Del Cinema Princesa a Casa Orsola: la metamorfosis de la okupación en Barcelona
El movimiento okupa, que nació con una fuerte carga contracultural, ha mutado con el paso del tiempo en otras formas de resistencia. Eso sí, uno de los legados que deja es "el derecho a la vivienda por encima del derecho al negocio".

Barcelona-
La avenida María Cristina de Barcelona escuchó todo tipo de consignas el pasado 5 de abril. Pero hubo una que resonó con fuerza: "Ni gente sin casa, ni casas sin gente". Una reivindicación totalmente pertinente en un momento en el que la vivienda se ha convertido en el juguete de los especuladores, pero que, en ningún caso, es nueva. Hace tiempo que la gente lo grita. Y no estamos hablando de la manifestación histórica de noviembre. Es un mensaje que viene de lejos, vinculado a una lucha de largo recorrido: el movimiento okupa.
El periodista y activista social Jesús Rodríguez —quien fue muy activo en el mundo okupa bajo el seudónimo de Albert Martínez— explica a Público que el movimiento okupa de los años noventa dejó como “legado” la defensa del “derecho al uso por encima del derecho al negocio”. Eso sí, también reconoce que ha mutado mucho hacia otras formas de resistencia, y que la lucha por el derecho a la vivienda, tal y como la conocemos ahora, no existía entonces de manera organizada. Desde su punto de vista, el movimiento okupa “cubría todo el espectro, desde la defensa vecinal hasta la corriente punko-anarquista”.
Rodríguez es todo un experto en el tema. Formó parte de la Asamblea Okupa de Barcelona, constituida en 1995 a raíz de la reforma del Código Penal —impulsada por el Gobierno socialista de Felipe González— que convertía la okupación en un delito penal. “Desde 1984 hasta los Juegos Olímpicos hubo una serie de okupaciones que no llegaron a tener un gran eco público, pero que sí que arraigaron en los barrios, como por ejemplo Cros, 10, en el barrio de Sants”, añade. En ese contexto también se llevaron a cabo okupaciones como la de Torrent de l’Olla, 39-41, liderada por Joni D. e inspirada por el movimiento squatter que se extendía por Inglaterra.
La situación cambió con la aprobación del primer Código Penal de la democracia, una reforma “pactada entre el PSOE y asociaciones de propietarios y del sector inmobiliario”, que, según Rodríguez, “reforzó la protección de la propiedad privada y tipificó específicamente la okupación de espacios abandonados, que hasta entonces no estaba regulada de forma clara”. Con la entrada en vigor de esta ley en 1996, las distintas casas okupadas de la época comenzaron a coordinarse para articular la Asamblea de Okupas, un espacio de resistencia y organización colectiva frente al endurecimiento de las medidas represivas contra el movimiento.
El punto álgido de la okupación en Barcelona
Una de las acciones más conocidas de la Asamblea fue la okupación del Cinema Princesa de Barcelona, un edificio de la Via Laietana que llevaba más de veinte años abandonado. Los okupas entraron el 10 de marzo de 1996 y resistieron hasta el 28 de octubre, cuando la Policía los desalojó violentamente. A pesar del breve periodo de okupación —algo más de siete meses—, este episodio marcó un antes y un después en la historia del movimiento, le dio visibilidad y abrió un debate social sobre las dificultades de acceso a la vivienda por parte de la juventud.
Para Jordi Mir, profesor en la Facultad de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y en la de Ciencias Políticas y Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), especializado en movimientos sociales, el movimiento okupa estaba formado por jóvenes que querían expresarse políticamente de una manera que no se veía reflejada en las organizaciones tradicionales. “Es la reivindicación de una determinada realidad relacionada con el acceso a la vivienda, pero no era la única. También hay una crítica al modelo de sociedad; querían superarlo con una serie de prácticas que iban desde la okupación hasta otras formas de vida y organización”, concreta.
[El movimiento okupa] es la reivindicación de una determinada realidad relacionada con el acceso a la vivienda, pero no era la única
Según explica Mir, el punto álgido del movimiento en Catalunya fue la okupación del Cinema Princesa, aunque otro momento destacado de gran confrontación pública fue el de Can Vies. En mayo de 2014, el Ayuntamiento de Barcelona, entonces gobernado por el convergente Xavier Trias, desalojó y derribó este inmueble del barrio de Sants, okupado desde 1997. Lo que iba a servir como almacén de material para la línea 1 del metro se transformó en un centro social autogestionado (CSA) con fuerte arraigo en el barrio, impulsando incluso diversas manifestaciones con cientos de personas que intentaban detener la demolición.
