El robot de la URSS varado en la Luna que ha abierto un debate sobre derechos de propiedad
En los años setenta la Unión Soviética depositó en la Luna vehículos no tripulados llamados Lunojod. Hoy siguen funcionando, proporcionando datos científicos y albergan, además, un debate apasionante sobre la propiedad y los derechos.

Y, de repente, habló. O, al menos, hizo esas cosas que hacen las máquinas. Viven, aún. Vive, dijo alguien a voz en grito. Vive, dijo alguien, a casi 385.000 kilómetros.
Parece... en fin, parece un barreño con ruedas. Siempre nos vendieron el futuro de una forma mucho más elegante, mucho más chic. Pero eso eran elucubraciones, y nuestra jofaina funcionó. Por la Luna, funcionó. Y sigue haciéndolo.
Era noviembre de 1970, y la sonda soviética Luna 17 llevaba hasta ese satélite el Lunojod 1. Ochocientos kilos, cuatro pares de ruedas, dos por uno y medio metros de tamaño. Poco glamour, ya les dije. Pero, ojo, histórico. Era el primer robot funcionando operativamente en la Luna. “En el año 70 la carrera espacial soviética estaba en su punto máximo y el proyecto Lunojod fue en su época un avance impresionante. Los soviéticos estaban muy orgullosos de ello”. Hablo, para que me cuente del Lunojod, con Garik Israelian, doctor en Astrofísica, investigador del IAC (Instituto de Astrofísica de Canarias) y director del Festival Starmus, un certamen dedicado a la astronomía que ha llevado a La Palma (donde habitualmente transcurre) gente como Neil deGrasse Tyson, Stephen Hawking e incluso el elenco de The Big Bang Theory, porque la cultura pop siempre es bienvenida. Vamos, que es voz autorizada, Garik. Continúa. “A nivel tecnológico, en 1970, el programa espacial de la URSS estaba equiparado al americano, totalmente. Pero los soviéticos no tenían naves como Saturn 5, fallaron al construirlas debido a la muerte en el 66 de Serguéi Koroliov, el ingeniero jefe de la carrera espacial soviética. Pero a nivel tecnológico, sobre todo desarrollo de robots que pueden caminar por la Luna o Marte, seguían trabajando muy bien. De hecho también la primera estación espacial, Saliut, es soviética, de 1971”.
Pero hablábamos del Lunojod 1. Que exploró bastante el Mare Imbrium lunar. Casi cien mil imágenes sobre 80.000 metros cuadrados. Cuentan que si, incluso, vieron las huellas de los yanquis, que quedaban cerca. Estuvo operativo más de un año, hasta que se agotó una pila isotópica. Ese año, por cierto, no está nada mal, porque su estimación de vida útil era de noventa días.
Pero, claro, detrás del Lunojod estaba un auténtico genio. Dejo que hable, otra vez, Garik. “El director del proyecto fue Alexandr Kemurdzhián, un armenio, pero su nombre no se supo hasta la Perestroika, él firma los artículos con pseudónimo porque tanto el laboratorio como su nombre y todo su equipo eran secretos. Es el mismo grupo que envió el primer robot a Marte, y esto muchas veces se olvida. Aterrizó tres años antes que los americanos. Envió una señal a la Tierra, así que sabemos que llegó, pero menos de un minuto después perdió el contacto debido a una tormenta de polvo marciana”. Kemurdzhián, que firmaba sus artículos científicos como Uglev, Aleksandrov o Leonovich, fue un adelantado a su tiempo. Alguien que buscaba soluciones, que gustaba de fantasear en su mente para ver, después, si la técnica permitía hacer de sueños realidades.
Tal era su prestigio que, cuando se produce el accidente de Chernobyl, las autoridades recurren a Kemurdzhián: ¿Cómo podemos atajar esto sin mandar más hombres al cadalso, camarada? Y Kemurdzhián crea un robot autónomo, mitad bulldozer mitad cámaras de visión, para meterse en lo más jodido del asunto. Dos de esos robots trabajaron por encima de las doscientas horas en la limpieza de Chernobyl. Vuelvan a leerlo, piensen en las condiciones. A saber cuántas vidas salvó. Un auténtico genio. “En Armenia apreciamos mucho a Kemurdzhián”, sigue Garik, “hubo un pequeño congreso con el centenario de su nacimiento, en 2021. Hubo charlas, reconocimientos, algunos músicos compusieron obras dedicadas a él. Nos llamó la atención que los técnicos de la NASA estaban familiarizados con su trabajo. Pero todo eso ocurrió después de la Perestroika... Antes nada. Prohibido, secreto”.
Volvamos a la Lunojod. ¿Marcó esa pila isotópica su final? Respuesta sorprendente. En el año 2010 localizaron el Lunojod 1 sobre la superficie de la Luna. Al milímetro, oigan, así que decidieron hacer lo que a todos se nos ocurre en esa situación: decir “hola”. Un equipo de la Universidad de California en San Diego empieza a enviarle pulsos de láser. Y Lunojod responde. Alto y claro. Dos mil fotones en el primer intento, que es mucho, al parecer. Gracias a Lunojod 1 se están haciendo experimentos que buscan probar la teoría de la gravedad de Albert Einstein. Nada menos... No está mal para un viejito.
