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Refugiados No fue fácil escapar de Afganistán: historias de personas que viven en Europa tras un viaje migratorio lleno de violencia

Afganistán ya era peligroso antes. Es un país con un conflicto que lleva décadas y las personas afganas llevan años tratando de migrar en busca de seguridad. Las fronteras cerradas de la Unión Europea y las deportaciones dificultan el acceso a una protección de asilo.

Nunca fue fácil escapar de Afganistán: historias de personas afganas que viven en Europa tras un viaje migratorio lleno de violencia
Narges y su hermana en un antiguo matadero usado para que los refugiados pudieran tomar ropa limpia.  Bárbara Bécares.

Historias recopiladas en Grecia, Serbia, Bosnia y Herzegovina y en paìses de la Unión Europea entre 2017 y 2021

Afganistán, el país que lleva más de 40 años sin encontrar paz vuelve a estar en los medios. Afganistán, uno de los epicentros de los juegos de intereses políticos mundiales (sobre todo intereses de Estados Unidos en esta tierra con una ubicación geoestratégica clave vuelve a protagonizar el debate político de la Unión Europea.

Después de que Estados Unidos anunciase su retirada del país, los talibanes están ganando control frente a un estado frágil y muchos países de la Unión Europea plantean frenar las deportaciones de personas afganas que ya están en territorio europeo y cuyas solicitudes de asilo hayan sido rechazadas.

Los "miedos" europeos a un efecto llamada

Alemania, Bélgica, Austria, Dinamarca, Países Bajos y Grecia pidieron hace unos días que no se frenen las deportaciones por miedo a que venga más gente. "Detener las deportaciones envía una señal equivocada y es probable que motive a más ciudadanos afganos a abandonar su hogar para ir a la UE", han dicho literalmente.

Si hacemos un repaso por las cifras de las personas afganas desplazadas y migradas en el mundo (3,5 millones según ACNUR, estando el 90% de ellas en Pakistán y en Irán); vemos que la guerra y la emigración del país no es algo nuevo. Lleva décadas. Los muertos se cuentan por miles al año y los desplazados por millones. Si conocemos historias de personas que ahora mismo están en la Unión Europea; si analizamos la política fronteriza europea y conocemos más sobre los afganos que llevan años atrapados en infiernos fronterizos, se podría decir que el mensaje "equivocado" e incluso alarmista, es el que quieren enviar los países mencionados a la opinión pública.

Ir de Afganistán a un país de la UE es un viaje largo, costoso, doloroso, duro y hasta se lleva muchas vidas por delante. Las fronteras de la Unión Europea están cerradas (muros, alta tecnología o golpizas de la policía de países fronterizos a quienes logran entrar). En muchas ocasiones, las personas pueden ser devueltas de forma ilegal y en caliente. Lo que lleva a que la "frontera" que la gente cruza no sea tal. Sino que se convierta en una caminata de muchos días a escondidas que consiga llevarlos de Serbia o de Bosnia hasta Italia para evitar esa muy posible devolución desde Eslovenia o Croacia. Muy pocos privilegiados pueden conseguir un visado que les permita venir de forma legal en avión desde Afganistán. Frenar las deportaciones no va a cambiar esta política de externacionalización de fronteras que existe en Europa.

La organización No Name Kitchen (NNK) lleva desde 2017 trabajando con personas en tránsito en lugares cercanos a las fronteras de Europa. Este movimiento nació en una antigua estación de tren donde unas 1.200 personas malvivían en pleno invierno en Belgrado. Las fronteras se iban cerrando mientras Serbia no tenía suficientes campos de refugiados habilitados. Bruno Álvarez, presidente de NNK cuenta que más del 90% eran personas afganas. Muchos eran niños que migraban solos.

En la actualidad la organización calcula que son entre el 50 y el 60% del total de las personas que atiende en Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro y Grecia. Muchas de estas personas cuentan llevan hasta tres años varadas frente a estas frontera. Muchos cuentan cómo tuvieron que dejar su hogar siendo aún menores de edad porque los talibanes querían reclutarlos entre sus filas.

