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La memoria política del fútbol: del galleguismo al PP pasando por el franquismo

El fútbol ha contado con tantos detractores dentro de la política como en otras épocas fue usado para cumplir objetivos. En los tiempos modernos, la izquierda lo despreció y la derecha echó mano de él. Pero Galicia fue un caso especial en el primer tercio del siglo XX, cuando el galleguismo, no sin polémica, decidió impulsar lo que hoy son los principales clubes de fútbol.

La memoria política del fútbol: del galleguismo al PP pasando por el franquismo
El galleguismo, no sin polémica interna, decidió impulsar lo que hoy son los principales clubes de fútbol en el primer tercio del siglo XX.

Jugar con los pies responde a la necesidad lúdica de todas las civilizaciones. Johan Hizinga afirma en su obra Homo ludens que "el juego es más viejo que la cultura pues, por mucho que estrechemos el concepto de ésta, presupone una sociedad humana, y los animales no esperaron a que el hombre los enseñara a jugar". El fútbol creció salvando muchas prohibiciones pero también fue impulsado en otros momentos. En el año 1313, Eduardo III de Inglaterra promulgó una ley contra las "corridas de las grandes pelotas" y, en 1547, fue Enrique VI quien lo declararía "delito lamentable". En Francia, Felipe V y Carlos I decretarían la prohibición del juego en los albores del siglo XIV. Aquí, Alfonso X les prohibiría a los clérigos que lo jugaran.

En la península itálica, el Calcio fue asumido por la nobleza urbana para sus grandes fiestas, pero el pueblo lo mantuvo para practicarlo en los días festivos. Giraudoux, Montherlant, Carl Diem, Pierre Vilar y, ya antes, Rudyard Kipling escribieron sobre la vertiente estética y humana del deporte. Pero en Galicia el caballo de Atila franquista no solo machacó la hierba con sus cascos, sino que impidió el pensamiento en libertad. Los antifascistas y nacionalistas gallegos se acogieron a las teorías de Michel Caillat: "La ideología deportiva es perniciosa porque vehiculiza y refuerza todos los perjuicios reaccionarios", olvidando los postulados de la Escuela de Fráncfort (la entrada del capital en el deporte genera unas estructuras deportivas similares a las del trabajo, y cualquier servicio cultural es producido, reproducido, conservado y difundido como parte de un proceso económico).

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Cierto que de uno u otro modo los clubes de fútbol respondieron siempre a los intereses de las burguesías locales, y que la adhesión de los forofos deriva, en muchas ocasiones, de la incapacidad para escoger (solo hay una opción) o por la intención de buscar aliados que detenta esta burguesía, logrando identificaciones más o menos estables a imagen de la propia idiosincrasia del club. Hasta 1936, el fútbol gallego, sobre todo las directivas (y hasta 1915 también los jugadores) estuvo en manos de la burguesía gallega más autóctona. En su comienzo, como siempre ocurre con los deportes desde la revolución industrial, fue la introductora de los nuevos juegos.

Es lógico que sea la burguesía la que abra nuevos caminos en el deporte. En primer lugar, por su capacidad para acceder a la cultura y quebrar las rígidas reglas del régimen nobiliario, haciendo chirriar el propio sistema hasta que fue arrodillado ante la guillotina de la Revolución Francesa. En segundo término, por la necesidad que tenía la burguesía de diferenciarse de la plebe con nuevos divertimentos a los que esta no tenía acceso. Fue así como en Galicia la burguesía introdujo el fútbol por una triple dirección: fruto de sus viajes a Inglaterra, del estudio de sus hijos en las English Schools y por las relaciones que mantenían con los barcos ingleses, sobre todo en Vigo y en Vilagarcía de Arousa.

El Celta, en los años treinta.
El Celta, en los años treinta.

En los primeros tiempos, muchos de los clubes gallegos, sobre todo los más importantes, estuvieron ligados al galleguismo. Dos son las razones. Una, que el movimiento reivindicativo gallego tenía hondas raigambres en la burguesía autóctona, capaz de llegar a la instrucción, a la cultura, y poder así soltar el cerrojo de la auto repugnancia; la otra, que eran bien cosmopolitas y vanguardistas en aquella sociedad esclerosada y alienante en la que solo se miraba hacia el Madrid cortesano, mientras los galleguistas tenían a Europa como punto de referencia, con un enlace especial a Irlanda, a Bretaña y también a Alemania y a sus vanguardias. La creación de los clubes de fútbol iba en la misma dirección que llevaba el impulso de las corales, los grupos de baile o las agrupaciones de teatro.

El auge del fútbol causó una importante polémica en el nacionalismo allá por los años treinta, solo que entonces el deporte tenía quien lo defendiera, algo que no pasó en los años setenta y ochenta, cuando alguien se cuidó de que el nacionalismo estuviera presente en las instituciones deportivas e incluso después, cuando se impulsaron las barras bravas de los forofos. Cuando en 1980 se iba a recuperar la selección gallega de fútbol, fue boicoteada desde dentro de la UPG por algunas personas colaboradoras de los servicios secretos españoles.

