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'Youtubers' saudíes debilitan a la policía más grimosa del mundo y las jóvenes bailan sin chador en el desierto

Los viernes son para Alá, pero los sábados pertenecen a la juventud. Pasó el tiempo en que la Policía antivicio de los jeques podía golpear a una mujer por usar esmalte de uñas. Los mutaween han perdido poder mientras se popularizan los "raves" y las drogas entre la juventud de Arabia. Parte de la metanfetamina es importada desde Siria, el "narcoestado de moda".

Jóvenes saudíes en el sur del país.
Jóvenes saudíes en el sur del país. FERRÁN BARBER

El fuego de la Escuela de grado intermedio número 31 de La Meca se declaró en torno a las ocho de la mañana del 11 de marzo de 2002 en una habitación de la primera planta del edificio donde alguien había olvidado un cigarrillo encendido. El inmueble carecía de escaleras de incendio y alarmas, así que cuando las niñas del colegio repararon en lo que ocurría, cundió el pánico. Las instalaciones habían sido concebidas para albergar a 250 chiquillas, y al desencadenarse la tragedia, había cerca de novecientas.

Atraídos por las oscuras columnas de humo que salían del edificio, acudieron como hienas a los accesos de la escuela un puñado de "mutaween", la policía religiosa de aquel reino feudal. Después del incidente lo negaron, pero quedó probado que los patanes de la Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio (CPVPV) habían tratado de impedir que accedieran al edificio los empleados de Defensa Civil para que no se mezclaran con las estudiantes pecaminosamente. Cuando llegaron los bomberos, ya se había extinguido el fuego. Cincuenta alumnas resultaron heridas y quince más murieron sepultadas bajo unas escaleras.

El escándalo fue tan notorio que incluso la servil prensa del reino denunció un hecho escalofriante: ¡las chiquillas habían fallecido porque los patanes les habían impedido salir sin la amadiya y el hiyab! Mientras las niñas se hacinaban aterrorizadas en la puerta principal, ellos las golpeaban y obligaban a entrar de nuevo dentro para evitar literalmente que incitaran sexualmente a la multitud de hombres que se congregaba fuera, al mostrarse con la cabeza descubierta.

La prensa de Riad no dudó en denunciar lo sucedido y algunos de los próceres locales se fotografiaron paseando por las entrañas calcinadas de las ruinas del colegio para mostrar su duelo, pero ni siquiera el alboroto que causó el suceso hizo mella a la sazón en la Policía moral que velaba por el cumplimiento de la Sharia en el país de los custodios de las dos mezquitas sagradas.

La sociedad saudí pasó página en dos días porque se hallaba habituada a convivir con episodios semejantes; habían de transcurrir todavía 14 años para que la sanguinaria dictadura islámica pusiera en cintura a los miles de bárbaros que patrullaban por las calles y los centros comerciales.

Iracundos monaguillos vengadores

¿Cómo se originó un engendro tan diabólico? Las "policías del alma" instauradas en algunos países musulmanes se basan en la hisba, el mandato coránico de imponer el bien y prohibir el mal; ello se traduce en la obligación de todo musulmán de promover la rectitud moral e intervenir si es necesario cuando alguien conculca las leyes de Dios.

En la historia preislámica, semejante responsabilidad se confiaba a unos funcionarios públicos a los que se llamaba "muhtasib" o "inspectores de zoco". Por establecer un correlato cristiano, sería como si un ejército de monaguillos furiosos a sueldo del Estado patrullaran con un bate de béisbol los mercados en busca de pecadores a los que amonestar o, llegado el caso, golpear.

Esta institución se extinguió hasta que los jeques que se hicieron con las riendas del primer estado saudí (1745-1818) decidieron resucitarla atendiendo a su importancia en la doctrina wahabí, una corriente ultraconservadora del Islam surgida en la península arábiga en el siglo XVIII que defiende la vuelta a las enseñanzas de las tres primeras generaciones de musulmanes, conocidas como "salaf" o "antepasados". Un cronista registró en 1803 tras la conquista de Hijaz la existencia de hogueras donde los muhtasib hacían arder pecaminosos artefactos como pipas de tabaco, zurnas, darbukas y laúdes.