Historias del viaje migratorio

Aunque la situación de ahora se presenta como trágica en Afganistán, este país lleva décadas sin paz. Primero, Guerra Fría en la década de los 70. Luego las consecuencias en un juego de poder, el oscuro periodo del gobierno Talibán y estos últimos 20 años desde el comienzo de la guerra de 2001. Esto ha llevado a que la población haya estado en constante necesidad de huida. Aquí tienes historias de personas que escaparon de esta violencia.

Huria

Nunca fue fácil escapar de Afganistán: historias de personas afganas que viven en Europa tras un viaje migratorio lleno de violencia
Imagen de Huria, el día que aprendió a montar en bici gracias a un vecino que se lo regalo a los niños que estaban en el campamento.  Huria

Huria es una niña que vive ahora en Francia. Las fronteras la mantuvieron cerca de dos años separada de su madre y de su hermana cuando ella tenía entre 9 y 11 años y su hermana era una bebé. "Oh my god". Era la frase favorita de Huria. La decía con drama, poniendo el reverso de la mano sobre su frente y echando la cabeza ligeramente para atrás y riéndose. Probablemente lo vio en alguna película. Es una niña divertidísima. En 2018, vivía en un un refugio hecho con plásticos muy cochambroso en Velika Kladusa, norte de Bosnia, con su padre y su hermano adolescente. Su mayor sueño era tener una cama y compartirla con su hermana.

"No sé por qué nos fuimos de Afganistán, solo sé que había muchas bombas y mis padres siempre estaban nerviosos y con miedo", cuenta. Dice que su padre era policía, mientras que su padre prefiere no hablar de por qué se fueron. A las puertas de la frontera el hombre vivía en un constante tormento. Para los Talibanes, cuando alguien trabaja en algún organismo del gobierno, es enemigo. En algún momento la amenaza llegó a su casa. Toda la familia decidió, como muchas otras, vender todo lo que tenían, usar todos sus ahorros y el de algún familiar y emprender esta aventura en busca de una vida mejor. Para una sola persona de Afganistán dejar su país cuesta entre 5 y 10 mil dólares, según las personas cuentan. Escapar en familia es un dineral. Tenían pagado a un traficante que los llevaría de Irán hasta un país de la Unión Europea. En algún momento en el que estaban cruzando Hungría, la policía descubrió el coche en el que iba Huria, su padre y su hermano y los devolvió a Serbia ilegalmente. El otro coche, en donde iban la madre y la bebé con otras personas, se libró de los controles y llegó a un lugar seguro. La madre pidió asilo en Francia.

La única forma que tuvo esta familia de reunirse de nuevo fue que los que quedaron atrás lograsen cruzar fronteras a escondidas. Habían agotado el dinero y ya no podían pagar a más traficantes que facilitaran el camino. Muchas veces fueron descubiertos por la policía en Croacia y muchas veces devueltos. En uno de esos intentos que dura días, se quedaron sin comida y fue el propio padre quien acudió a la policía croata que, de nuevo, los devolvieron ilegalmente, como contó el padre de Huria.

Aunque debería haber opciones de reunificación familiar con personas que están legalmente en Europa (en este caso, la madre estaba dentro del proceso de asilo en Francia), en Bosnia y en Serbia es común conocer a muchas familias separadas durante años que no encuentran una solución legal a su situación, por lo que esa reunificación familiar no parece una realidad en la práctica. Esto le pasó también a Narges y a Vahid que siendo niñas y niños estuvieron separados de sus madres por causas similares. Firuza, a sus 15 años, quedó atrás con su madre enferma y separadas de su padre y hermanos. Coincide que todos ellos son afganos, porque muchas personas de Afganistán invierten todo lo que tienen en su vida para escapar en familia en busca de un futuro seguro. Narges, cada vez que veía a una persona europea visitando el campamento en el que vivía, se acercaba para decirle, "por favor, llévame con mi madre". Con sus nueve años no era fácil entender que ni un europeo podía contra estas fronteras que para nosotros se cruzan con mostrar un simple DNI.

