrorismo". El ministerio ruso añadió que las sanciones dictadas en el pasado ya han conducido a una parte considerable de la población siria a vivir en una situación muy complicada, dando a entender que espera un deterioro aún mayor.

Es más, la agencia Interfax agregó, citando a funcionarios del comité de Exteriores del parlamento, que Rusia va a mantener el nivel de asistencia a Siria en el área humanitaria y en el área militar, y que va a continuar reforzando las dos bases con que cuenta en el país, Hmeimim y Tartús, "sin dejarse intimidar" por Estados Unidos.

Aunque Siria apenas mantiene relaciones satisfactorias con un pequeño puñado de países, estos países están sujetos a sanciones si siguen colaborando con Asad. Es el caso de Irán, los Emiratos Árabes Unidos, Irak y Egipto. Y también de Líbano, un país que ha servido de válvula de escape a Damasco, que no atraviesa por una situación económica boyante y que ahora se verá más aislado en la región.

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