Mucho más recientemente, en 1976, la dinastía de los Saúd actualizó la idea y creó la policía del alma en la forma en la que ahora la conocemos también con el objeto de que supervisara los mercados y velara por la moralidad pública. A principios del decenio de 2010, se estimó que el comité tenía entre 3.500 y 4.000 agentes en las calles, asistidos por varios miles más de voluntarios y por un pequeño ejército administrativo de unos diez mil empleados. Su máxima autoridad tenía el rango de ministro del gabinete e informaba directamente al rey.

Como en la antigüedad, los funcionarios del comité antivicio merodeaban por los espacios públicos obligando a las mujeres a cubrir con la amadiya y el yihab todo el cuerpo, salvo las manos y los ojos; velando por la segregación de sexos; empujando a la gente a la oración y obligando a los comercios a cerrar cinco veces al día. Esta siniestra policía formada por una pandilla de fanáticos analfabetos había sido comisionada para perseguir, detener e interrogar a cualquiera de los pecadores por infracciones como vender una muñeca Barbie, un Pokémon, celebrar San Valentín, usar teléfonos con cámara o comercializar perros y gatos. ¿Qué podía salir mal?

Agredida por ir sola en un taxi

En mayo de 2003, un periódico reformista saudí, Al-Watan, publicó varios reportajes sobre personas que habían sido golpeadas por mutaween, y entre ellos, la historia de una mujer del sur del país que había sido arrestada y salvajemente agredida por viajar sola en la parte de atrás de un taxi.

Cuatro años después, Arab News dio a conocer que un hombre llamado Salman Al-Huraisi que tenía alcohol en su casa había sido asesinado a golpes en su propio domicilio del distrito de Al Oraija de Riad por agentes del CPVPV. Los bárbaros de la policía moral siguieron pateando al fallecido incluso después de que se desmoronara sobre el suelo, completamente cubierto de sangre.

Ese mismo año, otro súbdito saudí fue asesinado cuando estaba bajo custodia de los mutaween. Ahmed Al-Bulawi había sido acusado de convivir con una mujer a la que no se hallaba unido en matrimonio. Informes sobre episodios semejantes o peores transcendieron durante los diez años siguientes.

Se asumía, sin embargo, que el grueso de los crímenes cometidos por esta descontrolada policía de salvajes no salían de las mazmorras donde confinaban a sus pecadores. Sus actuaciones eran tan grotescas que hubieran resultado hilarantes, de no ser por el hecho de que la gente moría engrilletada por sus bárbaras creencias.

Policía moral saudí
Agentes de la policía moral patrullan los supermercados de Riad, en Arabia Saudí. FERRAN BARBER

En 2008, se condenó a muerte por brujería al presentador libanés de televisión Ali Hussein Sibat. Había sido arrestado en Medina por los mutaween cuando realizaba la Umrah, una peregrinación sagrada que, a diferencia del Hash, puede efectuarse en cualquier momento del año. La sentencia fue anulada y revocada en noviembre de 2010, debido a las protestas internacionales a las que dio lugar su caso. También en 2008, un miembro del Comité le cortó la lengua a su hija por convertirse al cristianismo. La muchacha fue después quemada viva.

Cinco años después, en septiembre de 2013, una patrulla de la policía islámica irrumpió en una exhibición educativa sobre dinosaurios en un centro comercial, apagaron las luces y expulsaron a todos los presentes, extendiendo el terror entre los niños. Hechos como este resultaban rutinarios y se repetían casi a diario, pero algo había cambiado.

Gracias a las redes sociales y a la actividad de los ciberactivistas que burlaban los intentos de censura de los funcionarios saudíes, ahora los energúmenos comenzaban a ser expuestos en vídeos o en fotografías que, por primera vez, incendiaban Twitter y animaban a los jóvenes del reino a expresarse libremente.

Comenzaron a menudear en Youtube vídeos donde se podía ver a estos pandilleros del Estado saudí increpando y acosando a una mujer por usar esmalte de uñas o por mostrar sus manos; asaltando salones de belleza; golpeando a una muchacha porque su hiyab les parecía inapropiado o amonestando a unas chiquillas por usas unos columpios.