"El fútbol está ahora en un período de gran actividad y absorbe la mayor parte de la preocupación de la juventud. Con la política sucede lo contrario, pues lleva una temporada en completo estado de pasividad. Ahora bien: no se puede decir que tenga toda la culpa el primero de la situación de la segunda. Las razones son otras, más graves y difíciles de resolver, sin negar que el fútbol pueda tener alguna pero, desde luego, en un grado muy pequeño". Esto podía leerse en A Nosa Terra, pero no sería yo su autor, sino otro director, Vitor Casas, el 1 de octubre de 1935.

Casas afirmaba, a pesar de la gran polémica levantada por este asunto y el mayoritario consenso de que el deporte rey era el causante de la despolitización de la juventud: "Yo no estoy de acuerdo con tal juicio (...) A mí me entusiasma la política. La política es la vida de los pueblos y tiene que entusiasmarme desde el momento que me preocupo de la vida del mío, y me gusta mucho el fútbol. La finalidad de cada una de las cosas es muy distinta (...) Cierto que actualmente la juventud se preocupa más por el resultado de un partido que por la anormal situación política que atravesamos. Pero esto no es de ahora. Antes de tomar el fútbol el auge que tiene, ¿quién se preocupaba, y hablo nada más de la juventud gallega, de nuestra situación, del Estado de Galicia? Solamente unos cuantos que aún ahora, a pesar del fútbol, continúan trabajando y pensando en el porvenir de la tierra. Los demás, si no hubiera fútbol, hablarían de otras cosas de menor importancia. Hablarían de modas, estarían todo el día contando chistes y colmos, hablarían de Fulanito y de Menganita y demás temas ridículos y cursis que ya son obligados en las conversaciones de nuestra juventud".

Este debate que se da en el Partido Galeguista viene inducido, sobre todo, por la contaminación de las ideas de los partidos que formarían el Frente Popular, pues el galleguismo veía la construcción de clubes deportivos como un elemento de construcción nacional.

"De todos los que intervenimos en la constitución del Vigo y del Fortuna, que eran los equipos de la primera categoría, yo soy el único que queda", me decía Xoán Baliño a comienzos de los años ochenta del siglo pasado. "El nombre del Celta fue idea mía", contaba animado y presumido a pesar de que ya andaba cerca de los cien años. "Propuse dos. ¿Sabes cuál era el otro? El Breogán. Yo fui muy amigo de Castelao, que tendría ahora ocho o nueve años más que yo, como Valentín Paz Andrade. El rector de la Universidad Popular de Teis, también galleguista, era otro de aquellos amigos míos que trabajaron en la construcción del Celta. Nosotros intentábamos que no fuera un club vigués, sino gallego. Por eso no queríamos que llevara el nombre de Vigo, pues pretendíamos que detrás diera nombre fuera la opinión de todos los gallegos".

El Deportivo, en los años treinta.
El Deportivo, en los años treinta.

También en la fundación del Deportivo, según Luis Cornide, republicano y amigo de los galleguistas, que participaron al mismo tiempo en su fundación, existió una disputa sobre el nombre que llevaría el club herculino, que incluso provocó el alejamiento de algunos. "En A Coruña existía un ambiente mucho más republicano que en otras zonas de Galicia y nosotros queríamos que se llamara, únicamente, Deportivo, pero tuvimos que ceder y acabaron añadiéndole de La Coruña".

Pero, siendo tan republicanos, a los tres años de su fundación le incorporarían a la nomenclatura Real. ¿Cómo se entiende? Les contestó Cristino Álvarez, fundador del trofeo Teresa Herrera: "Lo de Real era un chic burgués, no quería decir nada, era una cosa que se llevaba en la época".

Pero quizá donde mejor podemos encontrar la mano del galleguismo en el fútbol gallego es en Pontevedra. A finales del siglo XIX, el nacionalista Xerardo Álvarez Limeses, desde las páginas de Galicia Moderna, se convierte en un defensor y animador de las nacientes disciplinas deportivas. Pasado el tiempo, junto a su hermano, crítico deportivo con el apodo de Zaavrel, estrenan cargos directivos en el recién fundado Eiriña.

Xerardo sería su presidente y Antón Losada Diéguez tendría un cargo destacado. Castelao, acompañado por Bóveda, será asiduo de los partidos, convirtiéndose en caricaturista de los jugadores. El club llegó a impulsar un semanario, Aire, que contaba con la presencia de destacados periodistas deportivos e ilustraciones de Castelao.

Siguiendo con el espíritu del "galleguismo republicano", el "piñerismo" también apoyó la constitución de nuevas sociedades y organizaciones culturales, también las futbolísticas. Entre los clubes creados durante el franquismo por los galleguistas, es de reseñar la constitución de la Sociedad Deportiva Compostela el 23 de julio de 1962. Tras una reunión celebrada en el nada proletario auditorio del Hostal dos Reis Católicos, el acuerdo que legalizó la nueva entidad quedaría apoyado por más de 5.500 aficionados.

