Opinión
Mazonic Park

Por David Torres
Escritor
De no ser por las 227 víctimas mortales, las miles de familias destrozadas y las incalculables pérdidas materiales, algún día alguien podría escribir una comedia negra sobre el inefable Carlos Mazón y las muchas horas en que anduvo ilocalizable, perdido en otra dimensión, mientras una catástrofe anunciada borraba varios pueblos del mapa. Decía Mark Twain que la comedia es sólo tragedia más tiempo, pero tendrán que pasar muchos, muchos años hasta que un humorista se atreva a levantar el velo del luto y poner en clave satírica las barbaridades a las que llevamos asistiendo desde que Mazón decidió que él lo había hecho todo bien, que estuvo siempre donde tenía que estar y que a otro Perro Sanxe con ese hueso.
Sin embargo, fue el propio Carlos Mazón, con los cadáveres aún calientes, quien se puso a improvisar un monólogo cómico, un esperpento en primera persona con una masacre inimaginable como telón de fondo. Era evidente que se había equivocado en la carrera de cantante, por no hablar de la de político, al contemplar el desparpajo con el que Mazón iba soltando trolas sobre lo que había hecho y lo que había dejado de hacer al tiempo que los equipos de rescate iban sacando cuerpos de entre el barro. Para encontrar un papo semejante hay que remontarse al chiste clásico del marido al que la esposa sorprende en la cama con otra mujer y dice mientras se ajusta los calzoncillos: "Tranquila, cariño, no es lo que parece".
A medida que empezaban a dibujarse las dimensiones de la hecatombe, el presidente de la Generalitat decidió cargar contra la Aemet, contra la UME, contra Pedro Sánchez y contra la Confederación Hidrográfica del Júcar en lugar de reconocer que se había pasado el día de parranda, en uno de esos almuerzos con sobremesa que se alargan hasta la merienda y la cena. Uno de esos almuerzos donde pierdes la noción del tiempo, la responsabilidad, el pudor, la vergüenza, el teléfono y el sentido común: todo excepto el apetito. Por lo visto, había quedado a comer con Maribel Vilaplana, una periodista que tiene la exclusiva del año pero que, por lo que sea, ha decidido guardarse la información para ella sola.
Cualquiera con un dedo de frente y una uña de decencia, habría presentado la dimisión de inmediato, pero estaba en juego el gran negocio de la reconstrucción y Mazón no podía perder la oportunidad de ayudar a los amiguitos del alma del PP valenciano, los colegas de la Gürtel, del caso Taula y del caso Azud. No hay mal que por bien no venga y los gestores de la derecha (que serán fascistas, pero saben gobernar, como advirtió el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida) aprovechan cualquier desgracia para que los buitres de turno saquen tajada. Lo mismo trafican con mascarillas a precio de oro o levantan un hospital de fogueo en medio de una pandemia mundial que adjudican contratos a dedo tras una riada devastadora. He intentado descubrir exactamente cuántos millones de euros habrá regalado Mazón a varias empresas vinculadas a las tramas de corrupción en el litoral valenciano -a finales de marzo iban más de 62 millones concedidos digitalmente-, pero me ha podido el asco.
En un asombroso e infrecuente alarde de sinceridad, Salomé Pradas, la exconsellera que estaba al frente de la gestión el aciago día 29, declaró ante la jueza que ella no sabía nada de emergencias. La responsabilidad era de los técnicos, explicó, puesto que ella se limitaba a cobrar un dineral por ejercer de pasmarote. Al igual que con el Prestige, el Madrid Arena o el accidente del Yak-42, teníamos a Homer Simpson dirigiendo el cotarro en medio de una catástrofe, y ya sabemos las tres lecciones esenciales sobre responsabilidad que imparte Homer a su hijo Bart: "Yo no he sido", "Ya estaba así cuando llegué" y "Buena idea, jefe". Hablando del jefe, gracias al registro de llamadas, acabamos de saber que Mazón le colgó el teléfono a Pradas nada menos que cuatro veces durante los momentos críticos en los que aún podía haberse decretado la alarma. Seguramente, lo pilló en lo mejor de la merienda. Todavía no sabemos si la agenda de Mazón aquel día era el menú del Ventorro o una novela romántica.
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