Atando en corto a los matones

Ya en mayo de 2006, el Ministerio del Interior saudí promulgó un decreto que establecía que "el papel de la comisión termina después de que detenga al culpable o los culpables y los entregue a la policía, que decidirá si remitirlos al Ministerio Público".

Los días de total impunidad y descontrol habían terminado

En junio de 2007, la propia Comisión anunció "la creación de un 'departamento de normas y reglamentos' para garantizar que las actividades de los miembros de la comisión cumplan con la ley, después de haber sido objeto de una fuerte presión por la muerte de dos personas bajo su custodia en menos de dos semanas".

La presión sobre los matones ya no cesó. Los días de total impunidad y descontrol habían terminado. Cuanto más se conocían sus excesos y cuanta más algarabía y ruido producían las redes, más abochornados se sentían internacionalmente los jeques que dominan ese reino feudal.

En 2016, el heredero al trono saudí Mohammed ben Salman tomó una "decisión sin precedentes, arriesgada pero necesaria" para literalmente sanar al CPVPV y devolverlo a los carriles que habían inspirado su creación: ejercer como guía espiritual de la sociedad saudí. Ben Salman había sido caracterizado como un reformista y de facto lo era; tan reformista como puede ser un mandatario saudí que ordena descuartizar a un periodista opositor como Khashoggi.

Sin embargo, la época criminal dorada de los mutaweed había concluido. Ya no podían detener, perseguir o arrestar a la gente y además, se les obligó a mostrarse "gentiles y amables" en su conducta. Cinco años después de esa decisión, son una fuerza debilitada y muy frustrada, aunque no faltan voces entre los salafistas más intolerantes que han criticado la reforma y echan de menos los tiempos anteriores a que el líder saudí recortara drásticamente los poderes de ese pequeño ejército de palurdos.

Llama el muacín a la oración y el dueño de la tetería ya no nos pide amablemente que nos vayamos

Hemos paseado por uno de esos enormes centros comerciales donde pequeños ejércitos de mujeres enlutadas van a pasar el día y la presencia de la policía moral ha dejado ya de ser visible. Llama el muacín a la oración y el dueño de la tetería ya no nos pide amablemente que nos vayamos. Arabia sigue siendo Arabia, pero a diferencia de lo que ocurría antes, los policías de la moral ahora están obligados a exhibir una identificación clara, con su nombre, cargo, jurisdicción y horario oficial de trabajo.

Las redes sociales se han convertido también en las mejores aliadas de las mujeres que luchan en Afganistán contra los cambios que están tratando de imponer a calzador los Talibán. Arabia Saudí no es el único país del mundo que posee policías religiosas, aunque sí fue el que inspiró a la mayoría de fuerzas semejantes. Los Talibán, sin ir más lejos, copiaron ya el modelo en 2001 y lo están volviendo a replicar, con algunos cambios cosméticos.

Y ahora a por las afganas

Las promesas de moderación de los yihadistas afganos duraron más bien poco. Hace algo más de un mes, los Talibán pidieron a los canales de televisión del país que dejaran de emitir dramas y telenovelas protagonizados por actrices al tiempo que exigían a las mujeres que vistieran con decencia. Ya han vuelto a las andadas y nada sugiere que vayan a retroceder.

En Irán, Indonesia o Palestina funcionan igualmente patrullas de matones instituidas con parecidos fines. En el caso de Palestina, se denunció en su día que el Comité antivicio formaba parte de las fuerzas policiales del gobierno de Hamas.

Entre tanto, en Arabia Saudí, a muchos hombres le sigue pareciendo inaudito que haya mujeres atendiendo en algunos expositores del hipermercado o que sus esposas vayan al cine o conduzcan un vehículo. Se sentían muy cómodos dentro de la distopía islámica que habitaban. Claro que, tal y como nos dice un residente europeo, "nada es lo que parece, especialmente en un lugar cuya sociedad se rige por la más absoluta y abyecta hipocresía y donde las leyes a menudo son interpretadas al antojo de la teocracia".

La realidad de la vida en la Península descompone casi a diario esas estampas pastoriles de piedad islámica que los jeques tratan de vender al mundo musulmán. "Los viernes son para Alá, pero los sábados nos pertenecen a nosotros", bromea Akram mientras aguarda en la frontera de Baréin.

