Andrea Segre recupera desde el cine 'La gran ambición' de justicia e igualdad de Enrico Berlinguer
El cineasta repasa la actividad del dirigente comunista en los años 70, cuando estuvo a punto de conseguir una alianza nacional de partidos y organizaciones de izquierdas, progresistas y católicas.

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Umberto Terracini, figura histórica de la izquierda italiana, uno de los fundadores del Partido Comunista italiano (PCI), ya advirtió en 1974, al final de un mitin antifascista y horas después de conocerse que había estallado una bomba en Brescia, que "no podemos confiar siempre en que la democracia resista". La película La gran ambición, nuevo trabajo del cineasta Andrea Segre, recoge ahora aquel aviso, una exhortación que resuena hoy con el mismo significado que entonces.
Ante el auge de los movimientos de ultraderecha, la crisis de confianza en la clase política, el alejamiento de los ciudadanos de la misma política y la tiranía ya instaurada de los valores más negativos del capitalismo, la película de Segre, cine muy conscientemente político, adquiere una actualidad y se reviste de una urgencia que no hubiéramos deseado.
La gran ambición es un repaso a los intentos de Enrico Berlinguer -el dirigente más popular del PCI, que estuvo a punto de llegar al poder- por construir una alianza de la clase obrera con los movimientos progresistas y la burguesía, mediante un acuerdo entre izquierdas y partidos católicos y liberales, y levantar así un muro de defensa de la democracia para conquistar el sueño de una sociedad justa e igualitaria.
Lo ficticio y lo real
"Un sistema pluralista y democrático", sentencia en esta ficción, que recorre la vida política y algunos apuntes de la vida privada de este hombre, interpretado por Elio Germano, quien construye un personaje contenido, sonriente, reflexivo y decidido, por el que se alzó con el David di Donatello de la Academia de Cine de Italia al mejor actor.
Desde principios de los 70 hasta 1980, la película relata desde la ficción, pero con un marcado y premeditado estilo documental, el viaje de Berlinguer para alejarse de la apisonadora comunista de la URSS -"tenemos que hacer cambios estructurales en nuestra relación con Moscú"-, acercarse más a Europa y reunir a los demócratas y progresistas italianos. Y Segre contextualiza y dinamiza la historia con poderosas imágenes de archivo que sirven al juego que se propone de fusionar lo ficticio y lo real.
Un casting militante
La intención del cineasta de acercar al público a la verdad de lo que cuenta está desde la preproducción de la película, incluso en la elección de los miles de extras que aparecen en ella. Andrea Segre organizó un "casting militante", se apartó de las agencias de actores y buscó entre la población a las personas que supieran lo que significaba la militancia. "Al final solo encontramos a 500", se lamentaba en una entrevista durante el estreno de la película en Italia, en la que explicaba que dedicaron meses a estudiar antes de empezar a escribir el guion, que firma junto a Marco Pettenello, y que montaban asambleas de debate político con los actores. "Si una escena se ambientaba en octubre de 1973, los ensayos consistían en asambleas donde debatíamos ese mes".
La gran ambición, coproducida entre Italia, Bélgica y Bulgaria, cuenta en su reparto con veteranos como Stefano Abbat, en el papel del mencionado Umberto Terracini; Francesco Acquaroli, dando vida a Pietro Ingrao, dirigente también del partido, editor del diario L’Unitá y presidente de la Cámara de Diputados; Roberto Citran, como Aldo Moro, dos veces primer ministro de Italia y uno de los líderes destacados de la Democracia Cristiana, y Paolo Pierobon, encarnando Giulio Andreotti.
La dimensión política del arte
El cineasta sabe que la historia de Enrico Berlinguer seduce a ciudadanos preocupados hoy por la deriva de la política mundial y aprovecha la nostalgia por aquel idealismo y compromiso, materializada en la figura de este político, el secretario del mayor partido comunista de Occidente en aquellos años, con 1,7 millones de afiliados y más de 12 millones de votos. Un hombre que llamaba a esa alianza nacional para evitar una caída de la democracia como la que entonces sufrió Allende en Chile.
Berlinguer, que murió muy pronto, con 62 años a causa de un derrame cerebral en una manifestación en Padua, probablemente lo hubiera tenido más difícil hoy. Entonces había una clase obrera con conciencia, una unidad de todas las fuerzas de lucha obrera, un rechazo de la inmensa mayoría del país a los intentos fascistas de desestabilización y un movimiento ciudadano comprometido y activo en dosis muchísimo mayores que las tenemos hoy.
"Creo firmemente en la dimensión política del arte y me apasiona la historia del cine político en Italia y en todo el mundo. Creo que hoy en día es fundamental que el arte ayude a la gente a comprender que la política no es solo tarea de los políticos, sino algo que concierne a nuestra vida en común. Tenemos que cuidar de la política porque, si no lo hacemos, la política nos cuidará a nosotros. Creo que uno de los mayores problemas actuales es la crisis de participación democrática. La gente se está retirando de la política, y cuando eso sucede, el poder se concentra en manos de unos pocos", dijo recientemente en una entrevista con The Game Magazine el cineasta.
"Para mí, el arte político significa crear espacios donde se puedan explorar cuestiones complejas sin simplificaciones ideológicas. Significa cuestionar las estructuras de poder, exponer contradicciones y animar a la gente a mirar la realidad de otra manera", afirmó Andrea Segre, que no oculta en su película la admiración por Enrico Berlinguer y lo que significó, y al que brinda, al final de La gran ambición, unas impresionantes imágenes reales del funeral que se celebró a su muerte, desde las que también reivindica el poder del arte. Federico Fellini y Marcello Mastroianni, entre el más del millón de personas que salieron a la calle de Roma a despedirle.
"Si no se produce un hecho nuevo, un sobresalto, un giro positivo, el deslizamiento hacia salidas oscuras y aventureras se hará antes o después inevitable" (Enrico Berlinguer).



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