Aziz

Nunca fue fácil escapar de Afganistán: historias de personas afganas que viven en Europa tras un viaje migratorio lleno de violencia
Azziz en el estadio de fútbol del Oviedo en España.  Azziz

Estando en una boda en Kabul, llegaron unos hombres armados y se lo llevaron. Probablemente talibanes o del Estado Islámico. No sabe. Le dijeron que o mataba al Congresista al que él se encargaba de proteger, en su trabajo como guardia de seguridad o lo matarían a él. Él no quería matar a nadie. Es demasiado tranquilo como para que su mente imagine tales niveles de violencia saliendo de sus manos. En los siguientes días pidió asilo en las embajadas de Italia, Alemania y Francia. Se lo denegaron en todas. Se escondió mientras su familia vendió propiedades para poner a su hijo en manos de un traficante que se lo llevase a un lugar más seguro.

Su primer contacto con la Unión Europea fue cuando cruzó de Turquía a Bulgaria. Escogió esta ruta, más cara según las tarifas de los traficantes, porque así se ahorraba de cruzar el mar en un bote, algo que se lleva muchas vidas por delante. En Bulgaria recibió su primera gran paliza policial. Finalmente estuvo casi tres años en ruta. Vivió en Serbia y en Bosnia y Herzegovina. Sufrió decenas de devoluciones en caliente desde la UE y llegó un momento que lo intentaba menos. Es angustioso ponerse la mochila de noche para ir a caminar bosques, para pasar días escondido por más bosques, para caminar cientos de kilómetros y correr el riesgo de llevar otra paliza policial.

Un día consiguió llegar a España. Lleva dos años y medio aquí. Está en proceso de solicitud de asilo y lleva tiempo trabajando. La crisis del coronavirus paró estos procesos y aún no sabe qué le deparará. Si le aceptan su petición de asilo, podrá vivir al menos un tiempo más aquí en paz. Si se lo deniegan, pasaría a ser una persona sin papeles y quedaría como una persona sin papeles y, por tanto, sin derechos. En el caso de España, no hay deportaciones a Afganistán, ya que hay pocos ciudadanos de este país aquí y, por ello no hay acuerdos con Kabul como si los hay con Marruecos, Argelia o Mauritania.

Javid

Nunca fue fácil escapar de Afganistán: historias de personas afganas que viven en Europa tras un viaje migratorio lleno de violencia
Javid en un parque de Francia en 2021. Javid

Javid es uno de los que dejó su casa con 16 años para no ser reclutado por los Talibanes. Es de Kunduz, uno de los territorios más importantes para este grupo fundamentalista. "Le dijeron a mi padre que o permitía que me fuera con ellos o me llevarían por la fuerza. Tuve que escapar. Nunca trabajaría para los Talibanes porque matan a inocentes". Javid lleva siete años fuera de casa, sin ver a su familia. En su viaje migratorio hizo una parada de varios años en Turquía para trabajar, ahorrar y poder continuar. Turquía no es un país seguro porque no ofrece protección de asilo a personas de Afganistán y porque deporta a ciudadanos de forma masiva.

Cuando ahorró siguió hacia Bosnia donde estuvo casi un año atrapado hasta que con el tremendo frío del invierno de 2019 consiguió, tras 15 días caminando por bosques a escondidas, llegar a Francia.

Su familia está en riesgo en Kunduz "pero no puedo ayudarles a salir de ahí, es muy caro, no tengo medios para que puedan escapar". Él solo tiene medios para apoyar su día a día. Su familia, en una región en constante guerra, no tiene un trabajo estable. Javid tampoco puede volver aunque sea de visita. Cuando recibes asilo, mientras este permiso dure, si vas a tu país de origen en algún momento, pierdes el documento y no puedes volver de nuevo a Europa de forma legal.

Personas que escaparon de una deportación

La Unión Europea firmó un acuerdo en 2016 con Kabul para deportar a un número ilimitado de ciudadanos afganos que el país debía aceptar de vuelta. Y eso ha estado haciendo como muestran las cifras de Amnistía Internacional (casi 10.000 deportaciones en 2016).

Muchas de las personas que llegan a Europa tras el viaje relatado, reciben una negativa a su petición de protección y corren el riesgo de ser deportadas. Hay personas que, para no volver de nuevo a Afganistán, escapan a otro país, cruzan fronteras, de nuevo, otra vez a escondidas, para poder llegar a otro nuevo destino donde volver a pedir asilo.

