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Tenemos que hablar de ellas

La escocesa Lynne Ramsey y la australiana Julia Leigh abren la competición por la Palma de Oro con dos dramas

SARA BRITO

Ser madre no es fácil y menos cuando te ha salido un hijo rana. La maternidad es jodida, pero también lo es ser hijo', certificó ayer Tilda Swinton, la actriz británica para la que habría que promover algún tipo de sello de garantía de calidad, algo así como un ISO cinematográfico: proyecto en el que trabaja, película que tendrá un interés mínimo garantizado. En esta ocasión se trata de We Need to Talk About Kevin (Tenemos que hablar de Kevin), adaptación del libro de culto homónimo escrito por Lionel Shriver adaptado por la directora escocesa Lynne Ramsey, después de un parón de nueve años. El filme es un retrato del intento de una mujer por sobrevivir a los horrores causados por su hijo mayor. La película dibuja el aislamiento y la culpa de la protagonista, con una cámara muy dotada para la captación de las emociones.

La historia se abre en rojo, un color simbólico que permanecerá a lo largo del metraje. La Tomatina de Buñol (Valencia) es el escenario de las primeras secuencias en ralentí, que sirven de metafórica antítesis de lo que vendrá. La primera media hora es brillante y desasosegante, pero la película enseña demasiado pronto sus cartas. Cuando entramos en la primera hora, ya conocemos bien la tragedia que provocará el hijo y la guerra establecida entre la madre y el niño desde que este nació. Así, el filme se convierte en una repetición con variaciones que no llega a profundizar mucho más allá. El empeño de la directora y de la actriz por no caer en tópicos y mostrar las ambivalencias de la relación es fascinante, aunque de pronto se roce el telefilme.

La presencia de Tilda Swinton garantiza un filme de interés

'Creo que las palabras han hecho la vida muy difícil a las miradas en el cine. Hay películas que se vienen abajo cuando los actores empiezan a hablar', dijo Swinton. La directora redundó en la idea de la ambivalencia y la sugerencia: 'Mi madre tuvo una relación difícil con mi hermano pero ella siempre estuvo ahí para él. Quería mostrar esa incondicionalidad y esa ambigüedad'.

Por su parte, Sleeping Beauty, ópera prima de la escritora australiana Julia Leigh, decepcionó, pese a venir refrendada por la producción de Jane Campion, única mujer que ha ganado la Palma de Oro. Narra la historia de una joven pluriempleada que encuentra un nuevo y perverso trabajo: prostituta de lujo en extrañas condiciones; se prohíbe la penetración, pero los clientes sexagenarios a los que se ofrece podrán hacer lo que quieran mientras ella permanece dormida bajo los efectos del opio.

Dice Leigh que lo que buscaba con su película era una 'reacción de impacto fuerte', cosa que no consigue ni en lo estético, ni en lo emocional ni en lo sexual. Ahí está el mayor de los problemas de su película. Ni fascina ni impacta, deja frío.

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