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De reformista a rey del pucherazo

M. CENTENERA

En noviembre de 1987, la población tunecina se lanzó a la calle para festejar el ascenso de Zine el Abidin Ben Alí (Hammam Souse, 1936) a la presidencia de Túnez. Era el punto final de tres décadas de dictadura bajo las órdenes de Habib Burguiba y el recién llegado prometió grandes cambios a la ciudadanía. El hecho de que Ben Alí, ingeniero de formación y militar de carrera, hubiese sido el delfín del octogenario autócrata, no empañó las esperanzas puestas en él en un principio.

Ben Alí tardó sólo tres días en anunciar una ley de partidos y la celebración de elecciones y al año siguiente cumplió una de las principales demandas de los reformistas: la nueva Constitución establecía la elección del presidente por sufragio universal para un periodo de cinco años renovable una sola vez.

Veintiún años después, y recientemente reelegido para un quinto mandato con un nada creíble 89% de los sufragios, Ben Alí volvió a prometer ayer cambios profundos. Esta vez, sin embargo, nadie le creyó y Ben Alí se ha visto forzado a abandonar un país que pedía a gritos su dimisión.

En estas dos décadas, la apertura política anunciada por el discípulo de Burguiba se ha limitado a la legalización de una oposición totalmente silenciada por los medios de comunicación y a la entrega de un intrascendente número de escaños a estos partidos opositores.

Con cada nueva reelección de Ben Alí, han crecido las acusaciones de fraude, que él niega, y la decepción de una población que ha visto cómo la historia volvía a repetirse.

Sordo a ese descontento, el líder tunecino ha aumentado legislatura a legislatura su poder. Además, lo ha ido extendiendo al ámbito económico, hasta controlarlo prácticamente todo. Bancos, cadenas hoteleras, grupos mediáticos, inmobiliarias, fábricas de coches, de telefonía móvil, de ordenadores... todo está en manos de Ben Alí y la familia de su esposa, los Trabelsi.

Un tigre como mascota

Los bolsillos del autócrata y sus allegados han seguido llenándose en los últimos años, en contraste con el resto del país, que ha visto cómo el aumento del precio de los alimentos y el creciente desempleo reducía de manera drástica su poder adquisitivo.

No era un secreto para ningún tunecino la riqueza atesorada por la familia de Ben Alí, pero los cables de Wikileaks han llevado los detalles más extravagantes de su fastuoso estilo de vida hasta el último rincón del mundo. Entre ellos, que su yerno, Sajer el Materi, tiene un tigre en una jaula que come cuatro pollos al día, más de lo que muchas familias pueden permitirse en un mes, y vive en una mansión con columnas romanas y frescos de cuya autenticidad presume. O presumía hasta ayer.

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