Le sucedió a Jamshid que tras más de dos años en Bélgica, donde ya tenía permiso para trabajar (algo que llegó mientras esperaba una respuesta a su petición de asilo y tras un largo tiempo sintiéndose inútil en un campo de refugiados), recibió una carta que le denegó su asilo. Y un día la policía llegó a su casa para llevarlo a un centro de internamiento (al estilo de los CIE en España) donde debía esperar, encerrado, al próximo avión de deportación con destino a Afganistán. Decidió dejar de comer.

Escuálido tras 26 en huelga de hambre, y negándose a comer a pesar de las presiones policiales del centro, como él cuenta, las autoridades le dijeron que se fuera y que tenía 24 horas para dejar el país. Unos amigos lo recogieron y estuvo escondido unos pocos días en su casa mientras recuperaba fuerzas. Se mudó a Francia. Allí volvió a pedir asilo. Tuvo suerte. Podrían haber descubierto que ya había sido rechazado en Bélgica gracias a sus huellas dactilares, pero finalmente y tras más de un año de espera consiguió un positivo a su petición de asilo y, por ahora, está por primera vez desde 2016 con cierta estabilidad.

En 2017, tras casi un año migrando, Jamshid estaba un día en "la playa"de Belgrado. Un lugar divertido donde aliviar el asfixie veraniego al lado del lago. Hombres y mujeres con poca ropa, risas, pelotas hinchables, cervezas y rakias protagonizaban el lugar. Con cara de estupefacción, pero contento con la alegría del sitio, lo que le salió de su boca fue “si los talibanes viesen esto, lo harían explotar".

La amenaza de deportación le sucedió también a Hasan,a su mujer y a sus hijos pequeños que, tras más de un año en el famoso campo de Moria, en la isla griega de Lesbos, recibieron una notificación negativa a su asilo. Hasan cuenta que ejerció como traductor para trabajadores de la OTAN en Kabul. Y que tiene documentos a resguardo para poder volver a mostrar a un gobierno de la Unión Europea cuando consiga llegar a un nuevo destino. Por agotamiento y falta de recursos, el traductor y su familia, de etnia hazara (una minoría que ha sido históricamente perseguida en el país por asuntos religiosos), decidieron que preferían quedarse en Grecia y él buscaría trabajo en la agricultura sin documentación. Pero supo de otras familias que había conocido en Moria y que, en una situación similar a la suya, fueron deportadas a Turquía. El pánico afloró. Volver no era una opción. Volver era el terror.

Y emprendieron el camino hacia el norte. Las fronteras de Albania están protegidas por Frontex, siendo esta la primera misión de la policía de fronteras europeas en un país que no es de la UE. Agentes de Frontex los encontraron en la frontera y les dijeron que volvieran a Grecia. También agentes albaneses los encontraron dentro del territorio y los devolvieron a Grecia. Ellos querían pedir asilo en Albania. No quería seguir en esta ruta como fugitivos. Pero fueron devueltos muchas veces. Tardaron casi un año en conseguir escapar de Grecia. Refugiados que ya están al norte del continente dicen que antes de esa fecha en la que llegó Frontex era muy sencillo pasar. Ahora la gente cuenta que paga a traficantes si quieren lograr este escollo. Viendo que era imposible quedarse en Albania, a comienzos de este verano, Hasan y su familia consiguieron pasar Albania con el objetivo de ir camino de Bosnia y Herzegovina.

En el norte de Bosnia, donde viven miles de personas refugiadas, hay una aldea donde hay decenas de familias afganas. Es una aldea que está pegada a Croacia, país de la UE. Muchas de esas familias cuentan que antes estuvieron en Grecia como demandantes de asilo pero fueron rechazados. Y siguieron el camino por miedo a una deportación. El medio de comunicación alemán Spiegel consiguió grabar devoluciones ilegales por parte de la policía croata en esa zona, donde se pueden ver a familias afganas enteras volviendo desde la Unión Europea.

Cuando a Mohammed, un hombre de más de 50 años, unos policías en Croacia se sentaron sobre su cabeza por largos minutos hasta hacerlo sangrar, tras obligarlo a tumbarse en el suelo boca abajo, como él contó y como su frente dejaba constancia, este antiguo militar del ejército afgano que escapó tras ser amenazado por los Talibanes, me dijo que la policía de algunos países de la Unión Europea se comportaba como los Talibanes de los que él escapaba. La afirmación no es del todo cierta, pero el terror que la gente vive en las fronteras sí es una realidad y algo común.

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