Las protestas duraron varios días e incluyeron graves enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes, hasta que el consistorio ordenó parar el derribo y cientos de personas se acercaron a ayudar en la reconstrucción. Actualmente, Can Vies sigue funcionando como CSA y acoge actividades como talleres de costura, boxeo o cine fórums.
Otros espacios históricos vinculados a la okupación en Barcelona son La Kasa de la Muntanya, la fábrica Hamsa —desalojada hace ya muchos años—, Can Masdéu, la Cinètika, o el Kubo y la Ruïna, dos edificios de la Bonanova recientemente desalojados. Público se ha puesto en contacto con Can Vies, Can Masdéu y la Cinètika, pero los tres han rechazado hablar con medios de comunicación.
La transformación del movimiento
Con los años, el movimiento okupa ha evolucionado hacia otras formas de lucha. Esto no significa que haya desaparecido, pero, según Mir, la okupación con “k” mantiene una “carga identitaria muy potente”. A partir del cambio de siglo, se abrió un debate interno en el que un sector defendía que podía “ser más útil buscar solidaridad con el vecindario” y planteaba un tipo de okupación “más arraigada en el barrio” y más colaboradora con las asociaciones de la zona. Entre 1994 y 1999, el movimiento okupa fue hegemónico en Barcelona, pero poco a poco derivó en otros movimientos y corrientes, como V de Vivienda, la PAH o el Sindicat de Llogateres, e incluso en candidaturas políticas como los Comuns.
“Surgieron grupos y personas que empezaron a plantear una okupación diferente, con un perfil menos identitario. Así, la ciudadanía cambia su percepción. Esa gente tan rara que los medios presentan como un peligro para el sistema reivindica cosas que yo también sufro o con las que me siento identificado”, añade Mir.
En este sentido, el especialista explica que la okupación es un elemento más de la lucha por el derecho a la vivienda, es decir, que no define por sí solo un movimiento vecinal o popular: “Las okupaciones son un método que se puede usar o no, pero los vecinos forman parte de una movilización más amplia, en la que conviven con el movimiento obrero, el feminista, el ecologista… y no necesariamente ponen la okupación por delante de otras luchas”.
La okupación no tiene edad ni estética
Una de las características diferenciales de los okupas de los años noventa era su estética, pero hoy en día es imposible identificar a una persona que okupa una vivienda: puede tener 20, 40 o 60 años. Puede tratarse de una familia con niños, una pareja, un grupo de amigos o una sola persona. De hecho, Rodríguez apunta que “según cómo se mire, nunca ha habido tantas okupaciones como ahora mismo”. La diferencia, dice, “está en que hoy en día el actor o movimiento social que las rodea es mucho más heterogéneo y diverso”.
Si se analiza la evolución de las okupaciones en Catalunya desde el año 2000 hasta noviembre de 2023, destaca un aumento constante a partir de la crisis de la burbuja inmobiliaria de 2008, con la cifra más alta durante el año de la pandemia (7.703 okupaciones). Cabe mencionar, eso sí, que la mayoría de estas tienen lugar en viviendas vacías o propiedad de fondos buitre. Así lo confirman los datos del Departament d’Interior a través de los Mossos d’Esquadra, facilitados a Nació en febrero de 2024.
Actualmente, hay personas que en el pasado decían no estar a favor de la okupación porque les habían hecho creer que era “un riesgo para el sistema”, pero que ahora okupan por necesidad. “En un contexto con muchas dificultades para acceder a una vivienda, hay gente que ha cambiado de opinión porque considera injusto que haya pisos vacíos en manos de bancos malos como la Sareb, mientras ellos han sido expulsados de sus casas”, añade Mir.
Hay gente que ha cambiado de opinión porque considera injusto que haya pisos vacíos en manos de bancos malos como la Sareb, mientras ellos han sido expulsados de sus casas
Estas personas, muy probablemente, no se presentarán como okupas y la sociedad no las percibirá como tales. El movimiento ha evolucionado y, aunque la okupación con un perfil identitario más marcado sigue viva —aunque de forma minoritaria—, hoy en día okupar es solo una de las múltiples estrategias que se despliegan en la lucha por el derecho a la vivienda, como respuesta a la grave emergencia habitacional que afecta a miles de personas en toda Catalunya.

Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.