Pregunto a Garik si lo de EEUU con Armstrong fue más “vistoso” pero menos técnico, y él niega. “No, no, se solucionan problemas diferentes, pero enviar un humano a la Luna es muy complicado, igual que enviar un robot. Solo que se solucionan otro tipo de problemas tecnológicos, yo ni siquiera compararía ambas cosas. Creo que los soviéticos fueron inteligentes al pensar que no podían competir con EEUU en enviar un hombre a la Luna, y mejor seguían con Lunojod. Y eso lo hicieron bastante bien. Cómo llega, lo que dura enviando información, más tiempo del previsto... En esa época era espectacular, al nivel del programa Apolo, yo no rebajaría a uno respecto del otro”.
La cosa es que el Programa Lunojod encierra sorpresas adicionales. Frikis, aparentemente, pero con más importancia de la que pudieran ustedes pensar. Sucede en 1993, tres años tras la caída de la URSS. Hay, entonces, una subasta en Sotheby's, y un lote destaca sobre el resto. Nada menos que el Lunojod 2 (lanzado en 1973, último que pisó la Luna) y la sonda Luna 21 que lo llevó hasta nuestro satélite. ¿Resumiendo? Sendas chatarras que están lejísimos, tanto que incluso agobia pensarlo. En nuestro satélite, nada menos. Pero no era muy alto el desembolso, apenas 68.000 dólares, así que Richard Garriott se lo compró, porque es una de esas cosas que haces cuando te sobra la pasta.
Y a él le sobra.
Garriott es un tipo... peculiar. Hijo de astronauta (no hay mucha gente que sea hija de astronauta) y él mismo uno de los primeros turistas espaciales (se dio una vuelta por los cielos en 2008, yendo a la estación espacial en un Soyuz, pasando allí doce días y volviendo en otro Soyuz), estaba el muchacho ciertamente obsesionado con el cosmos. Y, además, tenía pasta para aburrir. Fue uno de los programadores de videojuegos originales, forrándose en los ochenta con la serie Ultima. Incluso llegó a ser incluido en el salón de la fama de este sector. Vamos, que billetitos a espuertas. Sumen todo lo anterior y... tampoco parece tan extraña la compra, ¿verdad?
Pero ¿cómo es posible que algo así, tan aparentemente inútil, tan objetivamente histórico, se venda en una subasta junto a cajones del bisabuelo y libros del XVIII? Me contesta Garik Israelian. “Por alguna razón, desde los años 70 a los 90 la URSS no desarrolló demasiado toda esta tecnología, los soviéticos estaban enfocados en enviar más personas y construir la estación espacial MIR. Pero nunca pensaron en volver a la Luna o ir más allá. En ese tiempo el único avance fue construir una nave, Burán se llamaba, que podía aterrizar como un avión. Llegaron a construirlo y hasta viajó al espacio, pero el proyecto colapsó, tras veinte años y muchísimo dinero gastado, el año en que desaparece la URSS. Se ha vendido el transbordador Burán a los australianos y creo que también compró algo un filántropo. Toda esa tecnología se supone que se la queda Rusia con su servicio espacial, llamado Roscosmos, pero como decía Alexéi Leónov, astronauta que hizo el primer paseo en el espacio, toda esa tecnología sin buenos profesionales no vale para nada, y tras el fin de la URSS los mejores ingenieros se marcharon a EEUU".
Continúa Israelian: "Nunca recuperó esa fuerza Rusia, y tampoco invirtió dinero para ello. De hecho fallaron en regresar con otro Lunajod a la Luna, ni siquiera han conseguido algo que hicieron los soviéticos en los años 70. Hay falta de profesionales y falta de atención del Kremlin... Les gusta hablar sobre ello, es un tema mediático, pero en la práctica no hay avances. Para eso se necesitan buenos ingenieros, inversión, y en un sistema burocratizado y muy corrupto eso es imposible... La burocracia y el espacio no se llevan bien, la Agencia Espacial Europea también es buen ejemplo de esto... Sin arriesgar, en este sector, no funciona nada, el riesgo es un parámetro clave, y la Agencia Espacial Europea, como todos los organismos burocráticos, nunca quiere arriesgar, no quiere pérdidas. Aquí se pierde, se pierde, se pierde, y un día aprendes y ganas. Se aprende con pérdidas”.
El problema, y aquí volvemos a Garriott, es que hay un paisanuco dueño de algo que está en la Luna. O, como ha dicho alguna vez (aunque siempre en tono de broma): “Tengo derecho a un territorio en el satélite, al menos el terreno alrededor de mi vehículo y su recorrido”. Que no era pequeño, vimos antes, si nos ponemos a sumar el sitio donde están alunizados el Lunojod 2 y el Luna 21, junto con la extensión que ese Lunojod recorrió durante su periplo exploratorio. Hay un Tratado del Espacio, de 1967, donde se indica que ningún país podrá reclamar soberanía sobre cualquier parte del cosmos ni apropiarse de ella. Así que... todo resuelto. Salvo cierto pequeño apunte... que Garriott no es un país. Un lío, porque sumen a lo anterior dos pretendientes adicionales: Rusia, que ya vimos es heredera del programa espacial soviético con su Roscosmos, y la misma NASA, que está haciendo cosquillitas láser al Lunojod para que le cuente cosas. Y que, aunque parezca discusión bizantina, quizá esto tenga más importancia de lo que parece. Al menos en el futuro. No sé si les suena la expresión “metales raros”. Y su potencial económico. Pues en la Luna hay mogollón de estas cosas. Y la tecnología para ir allí y explotarlas (ir allí y cepillarnos otro cuerpo celeste) no está tan lejos. Seguramente lo veamos usted y yo. Y seguramente, entonces, la supuestamente absurda pretensión de Garriott tenga más base.
Y todo eso con las pintas de tinaja que trae el Lunojod. Nunca se fíen de las apariencias.
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