Todos los jueves y los viernes por la noche se acostumbran a crear largas hileras de caros vehículos americanos adquiridos en subastas a las puertas de ese paso. Quienes guardan cola son en su mayoría varones del reino saudí que acuden a Manama, capital de Baréin y una de las diez ciudades más pecaminosas del planeta, en busca de alcohol y sexo. En los hoteles disponen de catálogos humanos donde los acaudalados clientes de la Península arábiga pueden elegir chica y marca de güisqui.

Las "natashas del Este", jóvenes de poco más de veinte años, son las más caras con diferencia (en torno a 300 libras por la noche entera), pero hay también tailandesas, chinas y filipinas. No es tampoco complicado conseguir alcohol en ciudades como Riad o Jeddah, especialmente en la llamada zona de los diplomáticos. Menos de un día nos tomó averiguar el modo de adquirir una botella de licor americano por algo menos de trescientos dólares.

Camiones hacia Baréin
Camiones circulan por la autovía que conduce a Baréin, a donde acuden por millares los saudíes en busca de alcohol y prostitutas. FERRÁN BARBER

"Todos los expatriados saben cómo moverse en este aburrido infierno", nos dice un vendedor asirio de maquinaria pesada procedente de Siria. La mayoría de su plantilla son somalíes a los que tiene confinados dentro de una ruina, y a los que obliga a trabajar por la comida mientras él viaja a Etiopía y a Sudán en busca de retroexcavadoras y niveladoras. De facto, son esclavos.

"Los primeros que se tajan son los niñatos de los jeques", comenta un ingeniero de una conocida empresa española, comisionada por el Reino saudí para acometer una de sus obras faraónicas. Lo que dice es rigurosamente cierto y eso lo sabe todo el mundo. Un incendiario cable de Wikileaks difundido en 2010 atribuido a diplomáticos estadounidenses describía un mundo de sexo, droga y tecnoraves detrás de las pantallas de humo que levantan la supuestamente devota realeza iraquí.

Los "fiestorros" de la realeza

Los funcionarios del consulado de Jeddah describieron una fiesta clandestina de Halloween, organizada en 2009 por un acaudalado miembro de la familia Al-Thunayan, donde camareros filipinos servían güisqui mientras un ejército de prostitutas bailaban semidesnudas entre los asistentes.

Hoy en día se sabe gracias a los propios jóvenes saudíes que un significativo porcentaje de la juventud –al menos cerca de un tercio– mata el aburrimiento fumando hachís o una especie de efedrina natural procedente del Yemen llamada kat. La droga más popular con diferencia es el captagón, una variedad de metanfetamina, aunque como en los países vecinos, la más fácil de conseguir es un fármaco opiáceo llamado Tramadol.

Los saudíes no solo son la principal clientela oriental de los vendedores de Captagón sino que tienen un papel fundamental en su distribución. Tanto el Captagón como el Tramadol son a menudo conocidos como las drogas de los yihadistas. Desde el inicio del conflicto contra el ISIS, la Siria de Al Assad se ha convertido o está a punto de a punto de transformarse en el mayor narcoestado de aquel entorno geopolítico.

El consumo "desaforado" de captagón entre los ravers saudíes ha ido también acompañado de la emergencia de una cultura de la rebelión muy hedonista y occidental: chicas que se quitan sus sudarios negros y comienzan a bailar tecno sobre sus abayas como si pisotearan la tumba de Mohamed Al Wahab y muchachos repartiendo "pastis" a las que llaman Abu Hilalain (el padre de las dos medias lunas).

Aunque ellos lo ignoren, los veinticinco "pavos" que pagan por el captagón está ayudando a financiar al presidente sirio, Bacher Al Assad, para quien el deseo inagotable de fiesta de los niños consentidos árabes se ha convertido en una verdadera bendición.

La fabricación en sus dominios de captagón, uno de los nombres comerciales del clorhidrato de fenetilina, va camino de convertirse en la industria más rentable del país. Si Colombia era el epicentro mundial de la fabricación de cocaína y Afganistán lo es de la heroína, Siria es el del captagón, y su fabricación y comercialización es más sofisticada que nunca.

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