Fue Agostiño Sixto Seco quien llevó la voz cantante en la asamblea constituyente, después de la bienvenida del doctor Elisardo García Fernández. Y fue él también el encargado por el Grupo de la Rosaleda de llevar adelante la idea que rumiaron en la mesa camilla de Ramón Piñeiro. El doctor Sixto me contó en más de una ocasión cómo fue capaz de involucrar tanto al Ayuntamiento, presidido por Porto Anido, como a la universidad, representada en aquel primer acto por el catedrático Charro Árias, delegado universitario para actividades deportivas.

Es de significar que, después de solicitar ayudas a todas las instituciones locales y provinciales, decidieron realizar una consulta-propaganda entre los ciudadanos a través de unos boletines enviados a los padres de familia. En ellos informaban de la constitución de la nueva sociedad, preguntaban qué les parecía la iniciativa y les informaban que, de contestar afirmativamente, no contraían ningún compromiso económico. En consonancia con el espíritu galleguista que puso a andar esta institución, la S.D. Compostela escogió los colores de la bandera gallega como indumentaria oficial.

Imagen de un partido entre el Deportivo y el Colo-Colo chileno en 1937.
Imagen de un partido entre el Deportivo y el Colo-Colo chileno en 1937.

La izquierda, como conjunto, se entretuvo desde el comienzo en diferentes tipos de análisis del fenómeno futbolístico: crítico-ideológica, político-económica y socio-psicológica. Gastó en la discusión un gran esfuerzo intelectual para acabar despreciándolo. La derecha, siempre tan eficaz, fue más concreta: usó el fútbol en beneficio de sus intereses de dominación. El pensamiento progresista seguía reflexionando: el fútbol era un dique de contención de la subversión necesaria, obstruía, por perversión, la solidaridad colectiva; reproducía el mundo laboral capitalista... Concluido esto, la izquierda se desinteresó y, huérfana de materia gris, "la masa futbolera tomó medidas de compensación», escribió Jorge Valdano.

Impuesto el régimen dictatorial en Galicia, toda la sociedad quedó en manos de los adeptos al Movimiento sin posibilidad de intervención para todos aquellos a quienes no se les había reconocido lealtad inquebrantable. Así, los principales clubes gallegos pasaron a manos de los militares y, después, de las de los responsables del Movimiento, cartera ministerial de la que dependía el deporte. Más adelante serían las fuerzas vivas (nombre que lleva explícito la pertenencia al establishment social del Régimen según la jerarquía local) las que se harían cargo de las directivas de los distintos clubes. El nombramiento se hacía a dedo o por aclamación. En ciertas ocasiones, era un nombramiento obligatorio para alguien que tenía que poner el dinero que el responsable local del Movimiento no conseguía para hacer funcionar el equipo o subirlo de categoría, con lo que el político aumentaría puestos en el escalafón jerárquico, militarizado, del franquismo.

En las comarcas, los delegados de Falange promovían esporádicos trofeos y aprovechaban las fiestas para agasajar ostentosamente a los ganadores de los partidos entre interminables discursos y manifiestos con el brazo en alto hacia el sol y el himno español a todo meter. Pero, poco a poco, según los falangistas iban siendo desplazados del Régimen, con la apertura obligada del franquismo y el nacimiento de una nueva burguesía local, muchas veces procedente de estratos más bajos y alimentada por la corrupción, produjo una cierta movilidad en las directivas. Los nuevos ricos, sin reconocimiento social familiar, necesitaban una palanca que los empujara en la escalera social. Nada mejor que el reconocimiento público y la popularidad para lograrlo. Como ya no podían ser los famosos sportmen, comenzaron a tomar las directivas de los clubes de fútbol.

En los años sesenta comenzarían las disputas entre los diversos grupos económicos locales para hacerse con el control de los clubes como manera de impulsar sus negocios por medio del "reconocimiento ciudadano". Algunas veces, estos grupos emplearían en la presidencia testaferros mientras ellos movían los hilos.

Tras la muerte de Francisco Franco, ya no se trataría tanto de ser (presidente o directivo), sino de aparecer (como tal, con mando) en los medios de comunicación. Brotarían, de este modo, otro tipo de presidentes dispuestos a utilizar el club directamente para sus fines particulares. Incluso los empresarios dieron paso a gestores como Lendoiro o Caneda, al convertirse los clubes en sociedades anónimas deportivas. En el caso gallego este ascenso vino de la mano del Partido Popular, que los situó en el puesto por medio de dinero público y que, luego, los utilizaría electoralmente.

Las directivas de los clubes son un inmejorable ejemplo, una verdadera fuente histórica, para mirar no solo los grupos emergentes en las ciudades y villas, sino los sectores en auge y en decadencia en cada etapa, los pactos y las relaciones político-económicas. El auge de los clubes coincide con el auge de las ciudades y las directivas están formadas por los sectores que comandan su economía, comportándose en los clubes como en sus negocios.

Es su manera de hacer política, envueltos en las banderas de los queridos colores de los equipos

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